“Madama Butterfly” es, para muchos, una de las mejores óperas de
todos los tiempos. El célebre compositor Giacomo Puccini trasladaba a la ciudad
de Nagasaki de principios del siglo XX una historia en la que el amor y el
sacrificio iban de la mano sobre un terreno que siempre llamaría la atención
por su exquisito exotismo. Inspirado por el dramatismo romántico de Asia, el
siempre atrevido cineasta David Cronenberg rompió con su dinámica surrealista,
fantástica, intrigante, visceral y, por supuesto, única, para dar rienda suelta
a los deseos, la sensualidad y la tragedia a través de “M Butterfly”, obra con
la que logró alzarse con al menos un galardón al mejor actor extranjero en los
premios Sant Jordi de Cinematografía de 1994 gracias a la inolvidable
interpretación de Jeremy Irons, del que también se recordaría su intachable labor
en “Herida” (Louis Malle, 1992) y “El País del Agua” (Stephen Gyllenhaal,
1992), sus dos anteriores trabajos.
En plena década de los 60, el diplomático René Gallimard (Jeremy Irons) se
traslada a la embajada francesa de Pekín. Allí, en sus ratos de ocio, comienza
a aficionarse a la ópera china, en donde queda totalmente eclipsado por la
presencia de la protagonista de una de las obras. Sin embargo, en China aún
está prohibido que las mujeres se suban al escenario, por lo que, tras esa
imagen femenina, se esconde Song Liling (John Lone), un popular actor que
siempre interpreta este tipo de papeles. Ambos se conocen y, de inmediato,
surge una conexión que termina creando una tela de arañas repleta de nudos que se convierten en oscuros secretos tejidos por la diva. Un drama romántico basado en hechos reales e inspirada en la obra de teatro del dramaturgo estadounidense David Henry Hwang, quien, además, es el guionista de esta adaptación de Cronenberg.
La transformación siempre ha formado parte de la autoría del director, pero su representación va un paso más allá de donde otros prefieren
quedarse, un escalón mucho más incómodo, crudo y palpable. En esta ocasión, el
cineasta prescinde de aquellos hábitos de “El Almuerzo Desnudo” (1991) o,
incluso, “La Mosca” (1986). Estamos ante una transformación simulada en la que
Song se convierte en un personaje ambiguo en cuanto a la identidad de género.
No por su metamorfosis travestida, sino por un secreto que en China es
sobradamente evidente, pero que frente René nunca pretende revelar. La
representación tradicional de la cultura China facilita este camino cargado de
simbolismo. Song vive en el mundo artístico como una mujer, tras un espeso
maquillaje, una delicada expresividad y unos ropajes femeninos que le permiten trasladar
su condición a la realidad, a las calles de Pekín, en donde comparte con René
palabras, mientras que en la intimidad se desvela la atracción.
El deseo de sexualidad traspasa el género, pero en todo momento
queda en el aire una simple pregunta, ¿René no sabe verdaderamente quién es
Song o estamos ante un engaño consentido o a medio consentir? Quizá sean dudas
que poco importen cuando se pone en tela de juicio la sinceridad de sus
sentimientos, puestos a prueba en un sacrificio final tras constantes
simulacros, que, sin lugar a dudas, suponen unos curiosos guiños a la tradición
china. Hablamos de la importancia de la máscaras, objetos que permiten evadirse
de la realidad, pero que también convierten en víctimas a quienes los usan.
Víctimas de lo oculto, de lo que no se quiere revelar, víctimas de la
comodidad, de ofrecer al otro ser lo que desea, pero también víctimas del
miedo, de que los secretos que uno tanto recela finalmente sean revelados.
Tal y como pudiera ocurrir en aquel estadio del espejo de Lacan,
Song se reconoce y se desconoce casi al mismo tiempo, porque lo que tiene ante
sus ojos es tan solo una imagen de él mismo, de lo que desea ver y, por tanto,
Cronenberg inserta un nuevo engaño, esta vez, hacia sí mismo. Un juego oscuro desarrollado con maestría
que tanto Jeremy Irons como, muy especialmente, John Lone encarnan a la
perfección, llevando sobre sus espaldas todo el peso dramático de la película y
retratando a unos personajes de gran dificultad emocional.
El director de fotografía polaco Peter Suschitzky forma parte de
emblemáticas películas como “The Rocky Horror Picture Show” (Jim Sharman, 1975)
o “Star Wars: El Imperio Contraataca” (Irvin Kershner, 1980), pero llegó a
Cronenberg con “Inseparables” (1988) y, tal y como reza su título, su
vinculación para los siguientes proyectos quedó escrita. Por las manos de
Suschitzky finalmente pasaría este primer largometraje, para, posteriormente,
encargarse de cada una de las futuras obras del autor, mientras dedicaba tiempo
a grandes blockbusters como “Mars Attacks!” (Tim Burton, 1996), “El Hombre de
la Máscara de Hierro” (Randall Wallace, 1998) o “After Earth” (M. Night
Shyamalan, 2013). “M Butterfly” supone una mirada mucho más delicada y
refinada, en donde la viveza de los colores de la tradicional cultural china
entran en contraste con la ambientación intimista de los encuentros, del cruce
de palabras cargadas de sentimientos ocultos. La obra de Cronenberg es un juego
como tal, colmado de secretos, emociones viscerales, límites y oposiciones.
Lo mejor: el realismo con el que Cronenberg dota a su relato.
Lo peor: que haya sido considerada una obra menor en su
filmografía.
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