“Borgman” es de esas películas que, a pesar de trabajar con
un punto de partida más que tratado en el cine, posee un gran valor y atractivo por los
constantes y sorpresivos giros argumentales. Precisamente este curioso juego
nos atrapa desde el inicio, intentando captar cada detalle para poder
desenmarañar parte del laberíntico retrato que nos ofrece la obra del director
y guionista holandés Alex van Warmerdam. Sin embargo, esta extraña telaraña
produce cualquier tipo de emoción menos confusión y es que no podemos evitar sentir curiosidad y
dejarnos llevar por una narración perfectamente tejida. Tras participar en el
Festival de Cannes de 2013 y recibir el premio a mejor película en el Festival
de Sitges del mismo año, el largometraje se convirtió en toda una sensación para los
amantes del cine europeo y las nuevas experiencias.
Esta percepción es fácilmente evidente desde sus primeras
imágenes, en donde podemos observar una plácida casa de campo rodeada de un profundo
bosque. Pero, frente a esa apacible estancia, encontramos a unos hombres
armados (incluido un párroco) que intentan buscar a otros bajo tierra. Así es como empieza una acción
que, aun desarrollándose a fuego lento, no permite respiro alguno. Por tanto,
el suspense se eleva lentamente y sin decaer, pero las cosas no suceden como
podría esperarse, sino que el director nos desubica a la menor oportunidad.
“Borgman” es un masoquista juego que se inmiscuye en nuestra realidad, nos roba nuestra mente y nos
traslada al interior de una trama como si, aun siendo testigos de lo que
sucede, nos sintamos como una especie de invasores de forma indirecta. Un
escenario desconocido que no nos permite mirar más allá del bosque y que, aun
después de casi 115 minutos, nos hace sentir cada vez más extrañeza e inquietud.
Una familia burguesa es la protagonista de nuestra mirada, a
la que vigilamos en silencio desde nuestra posición como voyeurs. Al mismo
tiempo que la embriagadora atmósfera nos atrapa, cada vez sentimos un mayor
desasosiego plagado de incógnitas que no sabemos si realmente serán resueltas.
Es más, van Warmerdam no duda en arriesgar al máximo, pero, a la vez,
deslizarse a paso seguro con una laboriosa historia perfectamente trabajada y
una imagen que nos encierra en la propia fisicidad del conjunto, de tal forma
que, sin duda alguna, se trata de una de las películas más desasosegantes que
nos ofrece la cinematografía holandesa.
La reflexividad que se desprende de la cinta se envuelve de
cierto halo irónico para terminar de enmarcar tan turbulento
ambiente. A ello se suma, en su vertiente más simplista, una organización
simbólicamente clasista entre el conjunto de personajes, de la que se desprende un mensaje de
desprecio entre los que residen en el interior de la casa y los recién
llegados. Sin embargo, y aunque las ideas parezcan tan difusas como el propio
argumento que se nos presenta, el aspecto menos original de la película se relaciona con la
clásica cuestión de cómo la normalidad es interrumpida por un ser extraño que
se inmiscuye. A partir de ello, se construyen todo tipo de posibles
interpretaciones, desde una más que típica revolución de clases bajo el
inigualable prisma marxista hasta la rocambolesca “fábula” que rápidamente se
expandió en el momento de su exhibición en España, como es la posibilidad de
que estemos ante pura ciencia ficción con nada menos que extraterrestres.
Sea cual fuere su verdadero significado, lo cierto es que la
obra dio para hablar más que suficiente, al igual que todo espectador que se
enfrenta a ella no puede evitar reflexionar ante una extrañeza que se mantiene
hasta el último minuto. Parte de esta labor reside en el fantástico elenco,
que, a pesar de no tener una gran trayectoria a sus espaldas e, incluso, en
algún caso, debutar, resulta de lo más carismático. Curiosamente, el propio
cineasta tampoco puede reprimir su deseo de formar parte del reparto encarnando
el personaje de Ludwig. No obstante, de entre todos ellos, hay que destacar la
interpretación del actor Jan Bijvoet en el papel protagónico de Camiel Borgman,
un rostro que reconocemos de su anterior proyecto, “Alabama Monroe”, del director
belga Felix van Groeningen (2012), de la que pudimos disfrutar a principios de
2014 en los cines nacionales.
Para más enredo, “Borgman” es todo un híbrido fílmico en el
que la tensión nos invita a pasear por terrenos propios del fantástico y del
terror, bajo un telón dramático que favorece y enriquece el suspense. El
largometraje de van Warmerdam deja muchas incógnitas en el aire, muchos
detalles a cuestionar y muchos personajes a los que comprender. En pocas
ocasiones se puede disfrutar de un cine tan interesante como el que nos ofrece el
autor, que despliega todo su talento y creatividad para forjar un producto de
lo más recomendable. Una ambivalente experiencia que se tambalea entre la
construcción y destrucción de ciertas ideas que, sin duda, no dejan indiferente
a todo aquél que desee prestarse a una invitación tan disfrutable y diferente
como ésta.
Lo mejor: el personaje de Borgman, tan intensamente bello.
El resto del reparto, casi completos desconocidos, están a la altura de
Bijvoet. Lo misterioso e inquietante de la trama que te obliga a verla para buscar el auténtico sentido.
Lo peor: es injusto que, una vez más, trabajos tan
maravillosos como el de Alex van Warmerdam queden relegados a un número escaso
de cines.
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