A caballo entre el documental y la ficción, la filmografía
del director y guionista japonés Ryûsuke Hamaguchi ofrece una gran variedad de
experiencias cinematográficas, entre las que bien podría destacarse la realización de un arriesgado remake del “Solaris” (1972) del célebre
cineasta, actor, poeta y escritor soviético Andrei Tarkovsky. Su propuesta
permaneció como una puesta a prueba durante sus años universitarios, pero el primer éxito de su carrera no llegaría hasta
el largometraje, “Passion” (2008), un drama romántico sobre la infidelidad y el
compromiso en una pareja joven, que le permitió entrar en los Tokyo FILMeX con
una nominación. Después de este, llegarían los dramas “The Depths” en 2010 e
“Intimacies” (“Shinmitsusa”) en 2012, año en el que también se estrenaría en el
terreno documental con “The Sound of Waves” (“Nami no oto”), sobre el terremoto
del 11 de marzo de 2011 en Japón y el posterior tsunami que atacó las costas de
Tohoku.
Solo un año después, en 2013, Hamaguchi recibió un nuevo
reconocimiento, el premio Sky Perfect IDEKA del Festival Internacional de Cine
Documental de Yamagata con la obra “Storytellers”. Otro año fructífero en el
que también pudo ver la luz “Touching the Skin of Eeriness” (“Bukimi na mono no
hada ni sawaru”), un drama en forma de mediometraje que versa sobre la pérdida
de un ser querido. Y de esta forma, el cineasta ha seguido combinando el
documental y la ficción a lo largo de su trayectoria cinematográfica, siendo
2014 un año vital en su andadura. No solo logró terminar el documental “Nami no
koe”, dividido en dos partes, “Shinchimachi” y “Kesennuma”, sino que, mientras
residía como artista en el Centro KIITO Design and Creative de Kobe, se
aventuró a continuar con el rodaje de “Happy Hour” (“Happî awâ”), una cuenta pendiente en su camino tras comenzar a trabajar en esta nueva propuesta un año atrás. La cinta no tardó en entrar en el circuito de
festivales internacionales en 2015, revirtiéndole más de una alegría en los
Premios Asia Pacífico y los certámenes de Locarno, Nantes y Singapur.
Akari (Sachie Tanaka), Sakurako (Hazuki Kikuchi), Fumi
(Maiko Mihara) y Jun (Rira Kawamura) son cuatro mujeres de 30 años que se han
convertido en grandes amigas con el paso del tiempo. Han realizado una quedada
para disfrutar de un día de descanso y pasear entre la naturaleza. Se trata de
un respiro de sus vidas, puesto que las cuatro apenas cuentan con tiempo libre
para disfrutar juntas a causa de las responsabilidades que les conlleva la familia y
el trabajo. Por un lado, Akari es una enfermera divorciada que no se plantea
tener más relaciones serias, sino que prefiere vivir en libertad y sin ningún
tipo de atadura. Mientras, Sakurako se encarga de cuidar a su siempre ocupado
marido, un hijo en plena adolescencia y una suegra ya dependiente. Fumi vive junto a un
marido centrado en ser exitoso como editor literario, en constante búsqueda de
nuevos talentos y contactos para no depender de su carismática esposa. Por último, Jun se
encuentra en pleno divorcio, desesperada por terminar con un ciclo que le ha
consumido. Sin embargo, su pareja se niega en rotundo a desprenderse de ella.
Casi 320 minutos de metraje que parecen imponer antes de
comenzar a ver la cinta. Cinco horas y veinte minutos en los que asistimos a un
pequeño fragmento en las vidas de estas cuatro amigas, pero ¡qué fragmento!. Tal
vez, se convierta en el más importante para cada una de ellas. Una narración
lineal en la que se exponen cuestiones vitales, aprendizaje y decisiones
esenciales que provocarán un fuerte cambio en su día a día. Akari, Sakurako,
Fumi y Jun se enfrentan a los amores fugaces que casi invalidan su estabilidad, a la
búsqueda del sentido de sus vidas, de unas migajas por las que seguir adelante.
Ya no es como cuando estudiaban, sino que ahora el mundo se ha convertido en un cúmulo
de responsabilidades que termina por ahogarlas, ensombrecerlas en su rutinaria
vida. Solo la amistad se mantiene perenne, un punto estable que se torna en
refugio.
Enclaustradas, las cuatro acuden a un taller distinto, un
espacio de reflexión que comienza con diferentes tareas y que culmina en una
conversación que supondrá un punto de inflexión en la obra de Hamaguchi.
Después de esa noche, nada será igual e, incluso, su amistad se pondrá a prueba. Los celos, las mentiras, las
manipulaciones, las noticias inesperadas, el abandono, la competitividad dentro
del matrimonio, los arrebatos, la impulsividad, los altibajos emocionales y la
incomunicación serán cuestiones a las que deban hacer frente para continuar con
su aprendizaje. Forman parte de la vida y, ya en su treintena, es necesario
asimilarlos y seguir. Es, precisamente, esa familiaridad con la que el
cineasta nos acerca a sus protagonistas la que consigue atraparnos desde aquel
taller extraño en donde tratan de levantarse entre ellas. Una tarea que parece
sencillamente inocente, pero que, al final de la cinta, cobra más importancia
que nunca.
Tanaka, Kikuchi, Mihara y Kawamura nos conquistan desde ese
primer minuto en el que se disponen a sentarse al aire libre para consensuar
una nueva cita. La clave es la de siempre: apelar a la empatía, puesto que, al fin y al cabo, a todos nos ocurre lo mismo tarde o
temprano. Así es, Hamaguchi recoge dicha empatía y la encierra junta a ellas, cuatro
actrices que se estrenaban bajo la batuta del director, a quienes volveríamos a ver con su siguiente trabajo (si se puede calificar como tal), una disección de “Happy Hour” que recibiría los nombres de “Senses
1&2” (2018) y “Senses 3&4” (2018), en donde asistiríamos nuevamente a esa exploración en la mente
de las amigas. Es el momento de pensar, de sopesar si esta es la vida que
querían tener. En una de esas casualidades del destino, el cineasta supo
reconocer el talento de las cuatro en un taller de interpretación para no
profesionales, con tan buena suerte de otorgarlas no solo un papel excelente,
sino el mejor comienzo posible en sus fulgurantes carreras.
El director de fotografía Yoshio Kitagawa se ha convertido
en un habitual en el equipo de Hamaguchi y no es de extrañar. Ambos saben cómo
plasmar esa mirada naturalista de la vida, cómo extraer la bondad de la
realidad, aunque la narración se vea arrastrada por un camino más destructivo.
Los dos han conseguido que “Happy Hour” saque lo mejor de cuatro amigas que, de
repente, pierden el rumbo cuando la corriente siempre les había empujado en una
misma dirección. Una obra que ya es considerada como indispensable en la filmografía
del autor y qué mejor acercamiento a su trabajo que con una historia que tan
solo respira cercanía y familiaridad, en la que sus cuatro subtramas nos
atrapan con cariño, permitiéndonos ser testigos del encanto de cuatro mujeres
muy diferentes que tan solo buscan ser ellas mismas.
Lo mejor: la sencillez con la que son narradas las historias
de Tanaka, Kikuchi, Mihara y Kawamura.
Lo peor: su duración puede plantear dudas a más de uno, pero
este extenso viaje merece la pena ser vivido.
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