Mucho antes de que “CBGB”, la película del director y
guionista norteamericano Randall Miller, viera la luz, ya se habían generado un
sinfín de expectativas difíciles de cumplir. Sin duda, se trataba de un
proyecto realmente peliagudo que recibiría todo tipo de críticas. Y
es que, hasta entonces, no había suficientes homenajes a un hombre que marcaría
un antes y un después en la historia de la música sin proponérselo. Hilly Kristal
fue todo un visionario en el campo, precisamente en plena década de los 70, una
época bañada por una crisis económica mundial. Con muchos problemas económicos,
constantemente endeudado, abrió un bar en Bowery, una de las zonas neoyorquinas
con mayor índice de criminalidad. Un tugurio que, con el paso del tiempo,
reuniría a los músicos más influyentes del panorama, favoreciendo una especie
de cobijo para quienes, tarde o temprano, saltarían a la fama y serían
recordados hasta nuestros días.
Blondie,
The Clash, The Misfits, Joan Jett, Patti Smith, The Ramones, The Police, Iggy
Pop, The Jam, The Dead Kennedys, The Runaways, Television, Talking Heads, The
Damned, Sex Pistols y un largo etcétera, una lista inmensa de bandas
imprescindibles que pisaron el suelo de uno de los núcleos que favorecieron el
desarrollo de la escena punk y new wave en Estados Unidos. Kristal ni siquiera
pretendía dar cabida a esos nuevos estilos, sino que su antro, en un
principio, se iba a centrar en el Country, Bluegrass y Blues, de ahí el nombre que
acabaría dando a su negocio, CBGB. Sin embargo, los grupos que se presentaban a
tocar en su minúsculo escenario formaban parte de una nueva ola musical, por
lo que decidió agregar el sobrenombre de OMFUG, Other Music For Uplifting Gormandizers
(Otra Música Para Nacientes Consumidores).
Varias generaciones pasaron por allí para tomarse algo y
disfrutar del concierto de turno, por lo que el trabajo de Miller trata de
resumir a conciencia los inicios de tan importante hito. Como bien se refleja,
Kristal (Alan Rickman) se ve totalmente desbordado por las deudas, por lo que,
para salir adelante, decide invertir una vez más en un pequeño espacio
destartalado con la ayuda financiera de su madre Bertha (Estelle Harris), que
parece no haber tirado la toalla aún con él. Junto a sus amistades más cercanas
y con el apoyo de su hija Lisa (Ashley Greene), que pretende que su padre no
vuelva a cometer los mismos errores que en anteriores negocios, comienza a
luchar, de una forma un tanto pasiva, para levantar el CBGB.
La cinta no se centra en la esencia del punk y la new wave, no
busca mostrar la filosofía, tal y como muchos espectadores esperaban, sino que
se regocija en el ambiente que se vivía en el interior del bar, en las colas
eternas de jóvenes ansiosos que aguardaban cada noche para disfrutar del grupo
del momento. Quizás hubiera sido más acertado acercarse al género documental
para crear un homenaje que esté a la altura de una figura tan emblemática, pero, en este
caso, la ficción resume lo vivido, construye una experiencia tergiversada que
busca la aceptación del público. Un trabajo poco arriesgado que, en cambio,
aporta ciertas pinceladas para conocer una época tan fructífera a nivel musical
y que, sobre todo, logra entretener y disfrutar con una banda sonora de lo más
variada que intenta englobar a todas las bandas que dejaron su huella entre sus
cuatro paredes.
Es irremediable pensar en otros largometrajes similares que, sin embargo, captaron una mayor atención, como fue el caso de “24 Hour Party
People” (Michael Winterbottom, 2002), que se centra en la trayectoria de
Factory Records, la compañía discográfica independiente creada por el
periodista Tony Wilson en pleno Manchester, y bien es cierto que “CBGB” no está
a la altura. Pese a que su inicio promete convertirse en un biopic competente,
la película acaba desembocando en una especie de desfile de caras a modo de
juego en el que adivinar quién es quién, aportando una mayor superficialidad a
la trama y alejando al espectador de cada uno de los personajes. Miller ha
querido abarcar demasiado para hacer un homenaje que, en realidad, debería
haberse centrado en lo más importante, en la visión de Kristal.
Junto a la desastrosa vida del protagonista y las de quienes
le rodean, una endeble subtrama trata de sobrevivir hasta el desenlace. El
origen del magazine Punk se vuelve impreciso, incómodo, sin conexión y casi anecdótico
con las escasas intervenciones de sus creadores, John Holmstrom (Josh
Zuckerman) y Legs McNeil (Peter Vack). Igualmente fugaz es Taylor Hawkins, el
batería de Foo Fighters, que se pone en la piel del inigualable Iggy Pop por
unos instantes, a pesar de que siempre se ha sabido que la estrella frecuentaba bastante más el CBGB. También visitan el bar rostros conocidos como Rupert Grint, que
encara al guitarrista Cheetah Chrome de The Dead Boys, que, por supuesto,
también forma parte del elenco. A su lado, el cantante Stiv Bators,
interpretado por Justin Bartha; Johnny Galecky como Terry Ork, el mánager de
Television, o Malin Akerman, que asume el papel de la llamativa cantante de
Blondie, Debbie Harry. A ellos se une Rickman que, aunque es admirable su empeño,
realiza un trabajo que pasa muy desapercibido en la que fue una más que exitosa
trayectoria.
El director de fotografía Mike Ozier ameniza el biopic de
Miller apostando por explotar el dinámico ritmo de la cinta. Estilo cómic para
marcar el transcurso del tiempo y como singular detalle que acompaña a la
historia del magazine Punk y un ambiente que se torna pesado entre el humo del
tabaco y la gran cantidad de jóvenes hacinados en el interior del antro.
Garabatos, suciedad y una iluminación más íntima para dar mayor protagonismo al
desfile de personajes. Pero, sin duda, su banda sonora, repleta de temas
míticos y bandas indispensables, llena cada instante a lo largo de los poco más
de 100 minutos de metraje. “CBGB” es realmente atractiva si se pretende disfrutar de una
época dorada, de un panorama musical incomparable y de un divertido juego de
clones. Sin embargo, se queda a medio camino de ser el homenaje que Hilly
Kristal se merece.
Lo mejor: el aspecto técnico, en especial, su banda sonora.
Lo peor: su disperso desarrollo, las subtramas confusas e,
incluso, innecesarias.
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