El cine no puede más que rendirse a esta época de híbridos
que nadan entre diversos géneros y, precisamente, de esto entiende
perfectamente la industria de Corea del Sur, aunque no siempre surte el efecto deseado
fuera de sus fronteras. Tal es el caso, entre otros cuantos, de “Tsunami”
(“Haeundae”), en donde la fusión del cine de catástrofes y la comedia no
termina de involucrar al espectador como debiera ser necesario. No obstante,
resulta curioso ver cómo en la taquilla nacional logró vender más de 11
millones de entradas, pero, en cambio, apenas ha tenido la presencia
internacional esperada. La producción del director Yoon Je-Kyun (JK Youn) pasó
totalmente desapercibida, luchando a duras penas gracias al boca a boca que en
otras ocasiones tanto funciona.
“Tsunami” nos traslada a la segunda capital más importante
del país, Busan. Una ciudad costera con gran potencia industrial, sobre todo, marítima
y un punto clave en el turismo de la nación en donde el pescador Choi Man-Sik
(Sol Kyung-Gu) sufrió la pérdida de uno de sus compañeros de trabajo por culpa
de un tsunami. Cuatro años más tarde, es empleado de una pequeña tienda de
sushi en el distrito de Haeundae, aunque no puede olvidar el incidente. A su vez, el experto en geología
Kim Hwi (Park Joong-Hoon) detecta una actividad similar que se aproxima a las
inmediaciones de la ciudad, pero, pese a sus advertencias, los agentes y la
alcaldía no consideran que tenga demasiada importancia. Para cuando descubran
la magnitud de tal desastre, ya será demasiado tarde.
La cinta de JK Youn posee una clara división entre la
comedia, el drama y los efectos catastróficos que se avecinan. Así pues, su
primera mitad se vuelca en la presentación de la gran variedad de personajes
desde un punto de vista hilarante, que, a pesar de afectar enormemente a la
posible empatía que se pudiera despertar en el espectador, favorece su
estupendo dinamismo a un ritmo que transcurre con fortaleza y agilidad. Sin
embargo, la trama sólo está cogiendo impulso para llegar a una segunda mitad
mucho más impactante y sin respiro. La espectacularidad de las imágenes
adquiere un mayor protagonismo por encima de la narración o de la emotividad a
la que se apela y que no logra traspasar los muros en su visualización.