Dentro del expresionismo más experimental, pocos conocen uno
de los cortos más indispensables del cine no narrativo, “La Caída de la Casa
Usher”, de los cineastas estadounidenses James Sibley Watson y Melville Webber.
Esta vanguardia clásica, que engloba, además, corrientes tan exquisitas como el
surrealismo, el dadaísmo o el impresionismo, entre otras, es un pilar fundamental para estudiar la evolución de la estética
cinematográfica y artística. Por el contrario, aún siguen existiendo metrajes que son todo un misterio para el público
convencional, a pesar de su esencial labor para crear el cine tal y como hoy lo
conocemos, como es el caso de este cortometraje.
Webber y Watson prácticamente han permanecido a la sombra
en la historia del cine a causa de una misma versión de la
siniestra obra de Edgar Allan Poe realizada por el francés Jean Epstein, “La Caída de la Casa Usher (El Hundimiento de la Casa Usher)” (1928), que
contó con la colaboración de Luis Buñuel como ayudante de dirección. Una corta participación la de éste, ya que se marchó un tanto airado del rodaje por desavenencias con el realizador.
Webber y Watson llevaron a cabo muy dignamente su propia visión de tan
atormentada historia, en la que, recordemos, Allan (Melville Webber), un
viajero, visita la mansión de su amigo, Usher (Herbert Stern), el cual está
realizando un retrato de su esposa, Madelaine (Hildegarde Watson). Sin embargo,
cuanto más avanza el lienzo, más desfallecida se encuentra su mujer. Bien es
cierto que, en pleno 1928, este trabajo podría parecer un tanto anticuado en su presentación y,
quizá, ésta fuese una de las causas por las que el metraje cayó en el olvido
frente a la presencia del de Epstein. No obstante, hay que tener en cuenta que
ambos cineastas fueron quienes introdujeron en Estados Unidos las corrientes
estilísticas de vanguardia que habían dominado Europa por completo.
“La Caída de la Casa Usher” se ha convertido en todo un
ejemplo de caligarismo, puesto que, como se puede apreciar, posee claras
influencias del metraje cumbre del director alemán Robert Wiene, “El Gabinete
del Doctor Caligari” (1919). El toque abstracto de las pinturas en movimiento
sigue un hilo argumental que acompaña, de una manera un tanto difusa, a la
estilización visual, proveniente de la pintura y el teatro. En lugar de
decorados realistas, ambos autores recurren a fondos pintados, tomando cierto
cariz artístico y siguiendo con las modas vanguardistas de la época.
Igualmente, se puede observar un falso realismo escénico y una estilización del
gesto de sus actores, restando un tanto el trabajo cinematográfico en favor de
la modernidad visual. En este caso, Hildegarde Watson, Herbert Stern y el propio Melville Webber son fantasmas agazapados en las sombras,
pendientes de su más oscura obsesión.
La fantasía inunda la pantalla, provocando, con el transcurso del metraje,
la sensación de no saber en dónde comienza y termina tan ambigua ensoñación. Las superposiciones, los desplazamientos de ángulo, la mirada filtrada bajo prismas en movimiento que crean ilusiones, pero también
distorsiones ópticas, aportan la necesaria extrañeza surrealista al ambiente. Los juegos
realmente acentuados de luces y sombras propios del expresionismo daban sus
últimos coletazos durante estos años. Esta corriente poco a poco desapareció durante la
siguiente década, para ser recuperada muchos años después de forma atenuada a través de ciertas reminiscencias en obras más arriesgadas del cine. En 1959, “La Caída de
la Casa Usher” logró hacerse con una partitura musical elaborada por el famoso
compositor Alec Wilder, culminando, así, el trabajo de Webber y Watson, que,
por supuesto, requiere un obligado visionado para todos los amantes de la
historia del séptimo arte. Una labor poco reconocida, pero igualmente importante, que logra hipnotizar aun habiendo transcurrido casi un siglo.
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