A día de hoy, queda poco por decir de un grupo tan mítico e
indispensable como The Beatles y mucho menos por sorprender a sus innumerables
seguidores. Sin duda, su carrera supuso un antes y un después en la historia de
la música, a pesar de llegar en una década complicada para el panorama
cultural. Los inicios de los años 60 trajeron consigo la lucha encarnizada de la
Guerra Fría o los últimos juicios que intentaban cerrar un capítulo vergonzoso
del siglo XX, como fue el holocausto nazi. El mundo se enfrentaba a una nueva
crisis económica, pero también a un fuerte cambio de mentalidad en la sociedad,
en la que los jóvenes comenzaban a reclamar protagonismo a través de los
primeros brotes del movimiento “hippie” o de una segunda oleada de feminismo,
símbolo del deseo por una evolución, por dejar atrás el conservadurismo
reinante y asfixiante. El “baby boom” engrosaba a una población más
fortalecida, fruto de dos conflictos mundiales que habían devastado todo a su
paso. Y en ese momento tan inestable, que escondía una gran necesidad de transformación, John, Paul, George y Ringo crearon una banda que acabó
convirtiéndose en uno de los fenómenos más importantes del último siglo.
El oscarizado director estadounidense Ron Howard sabía
perfectamente a lo que se enfrentaba cuando comenzó con un proyecto de lo más
ambicioso, “The Beatles: Eight Days a Week”, el único documental hasta la fecha
que cuenta con el beneplácito de no sólo los integrantes supervivientes del
cuarteto de Liverpool, Paul McCartney y Ringo Starr, sino también de Yoko Ono y
Olivia Harrison, las viudas de los desaparecidos John Lennon y George Harrison.
La cinta recapitula en líneas generales la trayectoria del grupo, su rápido
ascenso al estrellato entre 1962 y 1966, centrándose principalmente en las
extenuantes giras de conciertos que les obligó a tener un trepidante ritmo de
vida. Desde sus inicios en The Cavern y su primera aparición en televisión a
través del show de Ed Sullivan hasta su último directo realizado en San
Francisco ante la locura exacerbada de miles de seguidores.
Hablar de la formación inglesa también conlleva las
constantes imágenes de lo que posteriormente se conoció como “el fenómeno fan”, gente enloquecida que llegaba al éxtasis con cada movimiento de cabeza de los
cuatro sobre el escenario. Un baño histérico de multitudes que realmente vivía
con extrema felicidad cada segundo de sus espectáculos. Howard no duda en
adjuntar un buen repertorio sobre el tema, logrando arrancar más de una
sonrisa entre hombres de seguridad más estresados que de costumbre o alguna
madre repartiendo pañuelos a las inconsolables jóvenes. A este tipo de
experiencias, se unen las declaraciones de testigos de tal triunfo musical,
como las actrices Sigourney Weaver y Whoopi Goldberg, que hicieron todo lo
posible por asistir a diferentes citas de la primera gira estadounidense de The
Beatles; el cantante Elvis Costello o el afamado periodista Jon Savage, que
explica su visión de la época ante el cambio de mentalidad que propiciaron
cuatro británicos un tanto rebeldes que solía dar ruedas de prensa en las que
no dudaban en soltar lo primero que se les viniese a la cabeza.
Al respecto, y con el desarrollo del documental, es
perceptible que ninguna de las aportaciones de Howard desvela nada nuevo en el
panorama “beatlemaníaco”. Sin embargo, su dinamismo tanto visual como narrativo
consigue mantener nuestra atención a lo largo de los 110 minutos de metraje con
una facilidad pasmosa, aspecto que se acentúa, aún más, con alguna anécdota
de lo más descarada. Y es que, precisamente, esa actitud impulsiva les ocasionó
más de un disgusto en el que, incluso, se tuvo que pedir perdón
públicamente en su conquista del mercado norteamericano. El autor también se
detiene en otro peliagudo asunto como fue la segregación racial propia de la
época, con la que el cuarteto supo lidiar a la perfección al declarar que a sus
conciertos se permitía asistir a todo tipo de público independientemente de su
raza. Bien pudiera ser un acto de valentía o de rebeldía, pero lo que sí es
cierto es que aquél gesto les podría haber costado el rechazo de colectivos más
conservadores que parecían estar en pie de guerra constantemente, siempre en
busca del más mínimo detalle para hacerse notar.
Entre tanta información, el cineasta también dedica unos
instantes a la labor realizada por su mánager, Brian Epstein, tildado de casi
visionario, puesto que supo ver la esencia de un simple cuarteto de Liverpool y
explotarla tan sólo con un cambio de imagen. Otra mención especial destaca
entre el recorrido histórico, la del productor George Martin, que supuso un
gran apoyo para los jóvenes ante un ambicioso proyecto que cosecharía un éxito
y unas ganancias totalmente impensables. Junto a ellos, desfilan un sinfín de
recuerdos entre conciertos y meses de rodaje para “Qué Noche la de Aquél
Día” (1964) y “¡Socorro!” (1965), los largometrajes que el director británico
Richard Lester, pero, realmente, la banda disfrutaba al máximo de los momentos
en los que se encerraban en el estudio para dar rienda suelta a sus inquietas
y creativas mentes, por lo que, tras una exhaustiva época de giras, discos y películas, su
deseo de permanecer encerrados para grabar más trabajos tomó mayor importancia. Acompañando a la madurez
de sus vidas, la esencia de The Beatles pasó por diferentes fases que Howard
recorre a gran velocidad y sin pausa para concluir en un final más que digno,
el último directo de la banda sobre la mítica azotea de los estudios de Apple
Corps en Londres al son de “Don’t Let Me Down”.
Su despedida anuncia, tras los créditos, un maravilloso
regalo para los fans que sólo es emitido en gran pantalla y no en su edición en
DVD, el concierto realizado el 15 de agosto de 1965 en el Shea Stadium de Nueva
York. Todo un placer para la vista y, por supuesto, los oídos al disfrutar de
30 minutos de los 50 grabados originalmente, en los que, con una resolución 4K
y un sonido perfectamente pulido que deja atrás los gritos ensordecedores de
los 56.000 asistentes, suenan “Twist and Shout”, “Can’t Buy Me Love”, “Ticket
To Ride” o “Help!”, que, como es evidente, forman parte de una banda sonora
esencial que reúne las canciones más míticas de la formación. “The Beatles:
Eight Days a Week” no deja de ser otro homenaje reseñable y entretenido de un
grupo que nunca esperó obtener tal éxito y mucho menos ofrecer un soplo de aire
fresco a una sociedad que realmente lo necesitaba.
Lo mejor: Howard sabe cómo aportar dinamismo a una historia
demasiado explotada. El material inédito que se aporta al final de la cinta y
que, por desgracia, parece ser efímero.
Lo peor: no deja de ser un documental para los grandes
seguidores de The Beatles y para esas nuevas generaciones que deseen conocer
unas pinceladas de este gran fenómeno.
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