Pocas veces es tan divertido que una proyección deje de funcionar
correctamente como sucede en “Una Película Estropeada” (“Onboro Filmu” /
“Broken Down Film”). El director y guionista japonés Osamu Tezuka era
considerado el “Dios del Manga” y precisamente esta pieza es una más de sus
tantas obras que demuestran el precoz talento que poseía para la animación. En
esta ocasión, el autor realiza un claro homenaje a las primeras etapas del
séptimo arte. Un cortometraje mudo, en blanco y negro (salvo unos pocos segundos de ensoñación, en donde regresa el color), con granulado y suciedad que,
además, se centra por completo en el género del western desde un punto de vista
paródico y paradójico cuanto menos, puesto que no deja de ser un escenario
occidental bajo la mano de un oriental, creando así una fusión de influencias
recíprocas.
Esta coproducción japonesa y canadiense fue presentada en la
primera edición del Festival Internacional de Hiroshima de 1985, alzándose con
el gran premio, y no es para menos. La simpatía que despierta no es
interrumpida por ese matiz experimental que posee. Al contrario, son los
extraños cortes, los reencuadres, interrumpciones y efectos creados por la proyección del
rollo los que aportan la diversión ante la loable pretensión de un vaquero por
rescatar a la típica damisela en apuros, que se encuentra atada a las vías del
tren. Nuestro héroe descubre que, a parte de tener que salvarla, también debe plantar cara al
bandido y sortear los obstáculos que crea la dichosa película estropeada con todos los curiosos recursos que tiene a mano.
Un mundo caricaturesco que regresó al panorama internacional
en el Future Film Festival de 2002 de manos de Tezuka Productions, tras haber
permanecido tantos años a la sombra. Es más, fue incluido en “Animación
Experimental de Tezuka”, un DVD editado por Divisa Red en 2007 y que también
aglutina otros tantos metrajes de gran valor cinematográfico en los que el autor despliega su talento desde el
punto de vista más artístico. “Una Película Estropeada” supone una brillante
obra a pesar de haber transcurrido varias décadas. Independientemente de los
homenajes que Tezuka pretendía hacer, lo cierto es que de él se desprende
claramente su admiración por el séptimo arte y, sobre todo, su soporte más material, el
celuloide. Por eso mismo, muchos consideran esta pieza como una de sus mejores
creaciones, en la que demuestra, además, el gran potencial que puede llegar a ofrecer el cine
de animación.
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