“The
Piper” continúa con la estela de películas que tratan de adaptar los clásicos cuentos, aunque con una visión mucho más macabra que la que conocemos. La
cinta del director y guionista surcoreano Kim Kwang-Tae nos remite a otras
adaptaciones de este mercado, como “Los Zapatos Rojos” (Kim Yong-Gyun, 2005) o
“Hansel y Gretel” (Yim Pil-Sung, 2007), entre otras muchas producciones que
siguen explotando las leyendas más tradicionales de la cultura asiática. Y es
que, como bien es sabido, el continente posee una gran riqueza en este tipo de
historias populares, siendo un gran porcentaje aún desconocidas por occidente.
En
su título original, “Sonnim”, que significa “visitante”, “invitado”, ya se
desvela una pequeña pista de la historia que el autor nos presenta. A principios
de la década de los 50, un flautista, Woo-Ryong (Ryu Seung-Ryong), y su hijo,
enfermo de tuberculosis, vagan por mitad del campo con rumbo a Seúl para pedir
ayuda a un médico estadounidense de gran prestigio. A mitad de camino, descubren una
pequeña aldea prácticamente escondida del resto de la civilización. A su
llegada, los habitantes les reciben extrañados, pero, en cambio, su jefe (Lee
Sung-Min) se muestra agradable ante su presencia. Es entonces cuando Woo-Ryong
se percata de la plaga de ratas que se ha apoderado del pueblo, por lo que no
duda en prestar su ayuda a cambio de la hospitalidad de los vecinos y una
cuantiosa suma de dinero. El egoísmo, la ambición y la traición de los
habitantes harán que el protagonista decida vengarse de aquéllos que no
parecían ser tan buenas personas.
Sin
duda, es difícil saber lo que nos depara “The Piper”, tras una premisa que
nos resulta familiar pero que evidencia un final más macabro de lo esperado. De
nuevo, estamos ante un escenario recurrente, como es la Guerra de Corea, de la
que se ha escrito y visionado en incontables ocasiones gracias a ser uno de los
temas favoritos de esta industria, aunque, en este caso, todo suceda tras el
conflicto. Igualmente, cuestiones como la venganza ya son una tónica habitual en la cinematografía asiática,
por lo que se suma a esa lista de elementos esperados en cualquier cinta de
este estilo. Sin embargo, el autor va más allá de, incluso, lo políticamente
correcto.
El
egoísmo y la maldad de quienes acaban agonizando en las miserias y la crueldad
del ser humano reciben ensus entrañas una dosis justicia casi desorbitada, por lo que terminan pagándolo justos
por pecadores. Bien es cierto que la historia da a entender, en sus inicios,
una especie de miedo y desconfianza aparentemente inexplicable, pero, todo
aquéllo que parece idílico y bonito, se torna en una oscuridad e inmundicia de
la que ningún personaje puede librarse. Las ratas, que invaden cada rincón
hambrientas por la situación ocasionada por la postguerra, simplemente acaban siendo la excusa perfecta
para que el viento cambie de dirección, aunque, en realidad, el giro de los
acontecimientos tarde en producirse. Y es que “The Piper” se desarrolla a fuego
lento, tal y como sólo el cine asiático puede hacerlo. No hay sustos, los instantes
de tensión se retrasan y, al final, es obvio sentir que la trama podría haberse
desarrollado sin necesidad de dilatarla a lo largo de dos horas de metraje.
Los
acontecimientos se desatan de forma vertiginosa en sus últimos treinta minutos,
durante los cuales, es fácil quedar atónito ante tal desmadre y fatalidad,
puesto que los personajes han terminado por sobrepasar la locura y no
respetar absolutamente nada. Las constantes mentiras, el rencor frente al temor
a lo desconocido o la manipulación de los intereses de uno mismo frente al
bien común, tal y como expresa uno de los personajes al hacer hincapié en que
los crímenes cometidos con el único fin de sobrevivir siempre deben ser
perdonados, también son reflexiones que se pueden extraer de un guion realmente
completo y bien construido.
El
chamanismo también está presente en la producción, no sólo como parte del tradicionalismo
religioso de Corea, sino también como arma de consuelo, de pacificación y,
curiosamente, de engaño. Kwang-Tae no tiembla a la hora de introducir un
elemento tan puro, místico y respetado por su pueblo y hacerlo cómplice de la
maldad de los hombres. Un riesgo por su parte que, además, sirve de crítica
para quienes se toman estas cuestiones a la ligera. La evolución de sus
personajes resulta cautivadora, puesto que de su aparente humanidad resurge el
lado más siniestro posible. Mimetizada por una terrorífica sensación
sobrenatural personificada por las ratas, se esconde un espeluznante juego de
doble moral, de heridas abiertas que evidencian nuestra propia enfermedad.
Rostros
conocidos dan vida a tan curiosa trama, siendo, uno de ellos el del veterano
Seung-Ryong. Acomodado entre los géneros de acción y el drama, sobre todo,
histórico, se embarca en el terror con especial soltura. Tras verle como dudoso
héroe en “The Target: El Objetivo” (Chang, 2014) y de una manera muy diferente
en “The Sound of a Flower” (Lee Jong-Pil, 2015), el actor regresa llevando
sobre sus espaldas todo el peso de la acción. Con gestos de magistral
dramatismo, interpreta al personaje que mayor evolución experimenta, puesto que
el padre bondadoso y entregado al bien de su hijo y los de su alrededor acaba
convirtiéndose en una auténtica pesadilla, endurecido por las circunstancias
que le llevan a actuar totalmente al contrario de su moral. En contraposición,
Sung-Min, con quien Seung-Ryong no coincide en pantalla desde “Bestseller” (Lee
Jeong-Ho, 2010), se erige como un villano soberbio con una doble cara. Un pasado
sombrío y envuelto en grandes mentiras que, poco a poco, se convierten en algo
irreparable que escapa de sus dominios. A su lado, su hijo Nam-Soo, al que da
vida el joven Lee Joon y que simboliza la gran manipulación que es arrastrada
de padres a hijos, al igual que ocurre con Chun Woo-Hee, la chamana y
protagonista de una subtrama romántica con un gran clímax. Conocida
principalmente por sus intervenciones en “Mother” (Bong Joon-Ho, 2009), “Cart”
(Boo Ji-Young, 2014) y, en especial, “Princesa (Han Gong-Ju)” (Lee Su-Jin,
2013), en esta ocasión, es más que hipnótico ver cómo afronta las escenas de
mayor intensidad dramática.
“The
Piper” también cuenta con gran preciosismo estético, que saca un brillante
partido al paisaje natural a plena luz del día y la nocturnidad que baña la
inmensidad de un frondoso bosque. El director de fotografía Hong Jae-Sik
construye una atmósfera que evoluciona a la par que la psicología de los
personajes. Imágenes impactantes, sobre todo en la recta final, y una banda
sonora realmente sencilla a través de una simple flauta que interpreta notas de
melodías tradicionales, la cinta de Kim Kwang-Tae supone una interesante propuesta
al más puro estilo surcoreano al cumplir a la perfección con las dosis de
entretenimiento necesarios y un revés inesperado y totalmente macabro.
Lo
mejor: la última media hora de la narración, intensa y efectiva.
Lo
peor: el innecesario exceso en su metraje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario