martes, 18 de septiembre de 2018

LA FRIVOLIDAD ARISTOCRÁTICA (1936)


Dos son las películas que terminaron de encumbrar la carrera de un animador que decidió experimentar con la dirección de cine desde la primera década del siglo XX, pero que, en cambio, no recibió el merecido reconocimiento por sus compañeros de profesión. El mítico cineasta Gregory La Cava grabó su nombre en la historia del séptimo arte gracias a las nominaciones a los Óscar que obtuvieron sus obras “Al Servicio de las Damas” (1936) y “Damas del Teatro” (1937), permitiendo, así, que se popularizaran sus restantes metrajes y el star system del momento se pusiera a sus órdenes. Aunque Claudette Colbert ya formaba parte de sus trabajos, a ella se sumaron estrellas como Katharine Hepburn, Ginger Rogers o Gene Kelly para encumbrar aún más una extensa filmografía que se detendría con “Vivir a lo Grande (La Gran Vida)” en 1947, el último largometraje en el que figuraría como director, puesto que en “Venus era Mujer” (1948), de William A. Seiter, ni siquiera aparecería en los créditos.

“Al Servicio de las Damas” es considerada hoy como una de las obras maestras que conforman el patrimonio cinematográfico de Hollywood. Una elegante cinta en la que se evidencia la gran distancia que fluía entre las clases sociales de la época. Mientras el país hace frente a los devastadores efectos que ha causado la Gran Depresión de 1929, Irene Bullock (Carole Lombard), una alocada e infantil chica de la alta sociedad, participa en un trepidante concurso a modo de gymkana en el lujoso Hotel Waldorf Ritz junto a su adinerada familia y amigos. Las pruebas consisten en recoger toda clase desechos entre risas, conversaciones e importantes apuestas. En una de las búsquedas de Irene y su hermana Cornelia (Gail Patrick), encuentran a Godfrey (William Powell) en las orillas del East River, un culto e inteligente vagabundo que ha sufrido las consecuencias económicas de la época. Es perfecto para tal juego de caza, por lo que deciden invitarle al hotel y presentárselo a sus amigos. De esta forma, Godfrey consigue obtener un empleo como mayordomo en la impresionante mansión de la familia, en la quinta avenida de la cosmopolita ciudad de Nueva York. Allí, observará detenidamente la frivolidad hilarante de la clase pudiente, mientras trata de esconder por todos los medios un importante secreto.

La comedia romántica de Gregory La Cava sigue siendo, a día de hoy, una elegante y cautivadora historia que se desprende de cualquier banalidad con la que otras obras operaban. En clave satírica, los ingeniosos y brillantes diálogos revelan el trabajo de dos grandes guionistas, Morrie Ryskind, que colaboraría con el director mientras también repartía su tiempo con las películas de los hermanos Marx; y Eric Hatch, que cedió los derechos de su novela, “1001 Park Avenue”, para dar vida a su propia genialidad. Han pasado demasiadas décadas desde su estreno, en septiembre de 1936, pero, sin duda, estamos ante una película atemporal de gran valor que supone uno de los mejores screwball de todos los tiempos, además de inaugurar los años dorados del cineasta. 

Tal refinado humor no hace sino revelarnos una crítica mordaz de la sociedad de clases. La aristocracia americana es sometida a una mirada incisiva que hasta entonces pocas veces había visto el espectador. La locura que se despliega, especialmente de manos del personaje de Irene Bullock, procura pronunciar la burla hacia las costumbres de los más ricos, además de culminar, en definitiva, en un metraje sofisticado y de obligado visionado. La exquisitez narrativa con la que se desarrollan los casi 95 minutos de metraje es completada por la labor tanto de uno de los grandes compositores de la Universal, Charles Previn, como del director de fotografía Ted Tetzlaff, siempre favorecido por la mano de Lombard, con quien trabajó en diez de sus películas, como la que se estrenaría también ese mismo año, “The Princess Comes Across (William K. Howard, 1936). Tetzlaff realizó uno de sus trabajos más recordados gracias a la equilibrada estética de las imágenes, sus inolvidables escenas nocturnas, la minuciosa y destacada mirada de las extravagantes vidas aristocráticas y el contraste con el realismo que mostraba en esa distinción social con los más pobres.

Godfrey encarna a todo aquel hombre caído en el olvido por, en este caso, la crisis económica. Esos hombres de negocios que se sumergieron en la oscuridad social de las grandes metrópolis y que pasaron a formar parte de la vergüenza y penosidad de las clases altas, pero también del ocio de quienes no deben preocuparse por su día a día. El actor William Powell se encontraba en plena época gloriosa, disfrutando del reconocimiento del público gracias a los protagónicos que logró desde su intervención en “¿Quién la Mató?” (Malcolm St. Clair y Frank Tuttle, 1929) y, sobre todo, por su entrañable personaje del detective Nick Charles en la saga de películas iniciada por W.S. van Dyke, “La Cena de los Acusados” (1934), “Ella, Él y Asta” (1936), “Otra Reunión de Acusados” (1939) y “La Sombra del Hombre Delgado” (1941); con la que continuaron los directores Richard Thorpe, con “El Hombre Delgado Vuelve a Casa” (1944), y Edward Buzzell, con “La Canción de los Acusados” (1947), todas ellas basadas en la novela homónima de Dashiell Hammett. Su decisión de trabajar en la película de Gregory La Cava también conllevaba la participación de su ya exmujer, la emblemática Carole Lombard y una de las fulgurantes estrellas de la Paramount. Aunque su fama llegó poco tiempo después a través de “La Reina de Nueva York” (William A. Wellman, 1937), lo cierto es que su disparatada interpretación despliega un espléndido carisma que se acentúa con la fantástica química que curiosamente posee con Powell. Ambos extraordinarios en la piel de unos personajes complejos, consiguiendo alcanzar un equilibrio especialmente cuando están juntos. Ella es alocada, aniñada, caprichosa y vivaz; él sobrio, equilibrado, racional e inteligente; debilidades que, en cambio, acaban siendo consideradas fortalezas.

“Al Servicio de las Damas” nos revela el magnífico talento de un autor que vio pender de un hilo su carrera durante sus inicios, siempre entre más fracasos que éxitos, pero que, al menos, llegó a ser uno de los directores más prestigiosos de Hollywood durante los años 30 y, con el paso del tiempo, ha conseguido situarse en un lugar distinguido en la historia del cine. Su extenuante exploración de unas relaciones personales enrarecidas por su contexto se ha convertido en un elemento que sigue asombrando a día de hoy como parte de esa experimentación que primero se centró en el artilugio del cine y que posteriormente acabaría centrándose en la perfección narrativa.

Lo mejor: dos espectaculares interpretaciones de dos grandes actores del cine clásico.

Lo peor: Gregory La Cava supo sortear con inteligencia el paso del cine mudo al sonoro, pero no pudo adaptarse a los tiempos una vez olvidada la década de los 30, quedando relegado a la soledad e ignorado por la industria al ser expulsado del club de “los favoritos”.


No hay comentarios:

Publicar un comentario