El director británico Ben Wheatley ya posee una legión de seguidores gracias a los éxitos cosechados con “Sightseers” (2012) y “A Field in England” (2013) y tras el impulso generado por “Kill List” (2011). Obras con las que obtuvo reconocimiento internacional y le propulsaron como uno de los jóvenes cineastas más interesantes y rompedores del momento. Sin embargo y pese a tan buenas expectativas, “High-Rise”, uno de sus últimos largometrajes, tardó en encontrar una distribuidora en España, para extrañeza de muchos de sus admiradores.
La guionista Amy Jump, indispensable en su equipo, se encarga de adaptar la novela del escritor J.G. Ballard, afamado autor del que se han adaptado al cine otros de sus trabajos como “Crash” (David Cronenberg, 1996), “El Imperio del Sol” (Steven Spielberg, 1987) y “The Atrocity Exhibition” (Jonathan Weiss, 2000). La cinta nos presenta un mundo distópico ambientado en 1975, en el que se está construyendo un complejo de rascacielos. Uno de ellos ya está terminado y comienza a albergar a los primeros inquilinos. El Doctor Robert Laing se muda a la planta vigésimo quinta, a un apartamento de lujo con todas las comodidades. Sin embargo, el contacto con sus vecinos le llevará a darse cuenta de que el edificio está distribuido por clases sociales, con ciertos privilegios para los pisos superiores. Su diferenciación provocará una lucha entre las plantas con la que saldrá a la luz las mayores miserias del ser humano.
Una metáfora consistente que ya hemos visto en innumerables ocasiones y de distintas formas. Sin ir más lejos, el director surcoreano Bong Joon-Ho se embarcaba en una aventura similar a través de “Rompenieves (Snowpiercer)” (2013), en la que, en lugar de un rascacielos, la trama transcurría en tren dividido en vagones según las clases sociales. Al igual que él, Wheatley nos encierra en el edificio tan pronto como le es posible, ya que fuera de sus muros, el mundo apenas importa. Los mismos personajes serán quienes se aprisionen ellos mismos en su interior, puesto que, por más que intenten salir, siempre hay algo o alguien que los detiene. Una fórmula que recuerda claramente a la utilizada también en el clásico de Luis Buñuel, “El Ángel Exterminador” (1962), en el que un grupo de ociosos burgueses quedaban confinados en el salón de una gran mansión sin una aparente razón. Ambas cintas nos envuelven en esa atmósfera claustrofóbica de la que ningún personaje puede escapar. Así es como, con el transcurso de “High-Rise”, se aprecian constantes reminiscencias que nos llevan a películas en las que el autor obviamente se ha inspirado hasta convertir el largometraje en un producto demasiado redundante, inexpresivo y, en definitiva, demasiado visto.
La guionista Amy Jump, indispensable en su equipo, se encarga de adaptar la novela del escritor J.G. Ballard, afamado autor del que se han adaptado al cine otros de sus trabajos como “Crash” (David Cronenberg, 1996), “El Imperio del Sol” (Steven Spielberg, 1987) y “The Atrocity Exhibition” (Jonathan Weiss, 2000). La cinta nos presenta un mundo distópico ambientado en 1975, en el que se está construyendo un complejo de rascacielos. Uno de ellos ya está terminado y comienza a albergar a los primeros inquilinos. El Doctor Robert Laing se muda a la planta vigésimo quinta, a un apartamento de lujo con todas las comodidades. Sin embargo, el contacto con sus vecinos le llevará a darse cuenta de que el edificio está distribuido por clases sociales, con ciertos privilegios para los pisos superiores. Su diferenciación provocará una lucha entre las plantas con la que saldrá a la luz las mayores miserias del ser humano.
Una metáfora consistente que ya hemos visto en innumerables ocasiones y de distintas formas. Sin ir más lejos, el director surcoreano Bong Joon-Ho se embarcaba en una aventura similar a través de “Rompenieves (Snowpiercer)” (2013), en la que, en lugar de un rascacielos, la trama transcurría en tren dividido en vagones según las clases sociales. Al igual que él, Wheatley nos encierra en el edificio tan pronto como le es posible, ya que fuera de sus muros, el mundo apenas importa. Los mismos personajes serán quienes se aprisionen ellos mismos en su interior, puesto que, por más que intenten salir, siempre hay algo o alguien que los detiene. Una fórmula que recuerda claramente a la utilizada también en el clásico de Luis Buñuel, “El Ángel Exterminador” (1962), en el que un grupo de ociosos burgueses quedaban confinados en el salón de una gran mansión sin una aparente razón. Ambas cintas nos envuelven en esa atmósfera claustrofóbica de la que ningún personaje puede escapar. Así es como, con el transcurso de “High-Rise”, se aprecian constantes reminiscencias que nos llevan a películas en las que el autor obviamente se ha inspirado hasta convertir el largometraje en un producto demasiado redundante, inexpresivo y, en definitiva, demasiado visto.