El director y guionista tunecino Mehdi M. Barsaoui tan solo
llevaba cuatro cortometrajes a sus espaldas cuando se lanzó, en 2019, a crear
su ópera prima, “A Son” (“Bik Eneich: Un fils”), con la que se ha paseado por la
red de festivales internacionales de cine con resultados más favorables de lo esperado.
Premiado en Venecia, Hamburgo o El Cairo, entre otros certámenes, el cineasta ha logrado
despegar su carrera de la mejor manera posible: llamando la atención. No
hablamos de ningún tipo de controversia, sino de un trabajo que ha sabido pulir
para ganar méritos fuera de las fronteras de su país. Una coproducción entre
Túnez, Francia, Líbano y Catar en la que se tratan cuestiones de gran
actualidad e interés, como el tráfico de órganos, el papel de la mujer dentro
de la sociedad árabe o el choque entre la ciencia y la cultura.
La vida parece sonreír a la familia Ben Youssef en el verano
de 2011. Fares (Sami Bouajila), su esposa Meriem (Najla Ben Abdallah) y su hijo
de 11 años Aziz (Youssef Khemiri) celebran, junto a sus amigos, el ascenso de ella
en su carrera profesional. Sin embargo, Fares debe marcharse el lunes para
mantener su negocio ante una huelga inminente y desea que su familia le
acompañe. Durante el trayecto, su coche es atacado por un grupo armado en mitad
de la carretera, resultando Aziz herido de un disparo. Ya en el hospital, su
diagnóstico es terrible: necesita un trasplante de hígado cuanto antes. Así
comienza la búsqueda de un posible donante, pero esto provocará que un secreto
se revele y provoque un tremendo vuelco en una situación que transcurre a
contrarreloj. En clave dramática, Barsaoui reconstruye el pasado de Túnez a
través de una historia íntima recluida, en su mayor parte, en los pasillos de
un hospital.