Uno nunca sabe cómo evitar los obstáculos de esta
vida, cómo no tropezar con las piedras puestas en el camino. El ser humano
tampoco está preparado de antemano para superar las desgracias, sino que, una
vez suceden, cada persona responde de forma inesperada, ya sea poniéndose en
manos de un profesional, acudiendo a sus más allegados para desahogarse o
cerrarse en sí mismo con el fin de pasar el mal trago cuanto antes. La muerte
es el hecho más seguro, lo que sabemos que sucederá tarde o temprano, pero
nadie está capacitado para enfrentarse a ella. Es imposible superar la pérdida
de un ser querido, sino que tan sólo nos queda aprender a vivir con su ausencia
e ir restaurando la rutina poco a poco.
Con esta premisa se construye "Demolición", del director
canadiense Jean-Marc Vallée, que sigue profundizando en la sensibilidad de las
emociones, en historias humanas de contenido reflexivo y gran calado. El
misticismo romántico de “Café de Flore” (2011) y la oscarizada “Dallas Buyers
Club” (2013) dieron paso a una etapa en la que el autor prefiere experimentar
con la fortaleza de sus protagonistas. Si con “Alma Salvaje” (2014) veíamos
cómo Cheryl Strayed (Reesse Witherspoon) se refugiaba en la naturaleza tras su
divorcio y el fallecimiento de su madre, en “Demolición” se pasa el testigo a
Davis Mitchell (Jake Gyllenhaal), un ejecutivo de éxito que trabaja para su
suegro, Phil (Chris Cooper), y que, inesperadamente, ve cómo su día a día se
quiebra en el instante en el que se entera de que su esposa, Julia (Heather
Lind), tiene un fatídico accidente de tráfico. Con los sentimientos a flor de
piel, acaba peleándose en el hospital con una máquina de refrescos que se queda
con su dinero, por lo que decide ponerse en contacto con la compañía y poner
una queja. Así es como conoce a Karen (Naomi Watts), que atiende el teléfono de
la empresa y que recibe sus cartas de protesta; y a su hijo Chris (Judah
Lewis), en quien encontrará una amistad y apoyo que otros no son capaces de
brindarle.
A través de su
título, es fácil suponer que el personaje de Davis entre en un estado de caos
ante el infortunio y, sin embargo, se produce un trastoque de su realidad que
le lleva a aclarar sus propios pensamientos. Es, por tanto, una narración de
doble filo, en la que no se ofrece ningún tipo de sorpresas ni giros
inesperados, pero sí una especie de consuelo imaginativo que no recurre en
efectos melodramáticos ni dosis esperanzadoras que edulcoren la trama. El
cineasta prefiere pecar de sencillez y credibilidad para cautivar, desgranando
cada detalle para no caer en interpretaciones innecesarias, pero mostrando un
proceso de crecimiento psicológico que se extiende a lo largo de los 100
minutos de metraje. Davis se ve forzado a reconstruir su vida, pero esta vez a
su manera, sin emociones controladas, sin actos políticamente correctos y sin
tener que verse obligado a hacer nada.
A fuego lento, el drama deja pequeñas semillas de un
exquisito toque de comicidad, suavizando ciertos golpes que, en conjunto, son
demoledores por su inevitable empatía. Vallée captura nuestra atención desde el
primer instante con una facilidad pasmosa no por lo que sucede, sino por cómo
es capaz de encarar su propia creación, ese bloqueo emocional que sufre Davis y
cómo su alrededor se ve involucrado de formas muy diferentes. Unos personajes
que le conducen por el camino que él desea y que van completando la perspectiva
que ofrece “Demolición”.
Gyllenhaal es quien soporta el peso de toda la cinta. Más
carismático que en otras ocasiones, logra desplegar todas sus dotes
interpretativas en un trabajo totalmente impecable que transmite todo tipo de
emociones. Davis no es ningún héroe, sino que posee multitud de contrastes, de
sombras ocultas que hasta el accidente de su mujer no había mostrado y que
mucho menos conocía, lo que le lleva a proyectar un desarrollo psicológico realmente
complicado. Por su parte, Watts, en un segundo plano y con un personaje en el
que no se profundiza del todo, pasa desapercibida, llegando a ser
incluso innecesaria con el transcurso de la película. En cambio, su hijo Chris,
encarnado por toda una joven promesa como Lewis, capta toda la atención al
compartir escenas con Gyllenhaal en las que se respira una química
prácticamente hipnótica. Muy destacable es la labor realizada por Cooper, que,
en su papel de suegro y de padre que ha perdido inesperadamente a su hija,
proyecta fuertes emociones de desgarro e incomprensión, de constante lucha
entre su dolor y la inexplicable conducta que tiene su yerno.
El director de fotografía Yves Bélanger complementa el
sencillo montaje del autor con una imagen cada vez más minimalista y una
neutralidad cromática sumamente potente que, incluso, parece nublar nuestra
vista, tal y como le ocurre a Davis. Tras colaborar en producciones de la talla
de “Brooklyn” (John Crowley, 2015) o “Laurence Anyways” (Xavier Dolan, 2012),
vuelve a formar equipo con Vallée después de los proyectos “Dallas Buyer Club”
y “Alma Salvaje”. Tal vez “Demolición” tiene una presencia más pequeña
comparado con sus títulos de mayor éxito, pero lo que sí es cierto es que el
autor se encuentra en plena forma, profundizando en la psique de sus
personajes con grandes dosis de sinceridad y realidad y dejando las emociones a
flor de piel.
Lo mejor: el desarrollo psicológico del protagonista. La cautivadora
sencillez con la que plasma una historia que no nos es tan desconocida.
Lo peor: ciertos personajes secundarios no reciben la
atención merecida.
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