El mítico director surcoreano Im Kwon-Taek ha dedicado su extensa filmografía a recuperar la pasión por la cultura y el arte nacional. Precisamente, en “La Cantante de Pansori”, su obra maestra cumbre y uno de los clásicos más importantes, el cineasta rescató la música tradicional del pansori para gozo de los espectadores más jóvenes de Corea del Sur, que habían perdido esa identidad cultural que se ha intentado cuidar tan recelosamente. Esa llamada a la conciencia colectiva tuvo grandes efectos y es que, en poco tiempo, la cinta se convirtió en un éxito de taquilla de forma inesperada y desafiando las nuevas tendencias que se promulgaban en ese momento.
El pansori suele ser cantado por una voz femenina y acompañado siempre por un instrumento de percusión. El desgarro vocal viene dado por los lamentos de una historia de puro dolor visceral, de una tristeza gestada por el sufrimiento. Sin embargo, su secreto no reside en simplemente escuchar, sino en dejarse llevar por los sentimientos que se transmiten tanto con la narración como por el canto.
Partiendo de esta pequeña introducción, la película de Kwon-Taek nos traslada al pasado, en donde un padre, Yoo-Bong (Kim Myung-Gon), trata de enseñar los valores artísticos del pansori a su hija mayor Song-Hwa (Oh Jung-Hae) y al pequeño Dong-Ho (Kim Kyu-Cheol). Los dos han sido criados para ser cantantes por expreso deseo de la familia, pero el país se encuentra en un momento de apertura en el que entran nuevas formas artísticas de influencia japonesa y occidental, dejando relegado el canto tradicional por falta de interés del pueblo. Con el paso del tiempo, Dong-Ho se siente cada vez más decepcionado por la poca aceptación, por lo que decide marcharse del hogar y desaparecer. Ante este contratiempo, Yoo-Bong deja ciega a su hija para que tampoco pueda escapar, por lo que la joven se entrega por completo al sonido del folclore. De regreso al presente, el hermano pequeño intenta buscar a Song-Hwa para saber qué le ha ocurrido durante estos años y poder reencontrarse por fin.
Los protagonistas se comunican constantemente a través de la música pansori, de tal forma que, si el espectador desconoce este campo, no se sienta perdido en ningún momento y, además, pueda comprender este tipo de arte y lo que suponía ser un cantante en aquellos tiempos. Viviendo de forma itinerante y adaptándose a los nuevos tiempos de forma irremediable, lo que les lleva a perder sus propias costumbres, se desarrolla un desgarrador melodrama sobre la supervivencia de esta familia. La intimidad, los gestos y el sentimiento extraído de las letras de las canciones nos llevan a completar un relato sumamente conmovedor. El autor recupera con suma elegancia el valor de una tradición que implica la identidad nacional y el recuerdo de la historia de un pueblo que ha sido invadido constantemente y amordazado a nivel cultural. A través de flashbacks, los saltos entre el pasado y el presente muestran ese proceso de modernización al que es sometido el país, que sirve como perfecto escenario para la búsqueda de la identidad de Dong-Ho.
La quietud de los planos contrasta con el ritmo pausado de la trama y es que, a excepción de los brillantes momentos musicales de mayor dinamismo, el drama se va construyendo poco a poco, comunicando toda clase de emociones, desde el dolor infligido por el bien familiar hasta la triste pérdida, la impotencia a ser relegado socialmente o las miserables dificultades a las que son expuestos los dos hijos. El espíritu artístico siempre se encuentra presente tanto en los personajes como en la belleza paisajística plasmada con vigor gracias a la labor realizada por el director de fotografía Jung Il-Sung. Sin duda, en este alarde de preciosismo técnico, hay que destacar la fabulosa escena en la que Yoo-Bong junto a sus hijos recorren un extenso camino a campo a través, mientras entonan un canto a la alegría con la famosa pieza “Arirang”, declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Es importante destacar la labor interpretativa de los tres actores, entre los que sobresale la fantástica labor que lleva a cabo el veterano actor Myung-Gon, que encarna el personaje del padre con asombrosa intensidad y emotividad. Tanto él como Jung-Hae y Kyu-Cheol, dedicado, en mayor medida, al mundo del serial televisivo, resaltan por una pasional desenvoltura y encanto que no dejarán indiferente al espectador.
Definitivamente, no es de extrañar que “La Cantante de Pansori” sea una obra indispensable en la historia cinematográfica de Corea del Sur y es que resume a la perfección cierto pasado del país y la mentalidad y costumbrismo con la que se representa a un pueblo que busca recuperar su propia identidad.
Lo mejor: Kwon-Taek utiliza todo un símbolo para hilar una interesante narrativa histórica. El aprendizaje del pansori que se desprende a lo largo de las casi 2 horas de metraje. Las actuaciones de Myung-Gon, Jung-Hae y Kyu-Cheol.
Lo peor: la exigencia de cierto interés por la cultura coreana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario