Es irremediable pensar en el exotismo que puede ofrecer un cine al que
pocas veces hemos tenido el gusto de recibir en la cartelera. En plena era de
la globalización, esos otros cines que permanecen en la periferia de lo que
comúnmente conocemos están cada vez más al alcance de nuestras manos. Ya no
sirve ningún tipo de excusa para no ampliar horizontes y dejarnos llevar por
cinematografías de gran riqueza narrativa y estética. Este es el caso del cine
islandés, que cada vez más forma parte de las programaciones de los mejores
festivales internacionales, como sucedió con “De Caballos y Hombres”, una cinta
de lo más peculiar que supone una grata experiencia para los más exigentes con
el séptimo arte. Su director y guionista, Benedikt Erlingsson, sigue siendo un gran
desconocido a nivel popular tras esta ópera prima y una segunda obra de tipo
documental, “The Show of Shows” (2015), pero, al menos, ha logrado alzarse con un gran número de premios en los certámenes de San Sebastián, Tokio o Göteborg, entre otros muchos.
En esta ocasión, la película trata de enmarcar la relación existente
entre un hombre y su caballo, la percepción de ambos ante la misma realidad,
ante el amor y la muerte presentes en cada impactante y solitario paraje. Los
sentimientos e instintos más primitivos afloran entre historias cruzadas con
igualdad de protagonismo para el ser humano y el animal. Conductas que, a
veces, superan la racionalidad propia, creando una especie de manada que
embriaga a la naturaleza, cruel, hipnótica e, incluso, irreal. Los aires de
libertad salpican cada instante para presentar un relato por momentos
impactante, seductor, que busca cierto equilibrio en las historias de quienes
pisan tan lejanas tierras.
Una extraña comedia en clave trágica que emana, ante todo, experiencia
y un aroma experimental al partir de la llegada de un extraño, un foráneo de
origen latino, Juan (Juan Camillo Roman Estrada), con el que surgirá la
inestabilidad en una población autóctona. El brillante debut de Erlingsson
clama originalidad durante sus apenas 80 minutos de metraje, en los que las
diversas tramas son presentadas a través de la mirada de un caballo. Sobre el
exótico paisaje del campo volcánico de Islandia, el punto caliente con la mayor
actividad volcánica y un enclave único e impactante; nace la rivalidad, la
desconfianza entre los vecinos, pero también la atracción y el enamoramiento.
Precisamente, las emociones a flor de piel provocan una fuerte erupción capaz
de arrastrar todo a su paso hasta culminar en lo más destructivo.
La ceguedad de los personajes, embargados por una absoluta oscuridad
opaca en su ausencia de comunicación, parece recibir cierta luz entre la
relación que poco a poco surge entre Kolbein (Ingvar Eggert Sigurðsson) y
Solveig (Charlotte Bøving), a quien el director otorga una mayor iniciativa en
la trama romántica. Rostros desconocidos para el público centroeuropeo, aunque
no tanto para el lugar de origen de la producción. Sin embargo, no es el caso
de Sigurðsson, actor que, en ocasiones, comparte labor con la escritura y la
producción, y que posee un gran número de títulos a sus espaldas, sin contar
con su premiada actuación en “Angels of the Universe” (Friðrik Þór Friðriksson,
2000) por los European Film Awards. Con una trayectoria tan variada se enfrenta
a un claro semental montado sobre su yegua al que su instinto le traiciona
paralizándole. Es Solveig, encarnada por la actriz danesa Charlotte Bøving,
quien, como auténtica amazonas, toma el control de una situación que parece
inerte.
La espectacular imagen es trabajo del director de fotografía Bergsteinn
Björgúlfsson, que posee una trayectoria de lo más variada entre cortometrajes,
documentales y series de ficción. La gran afición por los caballos que posee
Erlingsson no podía quedar en mejores manos, siendo, precisamente, a través del
aspecto visual en donde se hace un especial hincapié a la exótica belleza que
rodea las historias y sus personajes. Estamos ante una elegante puesta en escena
extrañamente serena y mucho menos discreta en comparación a la narración que
acompaña. La grandeza de su escenario sirve de contrapunto a la modesta
pequeñez de sus tramas, casi episódicas. “De Caballos y Hombres” absorbe de
forma magnética en su búsqueda por plasmar los instintos más elementales del
ser humano, transformándolo en un animal más ante un retrato a veces cercano,
otras chocante y, en el peor de los casos, violento y cruel hasta apartar la
mirada de la pantalla.
Lo mejor: la labor fotográfica de Björgúlfsson y la sencillez de la
narración elaborada por Erlingsson.
Lo peor: es una obra compleja de digerir, especialmente, por la
brutalidad de algunas de sus escenas.
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