El artista y director alemán Hans Richter es recordado por la historia del arte como un auténtico artesano del cine, con el que experimentó profundamente diferentes técnicas para dejar un magnífico legado, que le convirtió en uno de los artistas de las vanguardias clásicas más importantes. Su pieza “Fantasmas antes del desayuno” (“Vormittagsspuk”, 1928) es un perfecto estudio de las primitivas tendencias cinematográficas en plena década de los 20, pero, además, su valor histórico nos recuerda cómo tuvo que sortear obstáculos como la Segunda Guerra Mundial, cuando el nazismo destruyó su versión sonora, que originalmente había sido creada por el influyente compositor alemán Paul Hindemith. Más allá de esta obra, la colección conservada experimenta, en su mayoría, con el dadaísmo, especialmente durante su etapa europea, con composiciones que, visualizadas cronológicamente a partir de su trilogía abstracta “Rhythmus 21” (1921), “Rhythmus 23” (1923) y “Rhythmus 25” (1925); nos revelan la evolución en los intereses del cineasta.
Su concepción del cine le llevó a pensar en él como un complemento de la pintura, una extensión de sus creaciones artísticas a las que aportar, sobre todo, movimiento como una forma de expresión natural propia del arte moderno. Esta idea es más que evidente en su pieza “Filmstudie”, una obra que, como su propio título indica, sirvió como un experimento para que Richter siguiera profundizando en las posibilidades que le ofrecía, por entonces, este nuevo arte. A su vez, este metraje es recordado por la historia como uno de los primeros intentos que sirvieron para combinar el dadaísmo y la abstracción, aunque él mismo solía hacer hincapié en que él trabajaba más con el surrealismo. Por ello, se observa, durante casi cuatro minutos y aproximadamente 45 planos, un hipnótico collage con imágenes de rostros y globos oculares, combinados con figuras geométricas encadenadas y otros objetos borrosos que sirven a modo de transición. Las superposiciones, las rupturas estilísticas, las exposiciones múltiples, las tomas extremadamente cortas de entre dos y seis segundos y los diversos grados de opacidad fruto del montaje de la cinta confluyen en rectángulos y líneas en un blanco y negro impoluto. A veces, como si fuera un tejido, otras como si se tratara de un puzle, las piezas construyen y deconstruyen formas irregulares, tan solo interrumpidas por fotogramas obtenidos de la propia realidad, como un hombre con un martillo o unos pájaros en el muelle, que, a través de esta primitiva visión, parecen conformar su propio collage con el uso del negativo.