miércoles, 25 de marzo de 2020

LA FRUSTRACIÓN DEL DESEO (2019)

Qué triste es ser conscientes de que aún existe la censura cinematográfica en muchos países y lo peor es que, en casos como el de China, esta situación va a continuar durante mucho tiempo más. Poner trabas al arte en pleno siglo XXI es un auténtico sacrilegio y cintas como “Un Perro Ladrando a la Luna” engrosan una lista eterna que parece no tener fin. El primer largometraje de la directora y guionista china Lisa Zi Xiang se convirtió en una coproducción por supervivencia, puesto que, para sortear el temible “tijeretazo” gubernamental, tuvo que pasar por manos españolas en su fase de postproducción. Al contrario de lo esperado, en lugar de ganar popularidad por su controversia dentro de la red de festivales internacionales de cine o, incluso, eclipsar el trabajo, como ha ocurrido en multitud de ocasiones; se quedó en un frágil eco anecdótico que, al menos, permitió que permaneciera intacta la idea original de Zi Xiang

Huang Xiaoyu (Gaowa Siqin) es una joven embarazada que regresa desde Estados Unidos a China en compañía de su marido, Benjamin (Thomas Fiquet). Desea visitar a sus padres, Li Jiumei (Renhua Na) y Huang Tao (Wu Renyuan), pero su viaje abre la caja de Pandora de los recuerdos, desatando todos los nudos que sustentan su relación. Su padre ha decidido separarse y vivir, por fin, su realidad, mientras que su madre trata de convencer a los demás y, sobre todo, a sí misma de que se marido volverá al cauce correcto. De nuevo, ha encontrado un nuevo rayo de esperanza al albor de los extraños dictámenes de una secta budista que promete curar la raíz del problema que ha hecho fracasar su matrimonio: la homosexualidad de su esposo. Con la creencia de que se trata de una enfermedad mental que puede llegar a tener curación, Li Jiumei se ha transformado en una mujer frágil por culpa de su desesperación. No es consciente del daño que provoca en su familia y constantemente paga su frustración con su hija, a la que dirige palabras verdaderamente duras desde su adolescencia. 

A pesar de los obstáculos en su desarrollo, la directora presenta una radiografía de la sociedad china contemporánea desde el silencio casi sepulcral y realiza un tratamiento de la homosexualidad desde diferentes puntos de vista. El retrato de esta familia va adquiriendo poco a poco cierta teatralidad, especialmente en los instantes en los que el pasado y el presente se funden en uno para señalar los errores en los que se cae, las culpas que se arrastran y la intolerancia y falta de comprensión que se genera. Los silencios desvelan a los personajes, algunos aletargados por el sopor del castigo perpetuo, otros activados por nuevas metas que tan solo camuflan los verdaderos problemas que han sido forjados a base de mentiras con las que han envuelto su rutina. Zi Xiang nos permite sorprendernos con un clímax que parece paladearse desde la segunda mitad de la cinta, pero que se revela con fuerza y dolor. Es entonces cuando comprendemos todo aquel retrógrado sin sentido, todos esos pensamientos volcados que parecían tergiversados en un curioso alarde surrealista sobre un escenario de teatro. Para entonces, todos ellos resurgirán en el silencio.

A lo largo de los 107 minutos de metraje, la cineasta construye la narración a partir de diálogos que lograron escapar de la censura y que convertían la homosexualidad de Huang Tao en una simple infidelidad dentro del matrimonio. Este resbaladizo virtuosismo acompaña a la magnética belleza de sus imágenes, trabajo realizado por el director de fotografía José Val Bal, que hace gala de composiciones visuales deliciosas por su estatismo y fuerte frontalidad para obligar al espectador a permanecer de forma sigilosa como un inquieto testigo en la distancia. La cámara tan solo nos permite romper esa barrera con la protagonista, cuya frialdad queda justificada ante el comportamiento de sus padres, distantes, contenidos y, en definitiva, arrastrados por la encorsetada educación tradicional de una sociedad que no termina de comprender la propia esencia del ser humano y que los fuerza a una estricta rectitud hasta sus últimas consecuencias. 

La labor realizada por la actriz Gaowa Siqin es, sin duda, fantástica gracias a su contención, poniendo especial énfasis en sus miradas y gestos, las claves para esclarecer los pensamientos de un personaje que parte de ser protagonista a ceder espacio dramático en la segunda mitad de la cinta a su compañera Renhua Na, que toma el relevo en sus ansias de materializar esa supuesta “normalidad” autoimpuesta. Su voz parece solo emitir reproches, proporcionando una incomodidad absoluta entre la familia. Ella encarna el papel de la mujer de mediana edad que no ha podido ser libre, que ha sido adoctrinada por una tradición obsoleta y oprimida por una sociedad patriarcal. El dolor y la culpa terminan por apoderarse de ella en conversaciones en las que la cámara parece perseguir más el lenguaje no verbal de quienes desean escapar de una situación aparentemente rutinaria. Y mientras tanto, Huang Tao permanece ausente frente a su familia, tan solo respaldado por una hija que trata de comprender la posición de sus padres a pesar de los muros que se encuentra a su paso.

“Un Perro Ladrando a la Luna” susurra una realidad apaleada entre la sociedad china, una frustración de quienes desean ser y no pueden, de quienes tratan de amar, pero nunca han logrado proclamar sus verdaderos sentimientos. La obra de Lisa Zi Xiang nos acerca a la sociedad china de hoy, aquella que intenta despertar del encorsetamiento, la que ya no quiere esconderse ni seguir errante a lo largo del tiempo. Esa China enclaustrada en valores tradicionales y añejos que no le permiten crecer, que se siente oprimida, mientras otras sociedades ya han alzado la voz en favor de la libertad. 

Lo mejor: el retrato que realiza la cineasta de la sociedad china en cuanto a la homosexualidad y el papel de la mujer.

Lo peor: la frustración que se desprende.


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