martes, 14 de agosto de 2018

EN EL CUARTO OSCURO DE LA MENTE (1976)


Independientemente de la perenne controversia que lleva consigo el célebre director y guionista francés Roman Polanski, lo cierto es que es indudable la fascinante filmografía que ha aportado a la historia del cine, compuesta por títulos que siempre permanecerán en nuestra memoria, como “La Semilla del Diablo” (1968) o “Lunas de Hiel” (1992), convertidas en películas de culto con el paso del tiempo. Sin embargo, su vida privada siempre ha ensombrecido su trabajo, ya sea por su reconocido escándalo por violación como por el asesinato de su mujer, la actriz y modelo estadounidense Sharon Tate, y su hijo nonato. Una trayectoria repleta de situaciones extrañas y trágicas, de claroscuros que, en cierta manera, acabó trasladando a su cine, aunque no de forma explícita. Su mirada hacia el exterior se transformó en dramas, comedias satíricas, thrillers que juegan con los sinsabores del terror, erotismo literario, recuerdos históricos o, incluso, aventuras inesperadas. A día de hoy, podría decirse que el cineasta ya se ha enfrentado a todo aquello que siempre ha querido hacer a nivel cinematográfico.

Sea cual sea el género que trate, el universo que construye siempre es diferente a los demás. Prueba de ello es una de sus obras maestras, “El Quimérico Inquilino”, un thriller psicológico basado en la novela “Le Locataire Chimérique”, del escritor y también cineasta francés Roland Topor, que acabó siendo una cinta de culto, a pesar de la frialdad con la que fue recibida por la crítica del momento. Con esta historia participó en el Festival de Cannes de 1976 y obtuvo una nominación a los Premios César un año después, aunque tristemente no obtuvo mayor reconocimiento. Curiosamente, es todo un placer ver cómo el propio Polanski se pone en la piel del protagonista, aunque ésta no es la primera vez que juega a ser un actor más en sus metrajes. Trelkovsky (Roman Polanski) es un hombre tranquilo que acaba de alquilar un apartamento para él sólo en París. Nada más entrar a vivir, la conserje (Shelley Winters) le informa de que la anterior inquilina trató de suicidarse tirándose por la ventana del piso y que, mientras está hospitalizada, sus pertenencias siguen en el interior. Trelkovsky poco a poco le da más importancia a los hechos. Observa sus objetos personales, entrando cada vez más en una espiral que le consume hasta la locura. 

Lo más característico de su cine es la inigualable visión del mundo que le rodea, la extrañeza con la que se desenvuelve todo a su alrededor y, precisamente, dentro de este juego se encuentran sus personajes, ajenos a lo externo, intrigados por lo que hay más allá de un muro o una puerta, observando a través de agujeros en la pared, mirillas, cerraduras, etc. Más especial es el toque de humor ácido y sutil que embarga la narración, potenciando las sensaciones que se desprenden del imaginario y las emociones que el protagonista congela en su soledad. Polanski y el siempre certero guionista francés Gérard Brach, una pareja explosiva como ya se demostró con anterioridad, especialmente en “Repulsión” (1965), “Callejón sin Salida” (1966) o “El Baile de los Vampiros” (1967), convierten a Trelkovsky en la excusa perfecta para desvelar los rincones más oscuros de la mente humana, las mayores debilidades que son capaces de seducirnos aun sabiendo el mal que producen. El inquietante comportamiento de los vecinos y el constante y obsesivo recuerdo de aquella inquilina transforman su personalidad hasta convertirse en una persona totalmente diferente, alguien que ya estuvo allí o el producto desafortunado de su propia imaginación.

Entre percepciones distorsionadas y alucinaciones que especulan con lo que pudo ser real, lo cotidiano acaba transformándose en algo totalmente diferente. Aquello que a simple vista parecía normal, de repente, es amenazante. Un fatalismo irónico, absurdo e, incluso, grotesco que le lleva a la perdición. La creciente intriga de la narración inyecta un hipnótico poder de seducción que el propio Polanski acentúa entre señales de peligro y comportamientos extravagantes. Una soberbia actuación de gran complejidad por las diferentes rupturas con la realidad a las que debe hacer frente y que favorecen el hecho de que hoy recordemos con especial cariño emblemáticas escenas en la soledad de su habitación.

La atmósfera cobra un especial sentido en la película. Un fascinante trabajo que acompaña a sus personajes, arrastra a la narración y la conduce, como principal precursor, hacia el abismo. Tal y como ya hiciera en “La Semilla del Diablo”, Polanski crea tal desasosiego en el ambiente que es capaz de asfixiar a sus personajes hasta conducirles al límite de ellos mismos. La labor del mítico director de fotografía sueco Sven Nykvist es absolutamente hipnótico. Un ejercicio más de profesionalidad al igual que hiciera en un extenso número de títulos que engrosan su trayectoria, principalmente junto al célebre cineasta Ingmar Bergman, al que le unen largometrajes como “Persona” (1966) o “Fanny y Alexander” (1982).

El inquietante grito de una mujer al inicio de la cinta revela lo que ya sabíamos, “El Quimérico Inquilino” es una obra especial en sí misma. Aunque resultó ser desconcertante para la época y recibida con desigualdad para la crítica de entonces, lo cierto es que a día de hoy es un claro ejemplo de la clara maestría del cineasta. Por desgracia, nunca ha gozado de la popularidad de otros títulos que han conquistado al público con mayor facilidad, pero a través de ella no cabe duda de la especial importancia que adquiere el autor en el séptimo arte del siglo XX. Una incomprendida pieza que bien merece ser reconocida fundamentalmente por ser capaz de desvelarnos las claves más destacadas de la autoría de Polanski.

Lo mejor: es una magnífica obra tanto a nivel narrativo como estético. El desarrollo psicológico que adquiere el personaje principal.

Lo peor: su valor se ha visto ensombrecido por otros títulos del autor.


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