Hay obras que han tenido que permanecer ocultas a lo largo
de la historia del cine por expresar ideas demasiado adelantadas a su tiempo.
Incomprendidos desde el primer minuto, estos metrajes han despertado siempre
una gran controversia, viéndose obligados a ser proyectados para un sector del público muy reducido o, en el peor de los casos, quemados y desapareciendo
para siempre. En el caso de “Pink Narcissus”, una pieza de corte experimental, se vio relegada a círculos muy concretos en donde se mostraba bajo
anonimato. Su verdadero autor vio como su creación sobrevivía al paso del
tiempo durante tres décadas, siendo proyectada sin su consentimiento y sin ningún tipo de
reconocimiento popular, aunque sí logró generar más de una obsesión en círculos cerrados.
Su no autoría despertó aún más el interés de la cinta, puesto que, en sus
inicios, se creyó que pertenecía a la colección cinematográfica del célebre
Andy Warhol o que, incluso, bien pudiera haber sido una película perdida dentro de la filmografía del influyente padre del videoclip, nada menos que Kenneth Anger. Sin embargo, no
fue hasta la década de los 90 cuando el escritor Bruce Benderson decidió comenzar
a investigar para encontrar a su verdadero director, que finalmente acabó
concluyendo que se trataba del artista estadounidense James Bidgood. Sin duda,
los 73 minutos de los que consta el metraje descubren parte de su sello personal a través de esa
puesta en escena teatral y de estilo kitsch. Grabada en su propio apartamento
en pleno Manhattan a lo largo de poco más de siete años de rodaje, la cinta
muestra la belleza de varios jóvenes bajo el erotismo de sus primeras
experiencias sexuales, adornadas por una decoración rococó que nos empuja a vivir en sueños en bucle. Es en esas psicodélicas fantasías en
donde el protagonista, Angel (Don Brooks), la verdadera pareja del cineasta, observa en nuestra compañía el hipnótico contoneo de la danza exótica, mientras imágenes explícitas surgen
de forma aleatoria para romper con la extraña alucinación pop.