“Listen to Britain” parece un simple documental sobre la
rutina de la población y el ejército inglés durante la Segunda Guerra Mundial, aunque, en realidad, fue
encargado oficialmente por el Ministerio de Información del Gobierno británico
a los directores Humphrey Jennings y Stewart McAllister. Nominado, un año más tarde,
por la Academia de Cine de Reino Unido, se trata más bien de una de las piezas
propagandísticas más importante de la época, aunque posea una mayor sutileza
que otras obras más conocidas. A diferencia de éstas, en esta curiosa cinta no se desarrolla una
historia, tal y como se realizaba en el cine clásico hollywoodiense, sino que
más bien despliega una idea, un concepto, que lleva a cabo de principio a fin.
De los dos autores, Jennings se convirtió en todo un
referente para movimientos cinematográficos como el Free Cinema, que comenzaría
a dar sus primeros pasos una década después, aportando una estética realista a
los metrajes de ficción y promoviendo, en definitiva, esa visión
antihollywoodiense tan reaccionaria y propia de Europa, que no hace sino enriquecer la historia del
cine y su experiencia. Igualmente, este trabajo se ganó cierta consideración
poética, aunque, en verdad, ambos cineastas hagan uso del toque experimental
y artístico únicamente para calar más hondo en sus conciudadanos y evitar, por
tanto, que detecten fácilmente cualquier motivo ideológico que se esconda en
su interior. Simplemente, a través del simbólico montaje no lineal se nos
muestra un mensaje persuasivo como tal, pero, a su vez, representa la
modernidad del cine, apoyada por la introducción del sonido, en lugar de una
voz en off como estamos acostumbrados a ver en este género documental.
Precisamente, éste aporta un toque atípico comparado con otros metrajes de la
década, puesto que identifica cada imagen con su propio sonido o canción, como
si la voz de la cultura fuera acallada constantemente por los gritos de la
guerra.
El ocio choca de bruces con la industrialización, al igual
que la población que acude a la llamada del entretenimiento se mezcla con un
ejército, que más que nunca está presente entre ellos. No se muestran batallas a lo largo de los 20 minutos de película y, sin embargo, la guerra está más
viva que nunca. Los desfiles militares son el escenario por el que transitan
los ciudadanos que, aparentemente, siguen con su rutina. Los salones se llenan
de parejas bailando y riéndose a carcajadas al albor del florecimiento de su juventud,
mientras dos soldados miran al horizonte, a un atardecer inundado por las aguas
del mar. Los niños siguen jugando, cantando y danzando en corro en el patio de
la escuela, disfrutando de esa inocente infancia tan pura que, en cambio, fue
salpicada por el dolor de la sangre derramada. La vida en el campo sólo es interrumpida
por aquellos que aún observan cautelosos el cielo. El pueblo inglés no puede
olvidar el bombardeo sufrido por los aviones enemigos y es por eso que su temor
no reside en la tierra, sino en lo que puede suceder en las alturas.
“Listen to Britain” simboliza la interrupción de la
normalidad, el cambio brusco, el ensordecedor y vivaz ruido que lucha contra el
silencio mortal de una Europa que sufría uno de los capítulos más turbulentos y
oscuros de su historia. Y, precisamente, el cine no podía enmudecer ante esta
situación, aunque, en muchas ocasiones, tuviera que sucumbir al efecto
persuasivo de la propaganda. Su mensaje nos indica que Gran Bretaña nunca se
rindió, sino que, en lugar de mostrar un poderío que no poseía tras verse en
plena etapa de recuperación de la Primera Guerra Mundial, optó por transmitir
tranquilidad, indiferencia y rutina a un pueblo temeroso de las consecuencias
de un nuevo conflicto internacional. Sin duda, “la elegancia del inglés” marca
el transcurso de la obra, que, por supuesto, viene a significar la superioridad
de un pueblo en libertad, de una unidad totalizadora capacitada para seguir con
su día a día, por encima de cualquier amenaza.
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