Año 1968. Francia se dispone a cambiar su situación, una vez
más, gracias a las reivindicaciones sociales. En esta ocasión, son los
estudiantes los que comienzan a levantarse en contra del sistema de consumo
imperante, a los que se unirán poco después los obreros y sindicatos, convirtiéndose en una año clave para la historia francesa. En plena convulsión
revolucionaria, el famoso director François Truffaut se encuentra inmerso en el rodaje
de su nueva película, “Besos Robados”, que se estrenaría pocos meses después
del estallido. El séptimo largometraje del cineasta, que logró
hacerse con una nominación a los Oscars en su categoría de lengua no inglesa,
supone la tercera entrega de las aventuras de Antoine Doinel, a quien los
espectadores han visto crecer desde su obra cumbre, “Los 400 Golpes” (1959).
A pesar de no ser considerada como uno de los mejores
trabajos del autor, su lado más romántico y soñador queda reflejado a través
de la vida del protagonista, un joven que poco a poco se convirtió en el alter
ego de Truffaut y que, en esta ocasión, deja atrás los novillos en el colegio
para enamorarse. Recién expulsado del ejército, el despreocupado Antoine
(Jean-Pierre Léaud) sigue siendo inmaduro para hacer frente al mundo laboral.
Vigilante, o técnico, es indiferente. El protagonista tiene tan mala suerte que de todos ellos ha sido despedido, hasta que un día se encuentra con un detective para el que conseguirá trabajar. En uno de sus
primeros retos, debe encarnar el papel de un dependiente de una tienda de
zapatos, en donde conocerá a Fabienne (Delphine Seyrig), la esposa del infiel
dueño, Georges Tabard (Michael Lonsdale). La mala fortuna le sigue persiguiendo
y su idealismo prácticamente adolescente le lleva a permanecer entre la
idealizada imagen que posee de Fabienne y su amiga Christine (Claude Jade).
Comedia, aventura, romance, drama, cine de protesta, no hay
género que se le haya podido resistir a Truffaut, siempre impregnado de ese
modernismo moderado y de esa radiografía de la cotidiana realidad que, en ocasiones,
presentaba a personajes de lo más pintorescos. El tratamiento que hace en
“Besos Robados” sobre el amor juvenil no es más que el propio reflejo del
devenir del ser humano, del vigor de la edad y, sobre todo, de la naturalidad
impulsiva. Sin excesivas pretensiones, en parte, surge como una especie de homenaje a uno de sus
grandes amigos, el turco Henri Langlois, uno de los fundadores de la Cinemateca
Francesa que, precisamente, en 1968, dejó de tener el apoyo del ministro de
cultura Malraux, quien intentó arrebatarle la dirección y administración del
centro.
Con un tono casi improvisado, ligero, fresco y agradable, la
trama avanza a un ritmo dinámico entre constantes amores fortuitos, casi
efímeros, e instantes bañados por la nostalgia del romanticismo. Siempre
evocando, insinuando, tratando de transmitir sensaciones y sentimientos por
encima de acciones demasiado evidentes, la simplicidad y elegancia inunda una
historia lineal que combina drama y comedia a partes iguales bajo un clima naif
y cotidiano. No falta el toque surrealista tanto en los pintorescos personajes
como en algunos escenarios, que impulsan una refinada comicidad a partir de un
punto de vista excéntrico, conducido, incluso, a través de brillantes diálogos.
Los detalles autobiográficos se suman a las indispensables referencias como a
la novela “El Lirio del
Valle”, de uno de sus escritores favoritos, Honoré Balzac, que sirve para simbolizar el dolor de un amor, su volatilidad,
inestabilidad, pero también la soledad y las dudas que Antoine siente y
trata de expresar.
El paso del tiempo no impide que el protagonista siga desconcertado
en un mundo que gira a su alrededor con gran rapidez. Sin seguridad en sí
mismo, es incapaz de enfrentarse a un romance imprevisible, pero aprende a
dejarse llevar, a comprender que el amor va más allá de la atracción y que
funciona con diferentes mecanismos. Léaud era indispensable para el
cineasta, el actor fetiche, el pilar fundamental en las aventuras de Antoine y
en la representación de esa vitalidad y energía juvenil que bien dio de sí en
su filmografía. Siempre impecable y brillante, es prácticamente tan cercano como
un familiar al que se guarda un especial cariño. Por su parte, también resultan
imprescindibles sus compañeros con más presencia, Lonsdale y el reparto
femenino, Seyrig y Jade, que despliegan un encanto singular sobre escenas
inolvidables.
Su autoría permanece intacta a pesar de estar ante un
largometraje más centrado en el entretenimiento. El trabajo de cámara es
totalmente acertado junto a la delicada labor realizada por el recientemente
fallecido director de fotografía francés Denys Clerval, que por entonces
procedía del mundo del cortometraje y el documental. La inocente frescura se
entrelaza con la ternura de los gestos y miradas de los protagonistas,
acentuando esa nostálgica naturalidad de la que Truffaut hace gala. El broche de oro es la maravillosa banda sonora, creada por el indispensable
compositor Antoine Duhamel y a la que se unen temas como la melancólica “Que Reste
T’il de Nous Amours”, de Charles Trenet, con la que el metraje inicia y termina
su andadura. La comedia romántica que ofrece “Besos Robados” no es una de las
obras cumbre de Truffaut ni mucho menos, pero consigue atraparnos desde el
primer minuto y entretenernos con las aventuras del joven Antoine. El cineasta
juega con el cariño que irremediablemente se crea entre el espectador y este entrañable personaje, con esa increíble empatía que se despierta desde su primera aparición.
Lo mejor: su calidad técnica junto a la brillante banda
sonora de Clerval. El trabajo de interpretación realizado por el fantástico
elenco.
Lo peor: los grandes autores no tienen por qué crear sólo
obras maestras. A veces, necesitan tomar posición y ofrecer una comedia
romántica tan simple y encantadora como “Besos Robados”.
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