jueves, 13 de octubre de 2016

LOS LÍOS DE ANTOINE (1968)



Año 1968. Francia se dispone a cambiar su situación, una vez más, gracias a las reivindicaciones sociales. En esta ocasión, son los estudiantes los que comienzan a levantarse en contra del sistema de consumo imperante, a los que se unirán poco después los obreros y sindicatos, convirtiéndose en una año clave para la historia francesa. En plena convulsión revolucionaria, el famoso director François Truffaut se encuentra inmerso en el rodaje de su nueva película, “Besos Robados”, que se estrenaría pocos meses después del estallido. El séptimo largometraje del cineasta, que logró hacerse con una nominación a los Oscars en su categoría de lengua no inglesa, supone la tercera entrega de las aventuras de Antoine Doinel, a quien los espectadores han visto crecer desde su obra cumbre, “Los 400 Golpes” (1959).

A pesar de no ser considerada como uno de los mejores trabajos del autor, su lado más romántico y soñador queda reflejado a través de la vida del protagonista, un joven que poco a poco se convirtió en el alter ego de Truffaut y que, en esta ocasión, deja atrás los novillos en el colegio para enamorarse. Recién expulsado del ejército, el despreocupado Antoine (Jean-Pierre Léaud) sigue siendo inmaduro para hacer frente al mundo laboral. Vigilante, o técnico, es indiferente. El protagonista tiene tan mala suerte que de todos ellos ha sido despedido, hasta que un día se encuentra con un detective para el que conseguirá trabajar. En uno de sus primeros retos, debe encarnar el papel de un dependiente de una tienda de zapatos, en donde conocerá a Fabienne (Delphine Seyrig), la esposa del infiel dueño, Georges Tabard (Michael Lonsdale). La mala fortuna le sigue persiguiendo y su idealismo prácticamente adolescente le lleva a permanecer entre la idealizada imagen que posee de Fabienne y su amiga Christine (Claude Jade).

Comedia, aventura, romance, drama, cine de protesta, no hay género que se le haya podido resistir a Truffaut, siempre impregnado de ese modernismo moderado y de esa radiografía de la cotidiana realidad que, en ocasiones, presentaba a personajes de lo más pintorescos. El tratamiento que hace en “Besos Robados” sobre el amor juvenil no es más que el propio reflejo del devenir del ser humano, del vigor de la edad y, sobre todo, de la naturalidad impulsiva. Sin excesivas pretensiones, en parte, surge como una especie de homenaje a uno de sus grandes amigos, el turco Henri Langlois, uno de los fundadores de la Cinemateca Francesa que, precisamente, en 1968, dejó de tener el apoyo del ministro de cultura Malraux, quien intentó arrebatarle la dirección y administración del centro.

Con un tono casi improvisado, ligero, fresco y agradable, la trama avanza a un ritmo dinámico entre constantes amores fortuitos, casi efímeros, e instantes bañados por la nostalgia del romanticismo. Siempre evocando, insinuando, tratando de transmitir sensaciones y sentimientos por encima de acciones demasiado evidentes, la simplicidad y elegancia inunda una historia lineal que combina drama y comedia a partes iguales bajo un clima naif y cotidiano. No falta el toque surrealista tanto en los pintorescos personajes como en algunos escenarios, que impulsan una refinada comicidad a partir de un punto de vista excéntrico, conducido, incluso, a través de brillantes diálogos. Los detalles autobiográficos se suman a las indispensables referencias como a la novela “El Lirio del Valle”, de uno de sus escritores favoritos, Honoré Balzac, que sirve para simbolizar el dolor de un amor, su volatilidad, inestabilidad, pero también la soledad y las dudas que Antoine siente y trata de expresar.

El paso del tiempo no impide que el protagonista siga desconcertado en un mundo que gira a su alrededor con gran rapidez. Sin seguridad en sí mismo, es incapaz de enfrentarse a un romance imprevisible, pero aprende a dejarse llevar, a comprender que el amor va más allá de la atracción y que funciona con diferentes mecanismos. Léaud era indispensable para el cineasta, el actor fetiche, el pilar fundamental en las aventuras de Antoine y en la representación de esa vitalidad y energía juvenil que bien dio de sí en su filmografía. Siempre impecable y brillante, es prácticamente tan cercano como un familiar al que se guarda un especial cariño. Por su parte, también resultan imprescindibles sus compañeros con más presencia, Lonsdale y el reparto femenino, Seyrig y Jade, que despliegan un encanto singular sobre escenas inolvidables.

Su autoría permanece intacta a pesar de estar ante un largometraje más centrado en el entretenimiento. El trabajo de cámara es totalmente acertado junto a la delicada labor realizada por el recientemente fallecido director de fotografía francés Denys Clerval, que por entonces procedía del mundo del cortometraje y el documental. La inocente frescura se entrelaza con la ternura de los gestos y miradas de los protagonistas, acentuando esa nostálgica naturalidad de la que Truffaut hace gala. El broche de oro es la maravillosa banda sonora, creada por el indispensable compositor Antoine Duhamel y a la que se unen temas como la melancólica “Que Reste T’il de Nous Amours”, de Charles Trenet, con la que el metraje inicia y termina su andadura. La comedia romántica que ofrece “Besos Robados” no es una de las obras cumbre de Truffaut ni mucho menos, pero consigue atraparnos desde el primer minuto y entretenernos con las aventuras del joven Antoine. El cineasta juega con el cariño que irremediablemente se crea entre el espectador y este entrañable personaje, con esa increíble empatía que se despierta desde su primera aparición.

Lo mejor: su calidad técnica junto a la brillante banda sonora de Clerval. El trabajo de interpretación realizado por el fantástico elenco.

Lo peor: los grandes autores no tienen por qué crear sólo obras maestras. A veces, necesitan tomar posición y ofrecer una comedia romántica tan simple y encantadora como “Besos Robados”.


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