Hay
quienes nacen con estrella, con un destino que asciende directamente a los
cielos de la fama, pero, tras ello, se esconden grandes historias, horas de
metrajes que van más allá de los clásicos biopics y que tratan de destapar la
vida real de quienes se escondían tras nombres poderosos, nombres que, ya de
por sí, eran una marca de éxito. Pocos conocen la realidad de Michał Waszyński,
un director, productor y guionista polaco que creía en la auténtica magia del
cine por encima de todo, pero cuya realidad estaba construída a base de rumores creados a su alrededor y fantasías asimiladas por él mismo. Un profesional del séptimo arte que aglutinó casi 40
largometrajes en su filmografía y que se hacía llamar el Príncipe Waszyński.
Sin embargo, más allá de esta faceta popular, se encontraba el verdadero Moshe
Waks, de origen judío, que comenzó su aventura en Varsovia tras ser expulsado de la
comunidad en la que creció por su ferviente inquietud por la existencia de
demonios.
Durante
sus años en la capital polaca, Waks pudo cumplir uno de sus sueños, debutar en
la dirección con la película “The Dybbuk” (1937), que, aunque no cosechó buenos
resultados, acabó desvelando más de sí mismo de lo que le hubiera gustado. Es más, su ópera prima causó un gran revuelo en el gobierno nazi, sembrando una gran controversia y, por supuesto, siendo perseguida para su prohibición. A pesar de que tan sólo se trataba de una adaptación de una famosa ópera, la pieza trataba cuestiones sobre el judaísmo y la brujería, todo un delicioso manjar para el apetito voraz de la censura. Obra
y director dan título al documental de los cineastas polacos Elwira Niewiera y
Piotr Rosolowski, “El Príncipe y el Dybbuk”, una coproducción polaco-alemana de poco más de 80 minutos que
concentra los años más importantes de esta personalidad y que logró alzarse con
un galardón en el Festival de Venecia de 2017.
Durante su juventud, desempeñó varios trabajos en pequeños rodajes de pocas semanas que únicamente
le aportaban experiencia, pero nunca calidad. No obstante, su camino se torció
con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, momento en el que decidió marchar a Irán e Irak
para, supuestamente, luchar con el ejército. Nada más lejos de la realidad, su única función
era la de cineasta propagandístico. Niewiera y Rosolowski aportan cierto sabor
al documental con este episodio de la vida de Waks. Los toques humorísticos en
los diálogos entre dos veteranos de guerra propician grandes momentos que
desvelan aspectos más anecdóticos para dejar paso a su primer y único
matrimonio, celebrado tan sólo un año después de finalizar la contienda. La
viuda María Dolores Tarantini, una mujer adinerada que prácticamente apadrinó
al director, se acabó convirtiendo en su esposa, aunque todo terminaría meses
más tarde con su fallecimiento.
Su
etapa de “don nadie” había terminado, puesto que, desde ese instante, Waks
comenzó a codearse con la “crème de la crème”, esas grandes personalidades que
frecuentaban Italia desde finales de los años 40 y que eclipsaron por completo
con su “Dolce Vita”. Pudo conocer al gran cineasta Orson Welles, actrices como
Audrey Hepburn, Ava Gardner o Sophia Loren e importantes productores con los
que tarde o temprano acabaría colaborando, siendo felizmente arrastrado hasta
Madrid, lugar en el que terminaron creando una antigua Roma en pleno campo y a
golpe de talonario para producir “La Caída del Imperio Romano” (Anthony Mann,
1964), ganadora de un Globo de Oro por su banda sonora, pero también la
película más cara de la historia del cine hasta ese momento. Sin embargo, tras el
estrellato, tras los lujos y el deseo por ser reconocido como un verdadero
príncipe, aspectos por los que cada uno de los entrevistados le recuerda, lo
cierto es que se escondía una persona que nunca llegó a mostrarse como era.
Todos resaltan sus aires aristocráticos y su gran educación, pero pocos eran
conscientes de las vivencias de un hombre nacido en una comunidad judía en tan
tumultuosos años de principios del siglo XX.
Waks
era puro misterio, fácilmente palpable gracias a la labor fotográfica de
Rosolowski. Esa atmósfera casi siniestra le acompaña a cada instante, pese a
estar rodeado de brillos y riqueza. Todo un perfecto desconocido de varias
facetas, a cada cual más interesante, pero cuyo mayor enigma acaba siendo desvelado en pleno
clímax del metraje de forma acertada, concentrando los dilemas y obsesiones de
quien parecía no estar preocupado por su día a día. El Príncipe seguía pensando
en su ópera prima, en aquella que destapó más de la cuenta y que pocos supieron
reconocer y comprender, aquella que le persiguió en sus sueños y pesadillas, que fue odiada
por el mismísimo Ministro de Propaganda del Tercer Reich, Joseph Goebbels; y
que le recordaba quién era verdaderamente él.
El
trabajo de documentación del que hacen gala Niewiera y Rosolowski es
francamente brillante, desenredando una vieja telaraña hecha de nudos e
incógnitas bajo la tétrica atmósfera que despliega un misterioso príncipe,
conocido por su perfeccionismo como el consagrado productor Mike o Michael, por
su aura aristocrática en el exilio, por sus fantasías convertidas en realidad,
por esas obsesiones que le llevaban a recordar quién era él en lo más profundo
de su ser. El Príncipe Waszyński falleció en Madrid en 1965 y aún hoy en día se
recuerda aquel escenario sobre el que desfilaron soldados romanos, una aturdida
Sophia Loren y, en definitiva, un hombre capaz de hacer realidad un universo
inimaginable en lo que hoy es tan sólo un campo en el olvido.
Lo mejor: descubrir una más que interesante vida que aún sigue guardando grandes secretos.
Lo peor: pequeños altibajos en su ritmo que no terminan por afectar el trabajo final de los cineastas.
Lo mejor: descubrir una más que interesante vida que aún sigue guardando grandes secretos.
Lo peor: pequeños altibajos en su ritmo que no terminan por afectar el trabajo final de los cineastas.
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