El cine no
narrativo sobrevive en los márgenes relegado a viejos clichés que restan su
interés entre la audiencia general. Una alternativa infravalorada que siempre guarda
sorpresas en su interior y que aporta experiencias únicas en su visionado, pero
que, al igual que sucede en la historia del cine mundial, ha dejado en el
olvido nombres que en los últimos años se han tratado de reivindicar, especialmente
aquellas cineastas que han aportado una importante contribución al cine
experimental, como fueron Shirley Clarke, Storm de Hirsch o Marie Menken, entre
otras muchas que, con el transcurso del tiempo, la historia les otorgará su
lugar.
Así sucedió también con
la artista y directora norteamericana Sara Kathryn Arledge, tristemente
olvidada entre las vanguardias cinematográficas y hasta incluso ensombrecida
por la figura de Maya Deren, cineasta con la que coincide temporalmente y que
recobró su fama gracias a la gran influencia de sus obras en la filmografía de
David Lynch. Formada en pintura y baile, es fácil observar que su mayor interés
residía en la representación del cuerpo humano en movimiento, precisamente a
través de la danza y el esteticismo. Es en “Introspection” (1947) en donde se
puede apreciar estas inquietudes desde diversas perspectivas y ángulos. Este
“cine-dance”, del que es considerada pionera junto a Deren, combina diversos
matices entre láminas de gel de colores vivos a modo de filtros y superposiciones
que envuelven los cuerpos entre telas y los rostros maquillados sobre un fondo
eternamente oscuro e infinito. Una distorsión hipnótica que canaliza la expresión
corpórea más poética y simbólica.