Antes
de presentar “Una Nueva Amiga” (2014), un relato sobre el duelo, el libre
albedrío y la transexualidad; el director y guionista francés François Ozon se
embarcó en un proyecto no exento de polémica. “Joven y Bonita” eclipsó a más de
uno por su lado más superficial que por lo que realmente escondía y, por más
que el cineasta trató de traspasar los límites que a simple vista se
presentaban en el largometraje, cierta parte de la crítica y del público se
encontró escandalizado por una historia que parecía llamar más por su lado
efectista, pero que, además, parecía impropia de un autor como él. Con una
parte de su filmografía dedicada a la mujer como objeto de culto, lo cierto es que Ozon ha
trabajado con temas de lo más diversos y atractivos, desde el deseo o el trabajo
de duelo hasta la identidad femenina o la impostura, por ejemplo, vinculada con
la creación literaria en una de sus cintas más reconocidas, “En la Casa”
(2012), en la que las fronteras entre la literatura y la realidad se diluían en
favor de una divertida trama de anhelos y supuestas inmoralidades. Sin embargo, todas
estas cuestiones acabarían siendo recogidas en “Frantz” (2016), una narración muy
diferente a lo que nos tiene acostumbrados, pero convertida en la que
posiblemente sea una de sus obras maestras.
“Joven
y Bonita” parte de un fenómeno social de gran popularidad, enfocado en
estudiantes de buena familia que se prostituían para pagar sus estudios. Un
asunto que se convirtió en debate público hace pocos años y con el que se
llegaron a investigar hasta 40.000 casos. Ozon no fue el único director en
tratar esta cuestión, puesto que otros también se vieron seducidos por la "novedad", como Larry Clark, muy cercano a la
conducta juvenil en su carrera, reflejó una situación muy parecida en “The Smell of Us” (2014). Sin embargo, en esta ocasión, el largometraje del francés se centra
más en el terreno de la exploración identitaria a través del cuerpo. Un
ritual muy propio de la adolescencia en el que prima la búsqueda de sí mismo.
Isabelle (Marine Vacth) es una joven de 17 años que pertenece a una familia parisina de
alto poder adquisitivo. Durante el verano pasado, coqueteó con un chico con el
que acabó perdiendo la virginidad de forma decepcionante. Con la llegada del otoño,
Isabelle inicia el nuevo curso y, con él, una segunda vida que le lleva a
prostituirse por las tardes bajo el apodo de Lea.
Esta
fascinante y vertiginosa evolución de la adolescente se desarrolla en cuatro
actos, simbolizando las cuatro estaciones del año que Ozon introduce
recurriendo a canciones de la cantautora francesa Françoise Hardy, a las que se
une el trabajo del compositor Philippe Rombi. No obstante, sus
vivencias no se retratan como un simple viaje de iniciación al sexo, como
aparenta ser, sino que trata de poner a prueba su cuerpo, sus límites,
para construir su identidad por medio de esta experiencia y poner
fin a su infancia, dando la bienvenida a la edad adulta y obviando cualquier atisbo de su
adolescencia. La protagonista parece más madura que sus compañeros de clase, ya
despojada de esa inocencia clásica de la virginidad, lo que le conduce a querer
tomar posesión de su propio cuerpo. Sin embargo, Isabelle parece no sentir nada
en absoluto, tanto en sus relaciones con sus amigos, como con sus padres o sus
clientes. Acude a clase como una estudiante cualquiera, a las fiestas, en las
que se permite evadirse con la música; y a los hoteles, con el fin de
reivindicar un libre albedrío físico tan exacerbado que simula estar por encima
de todo. Esta forma neoexistencialista de ver la identidad, no a través de la
afirmación de la personalidad, sino por medio de una afirmación mucho más
secreta, íntima, evidencia la poca intención de realizar estos actos por el
simple hecho de provocar.
Por
tanto, estamos ante una rebeldía blanda, una forma de resistencia pasiva, que
tiene que ver con una nueva forma de afirmarse en términos identitarios, no de
cara a la sociedad, sino privada. “Joven y Bonita” profundiza en la relación
del cuerpo como objeto de consumo, en una especie de goce en el uso intrínseco
del cuerpo como si este no le perteneciera y, como consecuencia, no sintiera el
acto como prostitución ni humillación. De forma inteligente y reflexiva, Ozon
evita juicios de por medio para desarrollar con exquisita sencillez la
delicadeza y erotismo que desprende una narración que bien podría ser comparada
con la producción francesa “Bella de Día” (1967), del afamado autor Luis
Buñuel, en la que una mujer casada se somete a una exploración muy similar. Sin
embargo, Ozon incorpora una inevitable actualización de nuestros tiempos, como
son las nuevas tecnologías. La conexión de Isabelle con sus clientes únicamente
es posibilitada por ellas, por unos esenciales mensajes a través del móvil con
los que mantener en secreto su segunda vida.
La
modelo Marina Vatch, con escasa trayectoria cinematográfica hasta ese momento,
encara en un papel francamente complicado. Por un lado, fragilidad e
inocencia; por otro, madurez y frialdad al más puro estilo de una femme fatale
actualizada, pero, ante todo, con un palpable realismo que evita el melodrama a
toda costa. Los sentimientos quedan contenidos tras la imagen cándida que Ozon
sabe perfectamente cómo explotar y refugiar bajo una ráfaga de cariño y
ternura. Junto a ella, Víctor (Fantin Ravat), su hermano menor, con quien tiene
una relación más estrecha. Él emplea un vouyerismo extremo de consumo, el
ver por el ver, el pretender recrearse tal y como la cultura de este tiempo le
ha enseñado. Su curiosidad ante la vida sexual de su hermana desvela escenas
que trasmiten cierta insatisfacción al presentar a un joven del que conoceremos pocos
detalles. Casi errantes son el resto de personajes, como su madre, Sylvie
(Géraldine Pailhas), o su padrastro, Patrick (Frédéric Pierrot), pero, sin
duda, resulta reseñable la sublime aparición de Charlotte Rampling, encarnando
a Alice, la esposa de uno de los amantes de la protagonista. “Joven y Bonita”
es la expresión de la anhedonia y el florecer del sentimiento como crecimiento
hasta llegar a la etapa adulta de Isabelle. Un proceso de aprendizaje que Ozon
embarga de erotismo contenido, de vouyerismo inocente y de irremediable
actualidad.
Lo
mejor: la contención con la que el autor trata de reflexionar ante un fenómeno
que impactó fuertemente a la sociedad francesa.
Lo
peor: el maltrato que recibió por aquéllos que no supieron ver más allá.
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