Los traumas, miedos e inseguridades conforman a esos
personajes que actúan como héroes de una historia, pero que, en realidad,
resultan ser todo lo contrario. Esos matices que humanizan, que los completan y
dotan de realismo, son los verdaderos culpables de que el cine contemporáneo
goce, cada vez más, de mayor fortaleza. Pues bien, ese tratamiento del
antihéroe nos lleva directamente a una de las cuestiones más recurrentes y, a
veces, socorridas para todo guionista: la violencia implícita en el ser humano.
El thriller y el género de acción extraen nuestras mayores vilezas a través de
la brutalidad de nuestros actos y, precisamente, el cine surcoreano vuelca una
especial sensibilidad a la hora de construir narrativas en torno a ello. Es con
este tipo de argumentos con los que está consiguiendo aumentar su número de
seguidores, cosechar más éxitos fuera de sus fronteras y, sobre todo, ganar una
merecida posición entre las industrias cinematográficas más potentes de la
actualidad.
El director Yang Ik-June no dudó en apostar por ésto. En su
primer largometraje, “Breathless”, se convirtió en el escritor, productor,
editor y hasta protagonista de su propio trabajo, algo que debía ser más que
evidente al tener una carrera interpretativa más extensa. A pesar de su bajo
presupuesto, su primera toma de contacto tras las cámaras le hizo arrasar en
los festivales de Singapur, Canadá, Rotterdam y Japón, mientras que en España
fue premiado en el Festival de Cine Asiático de Barcelona (BAFF). Sin embargo,
tras el último de sus cortometrajes, “Dance With Me?” (2013) y su participación
en la producción mejicana “Short Plays” (2014), junto a otros cineastas de
renombre como el argentino Gaspar Noé, el estadounidense Vincent Gallo o el
catalán Jaime Rosales, entre otros muchos, regresó a su faceta de actor, por la que se ha embarcado
en proyectos como los dramas “Spring Granny” (Yoon Hong-Seung, 2016) y
“Chunmong” (Zhang Lu, 2016).
“Breathless” irrumpe en la vida de Sang Hoon (Yang Ik-June),
un violento gángster encargado de recuperar, a toda costa, el dinero prestado a los pobres
desesperados que en su día acudieron a su jefe. Fiel a su trabajo, es incapaz
de controlar su fuerte agresividad, causada por viejos traumas del pasado. En
su memoria quedó grabado el fallecimiento de su madre y hermana a manos de un
padre alcohólico. Perdido en una incontrolable espiral de violencia, parece
casi imparable hasta que conoce a Han Yeon-Heui (Kim Kkobbi), una joven
estudiante víctima del maltrato por parte de su propio padre y hermano, similares
circunstancias que provocan que ella ni siquiera se asuste del comportamiento
de Sang Hoon. Así es como se abrirá a nuevas situaciones y emociones, como la
calidez del apoyo incondicional, hasta que el hermano de Yeon-Heui decide
entrar en la misma organización mafiosa que él.
Esa violencia se muestra explícita, de tal forma que la
incomunicación del protagonista se transforma en golpes, puñetazos y malas
palabras. Todo ello es una consecuencia de momentos críticos que han vivido. La
pareja ha sufrido los abusos de otros, aprendiendo y asimilando un lenguaje que
convive entre ellos día tras día. De esta forma, el cineasta nos lleva a
conocer de cerca los patrones de conducta de seres agresivos, inadaptados,
llevados al límite, pero cada uno se adapta y se relaciona de la manera en que
cree más conveniente. Con el esfuerzo que vuelca sobre los estudios, en el caso
de Yeon-Heui, o a través del camino más sencillo, de impulsos como los
de Sang Hoon. Ese punto de encuentro entre ambos, hace que se conviertan en el
soporte para modificar su conducta o bien para comprender a su semejante.
Ese ambiente tan desolador es un ejemplo más de que la violencia sólo genera
más violencia y que, una vez que se participa en este juego, no hay salidas
posibles.
La narración consigue que nuestra atención vaya en incremento,
a excepción de instantes muy puntuales en los que tan dinámico ritmo queda
estancado y de los que logra librarse gracias a ciertas dosis de humor. El
extraño romance entre los dos protagonistas otorga cierto respiro a la
brutalidad del otro hilo argumental, en el que vemos cómo Sang Hoon se queda prácticamente sin aliento con cada golpe. Las escenas más
dramáticas junto a su compañera extraen sentimientos profundos, traumas de los
que jamás se librarán, años de odio, falta de cariño y soledad, generando,
inmediatamente, una sensación de esperanza, de fe en un futuro muy diferente,
en el que ambos sean perdonados por una culpa que arrastran. Así es como el
autor nos obliga a cambiar nuestra perspectiva, aquélla con la que comenzamos
el relato, pasando de un antihéroe que se proyecta como verdugo a una víctima
real de otros.
Ik-June realiza una magistral y versátil interpretación en
la que explora hasta lo más recóndito del personaje. Con gran experiencia en
este ámbito, tanto en cine como en televisión, el actor proyecta una fuerte
personalidad para enfrentar las escenas más duras de la cinta,
mientras que su carisma se se despliega gracias a los momentos más dramáticos que
comparte con su compañera de reparto, Kkobbi. Con una imagen lolita y una
gran naturalidad, encarna a un personaje clave en la vida de Sang Hoon.
Encargada de controlar su ira, de hacer brotar en su interior ciertos
sentimientos ya olvidados y, sobre todo, de ser la guía para la búsqueda de una
redención, la actriz protagoniza un clímax potente, que se apresura en el
tiempo, pero que deja en nuestras retinas un diálogo redondo, dejando al aire
el gran potencial del cineasta.
Poca escapatoria queda en un ambiente tan pesado e inmundo.
Posiblemente, esto suene tan claustrofóbico como el presente de los personajes,
a los que la cámara persigue a toda costa. Sus movimientos también son
violentos, atrevidos, acompañando a Sang Hoon en sus deberes habituales y
provocando que hasta nosotros mismos nos sintamos salpicados por esa oscura
atmósfera que los envuelve. “Breathless” es provocadora y no se distancia
realmente de lo que sucede cada día entre nosotros. Conflictos habituales
empañados por la violencia, el maltrato tanto verbal como físico y la
incomunicación en un producto híbrido que combina toques del cine más
tradicional de Corea del Sur, nadando entre las aguas del thriller y la comedia
romántica.
Lo mejor: la historia no se centra en la violencia como tal,
sino en las consecuencias que ésta trae y en cómo generación tras generación
pueden llegar a repetirse los mismos patrones.
Lo peor: ciertos instantes en los que el ritmo queda
estancado.
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