No fueron muchos los artistas que se interesaron por las
novedades tecnológicas en los principios del siglo XX. Pocos se atrevieron a
crear imágenes en movimiento y, aún menos, trasladar el arte a la estética
del cine. Precisamente, hablamos de la época de las vanguardias, cuando el
futuro séptimo arte recibió las coqueterías de algunos artistas que no se
consideraron, en ningún instante, cineastas. Esta curiosa familia veía el cine
como parte de la modernidad, del encanto de una evolución que se prestaba a su
servicio. La fascinación por un artilugio que les permitía hacer volar su
imaginación y dar rienda suelta a su creatividad les llevó a admirar el cine
desde su capa más externa.
“Ballet Mécanique” es un pequeño metraje realizado por
Fernand Léger y Dudley Murphy, a quienes se les puede ver junto a la
embriagadora estética que muestran Katherine Murphy y la maravillosa musa europea Alice Prin, popularmente conocida como Kiki de Montparnasse. El
cortometraje es una de las piezas más importantes de la historia del cine,
aunque todavía no se ha llegado a un acuerdo en cuanto a su catalogación. Sin
embargo, de lo que no cabe duda es de que posee un planteamiento abstracto
absolutamente radical para su época. Concebida para ser la antesala de una
película de corte dadaísta que compartía título, en la que el inigualable
artista modernista Man Ray también participaba, experimenta en su tratamiento
de las formas, las cuales son transformadas, desplazadas.
Los rápidos planos prácticamente fugaces que rozan la
violencia visual en determinados momentos y que hacen resaltar la propia
plasticidad visual conectan a partir de transiciones de gran variedad rítmica
que fluyen entre pausas y generan diferentes niveles de intensidad. La
repetición a través de las figuras geométricas en contraste con la expresividad
del ser humano va en aumento a lo largo del transcurso del metraje, de tal
manera que los objetos y sujetos quedan despedazados al más puro estilo cubista.
Esta hibridación también suma ciertos toques más característicos del futurismo
y surrealismo, añadiendo un valor canónico a la obra. Esto se debe a la fijación por
materializar la parte mecánica del cine, puesto que viene a evidenciar las diversas
influencias de otros autores coetáneos y sus respectivas corrientes.
No existe una ambientación, sino tan sólo la actividad de
los objetos, tradicionalmente insignificantes, y su relación con la humanidad
desde la obsesión de Léger. Con la llegada de la era digitalizada, por fin se
tuvo la oportunidad de disfrutar de la música original, composición del músico
norteamericano George Antheil, junto a las imágenes de “Ballet Mécanique”, el
fascinante trabajo de Léger y Murphy. Una pieza indispensable para comprender
la historia del cine, de la no narración, del arte prestado a la imagen en
movimiento y de, mismamente, la clásica visión de la modernidad. Por supuesto,
tras más de 90 años, se requiere un gran ejercicio mental por parte del espectador
actual, que debe tener en cuenta el contexto y, por tanto, el valor que se
desprende de este magnífico e inigualable metraje.
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