viernes, 8 de julio de 2016

A LA SOMBRA DE LA HISTORIA (2015)



En 2009, el director alemán Werner Herzog decidió tomarse un respiro de la ficción y volver al género documental con “Happy People: A Year in the Taiga” (2010), un bello retrato helado de los cazadores siberianos que daría paso a 5 piezas más, cada una de ellas enfocada a cuestiones como el arte pictórico rupestre, las penas en una cárcel de máxima seguridad, que, incluso, daría para una miniserie de 4 episodios; o sobre las consecuencias del teléfono móvil. Una etapa que se cierra nuevamente con la creación del biopic de Gertrude Bells, “La Reina del Desierto”, una obra presentada en el Festival de Berlín de 2015 que supone, para el autor, la primera incursión de una protagonista femenina en una de sus películas.

No se trata de una mujer cualquiera. En esta ocasión, la heroína fue una importante escritora, antropóloga y exploradora que formaría parte de la historia del siglo XX, a pesar de mantenerse a la sombra del famoso Lawrence de Arabia. La película centra su trama en la toma de conciencia y el impulso de libertad que siente la joven, momento en el que Gertrude (Nicole Kidman) decide visitar los últimos resquicios del Imperio Otomano y cruzar el desierto para conocer de cerca a los beduinos, una idea impulsada por su primer amor, el secretario de la embajada británica en la antigua Persia, Henry Cadogan (James Franco); respaldada por el coronel Charles Doughty-Wylie (Damian Lewis), con quien tendrá un pequeño affair; y admirada por el pretencioso militar Thomas Edward Lawrence (Robert Pattinson).

Pese a las exquisitas aventuras que se desprenden de la vida de tan única mujer, el autor no logra transmitir un mínimo atractivo por la trama, que, por desgracia, cae en las redes del melodrama, cediendo el mayor tiempo al romance y sentimentalismo y dejando a un lado lo que realmente podría haber proporcionado más encanto y fascinación a la mente del espectador, como es su apetecible viaje por tan áridas tierras y las experiencias que de él se desprendieron. Los forzados momentos entre Bells, Cadogan y, en especial, Doughty-Wylie hacen que el ritmo caiga por completo, a pesar de que el amor sea una pieza clave en las decisiones que tomó la exploradora. La falta de riesgo por parte de Herzog le pasa factura en una historia que, de haberse aprovechado en condiciones, podría haberle sacado un gran potencial.

Cada detalle queda suavizado con una fórmula demasiado clásica dentro del género, restando libertad y verosimilitud a una narración tristemente plana. Los instantes en los que navegamos entre pueblos en disputa mejoran esta linealidad, pero los diálogos entre la protagonista y los líderes apenas poseen unas pocas palabras con escaso interés, a excepción de su desenlace, en donde se dedican unas líneas a definir a tan increíble mujer. Se menciona que Bells fue “una reina sin corona” y tal vez así fuera a causa del apoyo que brindó a oriente, pero la trama no termina de desarrollar ese aspecto de ella y no por falta de tiempo. Durante las más de dos horas de metraje, el cineasta prescinde totalmente de su propia autoría para crear un producto más que desconcertante, una mediocre biografía que, al menos, cuenta con un elenco de renombre.

Nicole Kidman comienza interpretando a la joven con poco atino y credibilidad, aunque, con el transcurso de la cinta, parece dominar cada vez mejor el papel de la valiente historiadora. Sin embargo, pese a los esfuerzos de la aclamada actriz, su trabajo se ve afectado por los fallos del guion. Sus otros dos compañeros, Franco y Lewis, se mantienen en un segundo plano, representando a dos personajes que simbolizan el romanticismo y la pasión y que marcan las etapas sentimentales por las que pasó Bells en su vida íntima. A ellos se une el joven Pattinson con una actuación prácticamente anecdótica de Lawrence de Arabia y, lo que es peor, muy poco creíble.  

El director de fotografía Peter Zeitlinger continúa colaborando con Herzog desde el documental biografíco “Gesualdo: Death for Five Voices” (1995), sobre la figura enigmática del príncipe Don Carlo Gesualdo. En esta ocasión, realiza una labor magnífica a través de la exploración del paisaje, con hipnóticos planos generales del bello desierto, de sus olas de arena y de los cielos despejados de intenso tono cálido. Utilizando el cercano Sahara como escenario, toma protagonismo por sí sólo, acompañando a la protagonista por sus peligrosas aventuras en una época en la que la mujer no tenía autoridad ni presencia. Sin duda, su imagen es uno de los elementos que enriquecen la película, asumiendo con majestuosidad instantes en los que los personajes apenas tienen presencia. 

Cuesta pensar que “La Reina del Desierto” sea obra de uno de los más estimulantes autores contemporáneos y, pese a que sería fácil decir que es totalmente innecesaria en la trayectoria del autor por los increíbles errores en una narración de tanto potencial, hay que destacar el fabuloso trabajo técnico al que se suma una excelente banda sonora a cargo del compositor Klaus Badelt, popularmente conocido por su trabajo en “La Máquina del Tiempo” (Simon Wells, 2002), la taquillera “Piratas del Caribe. La Maldición de la Perla Negra” (Gore Verbinski, 2003) o en “Catwoman” (Pitof, 2004). Es inevitable pensar en la decepción que supone esta fatídica producción, pero es importante señalar que, gracias a ella, muchos espectadores conocerán la existencia de quien permaneció a la sombra de la historia, de una interesante mujer y sus inspiradoras aventuras.

Lo mejor: su calidad técnica, con una fascinante fotografía y una magnética banda sonora.

Lo peor: el romance ralentiza por completo una narración que contaba con un gran interés. En lugar de centrarse demasiado en los amoríos de Bells, hubiera sido más enriquecedor si la trama hubiera girado en torno a su experiencia en el Imperio Otomano y en el por qué debe ser recordada.


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