Los grandes amores prohibidos han nutrido el significativo género del drama. Podemos recordar las historias de “Romeo y Julieta”, del famoso dramaturgo británico William Shakespeare, el apasionado romance entre Robert (Clint Eastwood) y Francesca (Meryl Streep) en “Los Puentes de Madison” (Clint Eastwood, 1995) o la inolvidable relación entre Mrs. Chan (Maggie Cheung) y Chow Mo-Wan (Tony Leung Chiu Wai) en la cinta hongkonesa “In the Mood for Love“ (Wong Kar-Wai, 2000). A todos ellos bien podría sumarse el enamoramiento entre Carol y Therese en la producción británica “Carol”. La película, dirigida por el cineasta californiano Todd Haynes, logró hacerse con innumerables premios y 6 nominaciones en la 88ª edición de los Oscars.
Basada en la autobiografía de la popular novelista tejana Patricia Highsmith, “El Precio de la Sal”, que en un principio se publicó bajo el pseudónimo de Claire Morgan, la narración se sitúa en la fascinante ciudad de Nueva York en plenos años 50. Una dependienta de unos grandes almacenes, Therese Belivet (Rooney Mara), conoce a Carol (Cate Blanchett), una mujer de mediana edad, madre de una niña, que está a punto de divorciarse de Harge (Kyle Chandler). Surge una gran conexión entre ellas a través de juegos de miradas y constantes coqueteos que hacen que Therese se replantee su vida. Aficionada a la fotografía, la joven comienza a distanciarse de su amigo y medio novio Richard Semco (Jake Lacy) para involucrarse cada vez más en la realidad de Carol, la cual, aun contando con el apoyo de su mejor amiga Abby (Sarah Paulson), tendrá que librar una gran batalla en la que deberá elegir entre su familia y su verdadero “yo”.
La guionista neoyorquina Phyllis Nagy se encarga de la adaptación de lo que podría haber sido un apasionado e intenso romance en lugar de un relato de un enamoramiento insípido por momentos. Resulta inevitable sentir cierta frialdad ante el desarrollo de su romance, aunque no es así en cuanto a las circunstancias que rodean al personaje de Carol en una época imposible en la que la sociedad ejercía una férrea censura ante todo lo que no fuese “normal” o “moralmente aceptable”. La infatigable lucha a contracorriente despierta todo nuestro interés, puesto que la relación vivida entre ellas se muestra de forma lineal, a distancia, en la que los personajes apenas muestran pasión, a excepción de contadas escenas, ciertos gestos y miradas que así lo delatan y que nos permiten profundizar en un bello envoltorio aparentemente irrompible. Su excesiva contención y la suavidad en su tratamiento merman la atracción y empatía que deberíamos sentir, pero, a pesar de ello, el interés por su argumento se mantiene a lo largo de las casi 2 horas de duración, tal vez, esperando a que ocurra una especie de torbellino romántico entre ambas, a que crucen un extraño muro que las separa en todo momento.
El largometraje es elegante, sofisticado y sobrio, exactamente igual que la protagonista que otorga el título a la película. La profesionalidad de Blanchett es indiscutible y es que da igual que encarne a una reina protestante, a una histérica divorciada, a una malvada madrastra o, incluso, a un legendario músico. Nominada a los Oscars junto a su compañera de reparto Rooney Mara, la australiana resulta fascinante minuto tras minuto con un papel que parece dominar a la perfección, a pesar de que no obtuviera recompensa. Su personaje tendrá que enfrentarse a toda la sociedad y a ella misma, por lo que se verá en la encrucijada de mantener a su lado a su hija ejerciendo el papel de madre convencional que vive supeditada al esposo o la de una mujer libre sexualmente y que puede ser ella misma en su intimidad, por supuesto, ya que no podemos olvidar que estamos ante una época que condenaba la homosexualidad. La madurez de Carol contrasta fuertemente con la inocencia, ternura y sensibilidad de Therese, una joven que aún está buscando su sitio en este mundo. Ella descubre algo inesperado, algo que va más allá de lo que hay a simple vista, de la educación que ha recibido y de las opiniones de su alrededor. Mara logra resaltar frente a una compañera de tal calibre como es Blanchett, siendo ambas totalmente brillantes.
El popular director estadounidense Edward Lachman se encarga de la excelente labor fotográfica, la cual recibió una merecidísima nominación a los Oscars. Quien en su día participara en la siniestra ensoñación de “Las Vírgenes Suicidas” (Sofía Coppola, 1999), el impecable realismo de “Erin Brockovich” (Steven Soderbergh, 2000) o el sobrio clasicismo de “I’m Not There” (2007), obra en la que trabajó, de nuevo, con Haynes a la dirección y Blanchett en el papel principal. Los colores cálidos se fusionan con las tonalidades verdes creando imágenes de gran carga simbólica y una atmósfera intimista que se desplaza desde centro de la ciudad hasta el extrarradio a través de moteles de carretera. El escenario neoyorquino se presenta con grandes contrastes, personificando las dos realidades entre sus protagonistas, distanciadas, en un primer momento, por diferencia de clases y poder adquisitivo. La diseñadora británica Sandy Powell se encarga de adornar tan exquisita ambientación con un vestuario que le catapultó directamente a los Oscars. En iguales condiciones y con otra nominación bajo el brazo se encuentra el famoso compositor Carter Burwell, cuyo tiempo se ha visto dividido entre esta producción y “Legend” (Brian Helgeland, 2015), “Anomalisa” (Duke Johnson y Charlie Kaufman, 2015) y la esperada cinta de los hermanos Ethan Coen y Joel Coen, “¡Ave, César!” (2016).
La comedida pasión de “Carol” nos lleva a presenciar una narración tranquila, templada y excesivamente suave a la que le falta cierto ímpetu romántico para despertar algo de empatía. No obstante, el magnífico retrato de la sociedad arcaica y convencional de hace poco menos de seis décadas guarda un gran interés e invita a reflexionar sobre cuestiones que aún hoy en día siguen siendo actualidad. Y es que, por mucho que hayan pasado los años, parece que seguimos sin evolucionar, por lo que es inevitable que la producción de Haynes se convierta en uno de esos largometrajes atemporales que, además, cuenta con grandes atractivos, como sus dos actrices principales, Blanchett y Mara, o la estupenda labor técnica.
Lo mejor: pese a que Mara lleva a cabo un espléndido trabajo, Blanchett sigue conquistando a su paso.
Lo peor: puede que sea un bonito romance, pero la pasión tan mesurada no hace más que aportar frialdad a la trama.
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