Actualmente, François Ozon es uno de los
directores y guionistas franceses que goza de mayor popularidad en Europa. Su
grandes esfuerzos por abrirse camino en un mundo en el que es difícil resaltar
ya se apreciaban desde sus primeros cortometrajes, la mayoría seleccionados en
los festivales internacionales más importantes. Por eso, no fue descabellado
encontrar su segundo largometraje, “Sitcom”, entre la programación del Festival
de Cannes de 1998. Tan sólo cuatro años después, con la presentación de la comedia
musical “8 Mujeres” (2002), se alzaría con 11 galardones de nada menos que 30
nominaciones en el circuito de festivales internacionales y premios
cinematográficos. Todo un logro que, obviamente, parte de su espectacular
elenco, con nombres como Catherine Deneuve, Emmanuelle Béart o Isabelle
Huppert, entre otras.
Diez años después, repetiría un éxito muy similar
con “En la Casa”, un drama psicológico basado en la obra de teatro “El Chico de
la Última Fila”, del dramaturgo madrileño Juan Mayorga. Una historia truculenta e hipnótica protagonizada por Germain Germain
(Fabrice Luchini), un profesor de literatura francesa con muchos años de experiencia.
Sin embargo, las clases en el instituto son cada vez más desalentadoras, puesto que sus
alumnos no terminan de implicarse. Ninguno es capaz de sorprenderle con sus
redacciones hasta que descubre al joven Claude Garcia (Ernst Umhauer), una
mente creativa con gran potencial. Tal es así que Germain no duda en alentarle
para que escriba una novela que, por supuesto, espera leer. Claude comienza a seguir sus consejos, creando un relato sobre su familia y conocidos, pero el
profesor, totalmente enganchado a sus palabras, no consigue distinguir entre lo
que verdaderamente es real y lo que es ficción.
Ozon ya había trabajado este tema en “La
Piscina” (2003), en donde la literatura es protagonista de un drama psicológico
de tintes eróticos, lo que le reportaría también reconocimiento internacional a
partir de su presentación en Cannes. Sin embargo, “En la Casa” pule mejor las
intersecciones en ese viaje entre la vida y la ficción, aportando un gran
dinamismo a la narrativa. Los límites entre ambos territorios se difuminan al
entrar en juego un elemento clave, la manipulación, que, en similares líneas a “La Venus de las Pieles” (2013), de Roman Polanski, desata un comportamiento extraño entre los dos protagonistas, aunque, en esta ocasión, Ozon recurra a ello de una forma mucho
más discreta, precisamente camuflada entre algunos toques de humor que afianzan
la trama entre esos aires dramáticos.
No se trata de un juego perverso, como
aparenta ser, sino más bien de la ambigüedad y de cómo el personaje de Germain
se ve envuelto en las situaciones en las que se interpone la ficción y la
verdad, mientras Claude las genera, arrastrándole a un imaginario inesperado
que también es impulsado por el propio hastío del profesor. Por tanto, estamos
ante una especie de nueva figura de manipulación, en el que la impostura es
intencional, deliberada, pero no parte, ni mucho menos, de una intención oculta
de naturaleza diabólica o malvada. A través de ello, Ozon procura una
inmersión en un doble juego en el que el docente inicia un primer envite a su
alumno al plantearle como objetivo una novela. Sin embargo, tal desafío se
vuelve en su contra al permitir dar rienda suelta a la creatividad de un joven
que va más allá de los límites, que se sirve de un punto controvertido para
implicar a un hombre que necesita saciar tal curiosidad en el momento preciso en
el que, por fin, logra salir de su tediosa rutina, aceptando inconscientemente que
su rol de manipulador acabe siendo el de manipulado.
El intersticio se impone como espacio de
intercambio, incidiendo y revirtiendo en la vida de cada uno, marcando un antes
y un después en sus existencias y evidenciando los límites de ambos. Tanto
Luchini como Umhauer realizan un trabajo impecable por el que vale la pena
sentirse arrastrado por las ambivalencias expresadas por los dos. Mientras uno
queda atrapado entre las páginas de la ficción, el otro queda hipnotizado por
los encantos de la realidad, que le llevan a experimentar unas primeras
vivencias políticamente incorrectas. Como si de un trampantojo se tratase, en
el que el engaño parece formar parte de la realidad como si se transformara en
una ilusión óptica, los dos personajes terminan asimilando las evidencias y
aprendiendo una lección de vida marcada a fuego, dejando al espectador la
extraña sensación de que, tal vez, desde la realidad se puede crear una ficción
o, quizá, sea la ficción la que esté contaminada por la realidad.
Para entonces, el director de fotografía francés Jérôme
Alméras ya había trabajado bajo las órdenes de Philippe Claudel, en “Hace Mucho
que te Quiero” (2008), pero nunca con Ozon. Su primera colaboración con “En la
Casa” le reportó reconocimiento, lo que le llevó a participar en metrajes de
Bertrand Tavernier o Emma Luchini, pero, sobre todo, logró afianzar su carrera. Es cierto que
Alméras no ha vuelto a formar parte de un proyecto de Ozon, pero lo cierto es
que su labor en esta cinta resulta magnífica, aportando una atmósfera
inquietante y pulcra a una historia que, obviamente, necesita encerrar al
espectador en el mismo ambiente en el que viven los personajes. Colmada de
detalles y destilando una gran elegancia, “En la Casa” entrega misterio a
través de unos diálogos sumamente brillantes, centrados en una espiral ilusoria
que sólo respira en su magnífico clímax. Tal es así que la obra ya es
considerada como una de las mejores películas en la filmografía de François
Ozon por méritos más que evidentes.
Lo mejor: cómo se desarrolla la relación entre
ambos personajes hasta un peligroso extremo.
Lo peor: haber hecho más hincapié en la rutina
del profesor hubiera generado un mayor impacto en el espectador.
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