miércoles, 27 de junio de 2018

LA VIOLENCIA DEL LUJO (2018)


Controvertida, sin duda, fue la presentación en Sundance de la obra de la directora sueca Isabella Eklöf, “Holiday”, una coproducción entre Dinamarca, Holanda y Suecia que, para muchos, rebasaba los límites de una ficción. Sea una opinión exagerada o no, lo cierto es que la cinta no pasa desapercibida, dejando una fuerte impresión en quien se adentra en el paradisíaco ambiente de Bodrum, en Turquía, lugar en el que se produce un cambio en la vida de Sascha (Victoria Carmen Sonne). Con guion a cargo de Johanne Algren y la propia cineasta, la historia se sumerge en la violencia y abusos entre personajes que sirven para marcar bien el poder de quien somete, bien la pasividad de quien funciona como una especie de trofeo.

La joven Sascha se siente feliz por llegar por fin a su destino vacacional, en donde se reunirá con su novio, Michael (Lay Yde), el jefe de toda una red de tráfico de drogas que pretende disfrutar de las playas turcas junto a algunos de sus trabajadores. Sascha queda sometida ante su presencia, cumpliendo con los deseos de su pareja en todo momento hasta la llegada de Thomas (Thijs Römer), un empresario holandés que se acerca con gran simpatía a la chica. La vida de los tres cambia totalmente, desatando nuevas afinidades, celos, agresividad, accidentes, palabras dolientes y silencios incómodos para desembocar en un final inesperado que acaba normalizando la tensa situación.

Eklöf presenta un trabajo en el que la violencia campa a sus anchas desde el primer instante. Desarrollada a fuego lento y con un pulso narrativo de lo más acertado, la trama parece transmitir una sensación de pasividad extrema en su primera mitad. Sin embargo, pareciera toda una preparación psicológica para lo que nos espera en los restantes minutos del metraje. Sasha se deja engañar por el lujo con el que cubre su frustración, una vida sucumbida a la desgracia abocada al más absoluto fracaso. Pero ¿por qué debería salir algo bien? Precisamente, su rutina se rompe con la presencia de Thomas. ¿Es, acaso, él su única oportunidad de salir del oscuro pozo en el que permanece encerrada? Sasha es más consciente que nunca de que un nuevo horizonte podría presentarse gracias a la afable personalidad de Thomas, pero no todo es tan fácil como debería ser.

La cineasta no se conforma con dejar entrever la violencia con la que es sometida la protagonista, sino que, además, ofrece diversas oportunidades para experimentarla, propiciando una escena de lo más explícita para asombro de muchos espectadores. El impacto que supone su visualización convierte el acto en real, en una especie de bocanada cruel que prácticamente deja sin aliento. Tal es así que, a partir de tal escena, todo se retuerce brutalmente, buscando el lado más sombrío de los personajes hasta atizarnos fuertemente con un clímax inesperado por su consecución, por cómo se desarrollan las elecciones y acciones. Poco más vamos a conocer de la vida, mente y emociones de Sasha, una joven que apenas muestra sensaciones o sentimientos, que simplemente se deja llevar por la situación sin pensar demasiado en las consecuencias. Impulsiva y, peor aún, irracional o tal vez excesivamente racional. Aunque, en un primer momento, parece no darse cuenta de lo que le rodea y mucho menos de comprender hacia dónde se dirige su presente, la cierto es que se ha abandonado a una vida repleta de lujos, sin preocupaciones materiales.

Eso sí, es difícil pasar por alto algunos fallos en el sonido, los clichés de los que se compone el personaje del mafioso, Michael, y mucho menos vamos a conocer mínimamente a Thomas, a pesar de presentarse como un camino mucho más aceptable que su polo opuesto. Junto a este alejamiento forzado, Eklöf evita en todo momento juzgar abiertamente a sus marionetas y, por eso mismo, la moralidad se entrelaza indirectamente en lo que parece inevitable juzgar. Una vida narcisista que únicamente se puede obtener si se paga un precio muy alto y que, bajo toda esa capa blanquecina de pura perfección, se esconde lo más putrefacto de un corrompido ser humano. Sasha, una muñeca rota más en nuestra realidad, un número que le victimiza, un trofeo al que mostrar en público. Una comedida Victoria Carmen Sonne encarna la ruptura definitiva de la inocencia con un trabajo muy notable, aunque sus anteriores interpretaciones en “La Mejor Generación” (Rasmus Jeisterberg, 2016) y en “Vinterbrødre” (Hlynur Palmason, 2017) le aportaron una mayor recompensa.

El director de fotografía danés Nadim Carlsen lleva a cabo un trabajo limpio, impoluto, destacando a conciencia el paraíso sobre el que descansa Sasha. Sin embargo, todo se convierte en un mero acompañamiento que no termina de destacar. Con una carrera más enfocada al género documental, Carlsen no parece ser capaz de sacar partido a una cinta que visualmente podría haber sido mucho más potente. Muy similar es lo que sucede con la labor del compositor Martin Dirkov, con quien Carlsen vuelve a colaborar y cuya presencia se echa en falta a lo largo de los 92 minutos de metraje.

Eklöf logró tres nominaciones en los festivales de Göteborg, Sundance y Taipei, pero lo más loable es que, a pesar de no obtener galardones, logró impactar a todo aquel que se atrevió a disfrutar de su trabajo. Es cierto, “Holiday” tarda en arrancar, jugando con nuestra paciencia y, posiblemente, haciendo caso omiso a grandes errores técnicos que ensucian el largometraje, pero, sin duda, el resultado es satisfactorio a nivel narrativo. Fiestas, alcohol, drogas, relax, abusos, violencia, vacaciones, poder, sangre, disputas. Todo ello tomado por propia decisión, sin responsabilidad, de forma prácticamente impulsiva porque, al fin y al cabo, el objetivo de Sasha es ser feliz de una manera muy diferente a lo que nosotros podemos pensar.

Lo mejor: su segunda parte, sin tabúes, dejándonos atónitos a cada instante.

Lo peor: su insulsa primera mitad. Si pensamos en positivo, es una gran preparación psicológica para lo que vamos a experimentar, pero, a decir verdad, ralentiza aún más si cabe el desarrollo de la narración.



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