Su primera pieza, “Soul of the Cypress” (1921), venía inspirada por
el mito de Orfeo, demostrando los primeros pasos del talento creativo y
artístico que poseía. Sin embargo, antes de adentrarse en las vanguardias
europeas que tanto estaban de moda durante la época y de estrechar lazos y ser
influido por los importantes artistas del dadaísmo como Léger o Man Ray, Murphy
experimentó con el montaje a través de “Danse Macabre”, su quinto trabajo, una
obra inusual que navega entre los géneros de terror, fantástico y,
curiosamente, musical. Aunque estemos ante un metraje mudo, la composición
original, que pertenecía al director de orquesta parisino Camille Saint-Saens,
es, sin duda, indispensable. Sin ella, la obra perdería todo su significado.
El autor nos sitúa en España, un país asolado por una plaga
mortal que acecha en cada rincón de forma despiadada. Huyendo de este panorama, una joven pareja de
enamorados (Adolph Bolm y Ruth Page) se refugian en el interior de un tétrico
castillo. Ambos bailan, saltan, se besan y, en definitiva, disfrutan del Amor y
la Juventud a pesar del ambiente tan desolador que les rodea. Sin embargo, la Muerte (Olin Howland) hace su presencia, tratando de arrebatarles la felicidad
de la que hacen gala. Una sencilla historia desarrollada en apenas 6 minutos que,
en realidad, supone el ejemplo perfecto de la delicadeza artística que poseía
Murphy.
El bailarín de ballet de procedencia rusa, Adolph Bolm
llegaba al mundo del cine por primera vez, aprovechando una dura lesión que le
mantuvo un tiempo apartado de los escenarios. En esta ocasión, no sólo se
encargaría de interpretar el papel de Juventud, sino que, además, la
coreografía de los dos protagonistas correría a cargo suyo. A su lado, Amor,
encarnado por la bailarina estadounidense Ruth Page, que realizaba un pequeño
coqueteo con el séptimo arte tras debutar en Broadway. Sin embargo, tras la
cadavérica Muerte se esconde el rostro más conocido de los tres, un eterno secundario en la industria hollywoodiense que fue testigo directo de la época dorada del drama y del western.
El actor Olin Howland apenas comenzaba su carrera profesional con “Danse
Macabre”, aunque años más tarde trabajará a las órdenes de renombrados
cineastas como Michael Curtiz, en “The Case of the Curious Bride” (1935), o en
grandes blockbusters, como “Lo que el Viento se Llevó” (Victor Fleming, 1939).
Murphy crea una fantasmagórica atmósfera sobradamente
cautivadora, focalizando la iluminación al extremo con una clara influencia
del expresionismo alemán. Juventud y Amor son los grandes protagonistas, a los
que únicamente nos acercamos a partir de planos medios, mientras que la Muerte emerge como
un inmenso espejismo gracias a las superposiciones, engrandeciendo su tamaño y,
por consiguiente, su presencia. El contexto es hostil y el destino parece estar
ya escrito. “Danse Macabre” se convirtió en el último metraje que vería la luz
bajo la productora Visual Symphony Productions por falta de financiación. Pese
a ello, Murphy aprovechó tal oportunidad como si de un visionario
cinematográfico se tratase, revelando la gran importancia del sonido para el
séptimo arte.
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