En tiempos de guerra, los caprichos están de más. Es
suficiente con conseguir lo básico para subsistir y seguir adelante con la esperanza de que un día, más pronto que tarde, termine el conflicto. Eso no implica que las
personas no echen de menos los lujos que un día tuvieron, aquel pasado
colmado de paz y tranquilidad en el que las preocupaciones, de repente, parecen una nimiedad en comparación con la dureza de ese "presente". Sin embargo, hay ocasiones en las que el
destino o algo similar parece dar una tregua, permitiendo un pequeño descanso entre la desgracia para, al menos, celebrar que uno sigue adelante, que está vivo. Precisamente, la población
escocesa recuerda con gran cariño una extraña anécdota que sucedió durante la
Segunda Guerra Mundial y que tiene una profunda relación con esta idea. El día 3 de febrero de 1941, el barco S/S Politician
salió del puerto de Liverpool con 250.000 botellas de whisky dirección a
Jamaica. Tan sólo dos días después, la embarcación se hundió en las costas de
Eriskay, The Outer Hebrides, en Escocia, debido al mal temporal. Pero, al
contrario de lo que pudieran pensar, su cargamento no se encontraba en su
interior.
Este curioso suceso acabó por convertirse en una divertida
leyenda aún recordada hoy y, como registro de aquellos hechos, quedó para el
recuerdo en la película “Whisky a Go-go”, el que fuera el primer largometraje del
director y guionista estadounidense Alexander Mackendrick. La obra, que recoge
los hechos desde el punto de vista de la pequeña población, es, en realidad,
una simpática comedia en la que los lugareños, ávidos de probar nuevamente una
gota de whisky después de tantos años involucrados en el conflicto bélico, se
encuentran con la oportunidad de recobrar buenos tiempos y paladear un poco del lujoso ocio ya casi olvidado en una isla invadida
por la tristeza y la oscuridad. Así es como preparan una estratagema para
hacerse con el botín sin que las autoridades sospechen y bajo el eterno acecho
del capitán inglés Waggett (Basil Radford).
Aún hoy en día se siguen descubriendo botellas de whisky en
las costas de la isla como parte de tan curiosa anécdota. Y bajo una mirada entrañable y manteniendo en todo momento un toque austero,
el cineasta refleja el periodo más tumultuoso del siglo XX en Reino Unido. Una
época de escasez, tristeza, miseria. La vida ya no gira en torno a las fiestas
y la diversión, sino al racionamiento y la supervivencia. La abstención forzosa
agudiza el ingenio y, como Mackendrick nos hace ver, estamos ante una
oportunidad que, bajo las mismas circunstancias, todos aprovecharíamos de alguna u otra manera. Tal vez
por esta razón nos sea francamente sencillo introducirnos entre las casas de
los lugareños, buscando la complicidad entre ellos, pero, sobre todo,
acompañando a cada uno en su picaresca.
Mackendrick ya había trabajado para el Ministerio de
Información británico. Sin embargo, su papel se centraba en la emisión de
propaganda, por lo que, a pesar de no tener posibilidades de desarrollar su
propia obra, le permitió ganar una experiencia que se sumaba también al de
asistente de dirección del inolvidable director italiano Roberto Rosellini. Sin
duda alguna, parte de aquel neorrealismo se vio reflejado en “Whisky a Go-go”,
aunque sustituyera el dramatismo por la comicidad. Un líquido tan apreciado en
Escocia no podía ser recordado de otra manera, como un lujo indispensable.
Nominada a los BAFTA de 1949, la obra despliega un hipnótico y sutil humor que
se tambalea entre la sátira y la empática compresión y confidencia. Es
inevitable sentir cómo cada personaje se convierte en un vecino entrañable, con
sus temores y deseos, sus estrategias de escondite.
Si hubiera que definir con una única palabra esta ópera
prima no cabe duda de que sería “inteligente”. Con la magia de permitirnos sonreír
durante la mayor parte del metraje, el relato, más allá del hecho anecdótico,
nos viene a representar la camaradería de una comunidad, la capacidad de ayudar
al vecino y la simpática relación entre quienes se conocen de toda la vida.
Éste es el principal encanto, sus personajes. Familiares compartiendo
confidencias, reuniones entre hombres, jóvenes casaderas que suponen la viveza
de la isla, ancianos con gran picardía, etc. Los constantes choques con el
capitán Waggett y su obsesión con la rectitud y la justicia suponen instantes
brillantes que terminan desembocando en supuestos “milagros” y acciones
secretas que se resuelven con una creatividad inimaginable.
El veterano director de fotografía británico Gerald Gibbs se
encarga de aportar un matiz documental a la cinta. Con un gran número de
escenarios, en los que, en ocasiones, se aglutina medio pueblo prácticamente
sin espacio, el cuidado trabajo de Gibbs se completa con los fascinantes
primeros planos que enfatizan la comicidad en este juego de persecución
infinita. “Whisky a Go-go” supone un retrato casi laberíntico de pequeños
espacios y lugares abiertos, de tensión en aumento entre festejos, pedidas de
mano y noches en las que nadie duerme. Sin duda, Mackendrick hizo una de sus
grandes obras a pesar de las limitaciones en su creatividad.
Lo mejor: es una obra disfrutable y atractiva que consigue
hacernos reír en más de una ocasión gracias a la inteligencia con la que se
desarrolla su narración.
Lo peor: la historia ha dejado de recordarla como una gran
aportación al género de la comedia.
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