Nunca es tarde para disfrutar de la verdadera vocación de uno mismo y, si no, que se lo digan a la directora surcoreana Shin Su-Won, que realizó su primer largometraje, “Rainbow” (2010) con 43 años. Una pieza musical y fantástica con la que la autora se abriría paso en el mundo del séptimo arte y pasaría a engrosar la escasa lista de mujeres cineastas en el país. Sin embargo, tendrían que pasar cinco años para presentar su tercer trabajo, “Madonna”, a través de la sección oficial del Festival de Cannes de 2015.
La crítica social es el centro de todas sus cintas y, en este caso, no es una excepción. A ello se suma la escalofriante cuestión del tráfico de órganos para construir un thriller dramático con tintes neo-noir que comienza con la llegada de Hae-Rim (Seo Young-Hee) a un hospital privado. Ha sido contratada como auxiliar de enfermería en una planta dedicada a pacientes de alto poder adquisitivo. Desde el primer día, deberá prestar mayor atención a uno de los ancianos, Chul-Ho (Yoo Soon-Chul), uno de los inversores del centro y residente en la suite nupcial desde hace 10 años, que se encuentra en coma. El hijo de éste, Sang Woo (Kim Young-Min), prácticamente vive en la clínica. Mientras su padre se mantenga con vida, él seguirá cobrando una gran fortuna, pero, si fallece, su opulento ritmo de vida desaparecerá junto al dinero de su herencia. Para mantener su salud, los trabajadores se dedican con gran empeño a cuidarle, pero sus días se agotan si no recibe un nuevo corazón pronto. De forma improvista, es hospitalizada una joven que también se encuentra en coma, por lo que Sang-Woo le pide a Hae-Rim que averigüe si tiene familia y que, en caso de ser así, firmen los papeles de donación de órganos. Un plan perfecto si no es porque la chica está embarazada. La protagonista, poco a poco, irá conociendo a la nueva paciente que simplemente llegó a urgencias con una peluca y una tarjeta de visita de una prostituta llamada Madonna (Kwon So-Hyun).
Con este último dato, queda perfectamente evidente que la trama gira entorno a ese nuevo personaje anónimo, rodeado de gente despreciable, inhumana. Ella es el camino principal por el que Hae-Rim camina paso a paso sobre largos flashbacks en donde se nos explican los días pasados de la chica. La tortura y los abusos son casi pan de cada día para quien apenas tiene orgullo y demasiada debilidad ante los demás. Madonna, o Mi Na, es una chica con unos voluptuosos pechos que insinúa a través sus escotes. La inseguridad y el miedo a la soledad hacen que quiera solucionar cualquier tipo de enfrentamiento con una felación. Sin embargo, cada vez que sufre, que es rechazada, ignorada o maltratada, se refugia en la oscuridad de la noche y en el entretenimiento de la televisión mientras se mete atracones de comida.
So-Hyun consigue encarnar a esa especie de antiheroína que irrita y, a la vez, hace sentir compasión ante su excesiva ingenuidad. La actriz, con amplia experiencia en el mundo teatral y musical, pero no en el cinematográfico, desarrolla una espléndida labor a nivel emocional, al contrario de lo que ocurre con sus otros dos compañeros, Young-Min, que se muestra simplemente correcto, y la inexpresiva Young-Hee, que, pese a ser, en cierta manera, la protectora de Mi Na, no termina de convencer.
Su-Won no duda en ser despiadada para construir un relato que, con el paso del tiempo, nos suena repetitivo a través de los constantes abusos de todo tipo a los que es sometida la joven Madonna. Uno tras otro acumulan un incesante sufrimiento, pero nuestra sensación de repugnancia se convierte en un hastío encerrado en bucles donde se pierde lentamente la perfecta empatía que se había creado desde el inicio, desde la originalidad de una premisa que prometía una evolución más eficaz. No obstante, la autora sabe manejar la tensión con un estilo muy personal y que dirige hacia la explotación del sentimentalismo más tradicional de esta clase de cine y la sensibilidad hacia las injusticias sociales y el servilismo impuesto a la mujer.
Dentro del hospital, los personajes representan lo más inmundo de la sociedad. Ricos que abusan de su poder, que se rinden ante la codicia, enfermeras sometidas al capricho sexual de la clase social más alta o médicos ridiculizados y esclavizados. Hae-Rim es testigo de la corrupción y maldad que los domina, pero su faceta de investigadora se ve relegada a la de mera observadora ante la historia de Mi Na, que toma la mayor parte del protagonismo del metraje. El ambiente siniestro del que goza la cinta es logrado gracias a la labor del director de fotografía Lee Shin-Hye, que, a través de colores primarios, crea escenarios espeluznantes que nadan entre la fantasía y el aspecto más pesadillesco, aumentando, así, esa inhumanidad que se respira no sólo en la clínica, sino también en toda la sociedad. “Madonna” necesita ser pulida, pero expone la realidad cruel y dolorosa de quienes se encuentran en inferioridad de condiciones. Un duro relato sobre el abuso de poder que, pese a volverse redundante, guarda consigo una crítica social que siempre debería estar presente.
Lo mejor: la interpretación de Kwon So-Hyun. La claustrofóbica atmósfera que encierra a todos los personajes bajo las paredes de un hospital deplorable. La crítica social a la que hace referencia.
Lo peor: algunos flashbacks repetitivos que, a pesar de mantener la tensión, parecen más un recurso fácil por parte de la autora. La inexpresividad de la actriz Young-Hee.
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