En 2009, el director alemán Werner Herzog decidió tomarse un
respiro de la ficción y volver al género documental con “Happy People: A Year
in the Taiga” (2010), un bello retrato helado de los cazadores siberianos que
daría paso a 5 piezas más, cada una de ellas enfocada a cuestiones como el arte
pictórico rupestre, las penas en una cárcel de máxima seguridad, que, incluso,
daría para una miniserie de 4 episodios; o sobre las consecuencias del teléfono
móvil. Una etapa que se cierra nuevamente con la creación del biopic de
Gertrude Bells, “La Reina del Desierto”, una obra presentada en el Festival
de Berlín de 2015 que supone, para el autor, la primera incursión de una protagonista
femenina en una de sus películas.
No se trata de una mujer cualquiera. En esta ocasión, la heroína
fue una importante escritora, antropóloga y exploradora que formaría parte de
la historia del siglo XX, a pesar de mantenerse a la sombra del famoso Lawrence
de Arabia. La película centra su trama en la toma de conciencia y el impulso de libertad que siente la joven, momento en el que Gertrude (Nicole Kidman) decide visitar los últimos resquicios del Imperio
Otomano y cruzar el desierto para conocer de cerca a los beduinos, una idea
impulsada por su primer amor, el secretario de la embajada británica en la
antigua Persia, Henry Cadogan (James Franco); respaldada por el coronel Charles
Doughty-Wylie (Damian Lewis), con quien tendrá un pequeño affair; y admirada
por el pretencioso militar Thomas Edward Lawrence (Robert Pattinson).
Pese a las exquisitas aventuras que se desprenden de la vida
de tan única mujer, el autor no logra transmitir un mínimo atractivo por la
trama, que, por desgracia, cae en las redes del melodrama, cediendo el mayor
tiempo al romance y sentimentalismo y dejando a un lado lo que realmente podría
haber proporcionado más encanto y fascinación a la mente del espectador, como
es su apetecible viaje por tan áridas tierras y las experiencias que de él se
desprendieron. Los forzados momentos entre Bells, Cadogan y, en especial,
Doughty-Wylie hacen que el ritmo caiga por completo, a pesar de que el amor sea
una pieza clave en las decisiones que tomó la exploradora. La falta de riesgo
por parte de Herzog le pasa factura en una historia que, de haberse aprovechado
en condiciones, podría haberle sacado un gran potencial.
Cada detalle queda suavizado con una fórmula demasiado
clásica dentro del género, restando libertad y verosimilitud a una narración
tristemente plana. Los instantes en los que navegamos entre pueblos en disputa
mejoran esta linealidad, pero los diálogos entre la protagonista y los líderes
apenas poseen unas pocas palabras con escaso interés, a excepción de su desenlace, en
donde se dedican unas líneas a definir a tan increíble mujer. Se menciona que
Bells fue “una reina sin corona” y tal vez así fuera a causa del apoyo que
brindó a oriente, pero la trama no termina de desarrollar ese aspecto de ella y
no por falta de tiempo. Durante las más de dos horas de metraje, el cineasta prescinde totalmente de su propia autoría para crear un producto más que
desconcertante, una mediocre biografía que, al menos, cuenta con un elenco de renombre.
Nicole Kidman comienza interpretando a la joven con poco
atino y credibilidad, aunque, con el transcurso de la cinta, parece dominar
cada vez mejor el papel de la valiente historiadora. Sin embargo, pese a los
esfuerzos de la aclamada actriz, su trabajo se ve afectado por los fallos del
guion. Sus otros dos compañeros, Franco y Lewis, se mantienen en un segundo
plano, representando a dos personajes que simbolizan el romanticismo y la
pasión y que marcan las etapas sentimentales por las que pasó Bells en su vida íntima. A
ellos se une el joven Pattinson con una actuación prácticamente anecdótica de
Lawrence de Arabia y, lo que es peor, muy poco creíble.
El director de fotografía Peter Zeitlinger continúa
colaborando con Herzog desde el documental biografíco “Gesualdo: Death for Five
Voices” (1995), sobre la figura enigmática del príncipe Don Carlo Gesualdo. En
esta ocasión, realiza una labor magnífica a través de la exploración del
paisaje, con hipnóticos planos generales del bello desierto, de sus olas de
arena y de los cielos despejados de intenso tono cálido. Utilizando el cercano
Sahara como escenario, toma protagonismo por sí sólo, acompañando a la
protagonista por sus peligrosas aventuras en una época en la que la mujer no
tenía autoridad ni presencia. Sin duda, su imagen es uno de los elementos que
enriquecen la película, asumiendo con majestuosidad instantes en los que los
personajes apenas tienen presencia.
Cuesta pensar que “La Reina del Desierto” sea obra de uno de
los más estimulantes autores contemporáneos y, pese a que sería fácil decir que
es totalmente innecesaria en la trayectoria del autor por los increíbles
errores en una narración de tanto potencial, hay que destacar el fabuloso
trabajo técnico al que se suma una excelente banda sonora a cargo del
compositor Klaus Badelt, popularmente conocido por su trabajo en “La Máquina
del Tiempo” (Simon Wells, 2002), la taquillera “Piratas del Caribe. La
Maldición de la Perla Negra” (Gore Verbinski, 2003) o en “Catwoman” (Pitof,
2004). Es inevitable pensar en la decepción que supone esta fatídica
producción, pero es importante señalar que, gracias a ella, muchos espectadores
conocerán la existencia de quien permaneció a la sombra de la historia, de una
interesante mujer y sus inspiradoras aventuras.
Lo mejor: su calidad técnica, con una fascinante fotografía y
una magnética banda sonora.
Lo peor: el romance ralentiza por completo una narración que
contaba con un gran interés. En lugar de centrarse demasiado en los amoríos de Bells, hubiera sido más enriquecedor si la trama hubiera girado en torno a su experiencia en el Imperio Otomano y en el por qué debe ser recordada.
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