El
director y guionista surcoreano Jang Sun-Woo no gozaba de gran popularidad a
nivel internacional a pesar de recibir importantes reconocimientos por sus obras, como
el Premio Alfred Bauer por “Passage to Buddha” (1993), en el Festival de Berlín;
o la mención especial en el Premio KNF por “A Petal” (1996), en el Festival de
Rotterdam, siendo ambos de los primeros largometrajes que dieron pie a la nueva
ola de cine en el país. A nivel
nacional, Jang Sun-Woo es todo un reputado crítico de cine que, sin embargo,
detuvo su carrera tras las cámaras en 2002, con el estreno de la que fue su
última película, “Resurrection: Empieza el Juego”, una comedia de acción con
toques de ciencia ficción que no pasó más allá de las fronteras de Corea del
Sur. Con una trayectoria nacida al albor del movimiento realista de la década de
los 80, su influencia es obvia en su escasa filmografía, con historias
realmente cercanas y cuestiones globales tratadas con gran respeto y distancia.
Primero
fue la enfermedad psicológica de un hombre que se creía ser Jesús y debía
salvar la ciudad de Seúl en “Seoul Jesus” (1986), después llegaron las ansias
de éxito y venganza en “The Age of Success” (1988) y, más tarde, en “The Lovers
of Woomuk-Baemi” (1990), el autor se dejaba llegar por un sufrido romance que,
plasmaría, de una forma bien distinta en su siguiente cinta, “The Road to the
Racetrack” (1991). R (Mun Seong-Kun) es un hombre que regresa de Francia tras
finalizar sus años de doctorado. Ya es hora de enfrentarse a la realidad, a una
familia que dejó atrás y a la que hace tiempo que no ve. Los sentimientos son
bien distintos, ya que su anhelo por volver no es por reencontrarse con sus
padres, esposa e hijos, sino por J (Kang Soo-Yeon), una de sus compañeras de
estudios con la que tuvo un romance que espera retomar a su llegada. Sin
embargo, J ya no es la mujer que él creía conocer y su idilio parece tener los
días contados.
La
obra de Jang Sun-Woo es uno de esos dramas en los que priman las palabras. Los
diálogos son los encargados de provocar el avance de una narración en la que
aparentemente no sucede nada. Los encuentros entre R y J desvelan su relación
en el pasado, sus pensamientos, planes de futuro, emociones, mentiras y
dolorosas verdades, pero, sobre todo, una gran naturalidad con la que estos dos
personajes casi anónimos intentan volver a encontrar su lugar en una nueva
rutina que hace años dejaron atrás. Deben hacer frente a cambios inesperados, a
situaciones que desbordan, que provocan su duda o, incluso, desilusión. Con un
metraje innecesariamente extenso, en el que las discusiones y arrebatos
pasionales desfilan en casi dos horas y veinte minutos, el largometraje
conquista por el realismo de una pareja arrolladora, visceral, carismática y
con una conexión cautivadora.
Mun
Seong-Kun acababa de empezar una trepidante trayectoria interpretativa con unos
pocos papeles secundarios hasta llegar a este protagónico que le permitió
recoger un galardón de la Asociación de Críticos de Cine de Corea. Por
supuesto, su talento queda totalmente expuesto con un trabajo más complicado de
lo que a simple vista parece. Cegado por el amor hasta extremos obsesivos, R es un torbellino de sentimientos que siempre son alimentados por
elementos externos. Su impulsividad le lleva a hacer lo que realmente quiere sin pensar
en absolutamente nadie más, ni siquiera en su amada. Desde esta actuación, Mun
Seong-Kun no sólo ha vuelto a colaborar con el cineasta en varias ocasiones,
sino que, además, suma títulos de gran popularidad a su filmografía, como el biopic “A Single Spark” (Park Kwang-Su, 1995), la erótica “Green Fish” (Lee Chang-Dong, 1997) o las
más actuales “Un Monstruo en mi Puerta” (July Jung, 2014), el thriller
“Hwayi: A Monster Boy” (Jang Joon-Hwan, 2013) o sus intervenciones en “Oki’S Movie” (2010), “En Otro
País” (2012) y “En la Playa Sola de Noche” (2017), de Hong Sang-Soo.
Por
su parte, la situación para Kang Soo-Yeon era muy diferente. Siendo uno de los
rostros más populares del cine surcoreano desde los años 80, principalmente por
haber sido una de las jóvenes musas del veterano director Im Kwon-Taek, la
actriz se enfrentaba a una obra más en su imparable carrera. Lo cierto es que
“The Road to the Racetrack” no destaca en demasía entre sus mejores
interpretaciones, aunque este hecho no resta mérito a la excelente labor que
realiza. En un plano mucho más maduro que R, J es una mujer ambiciosa, volátil
y profundamente misteriosa. Es complicado saber qué piensa y siente en cada
momento al controlar sus impulsos de forma constante. Muchas de sus palabras
suenan engañosas, ambiguas y confusas, tanto para R como para el propio
espectador. Tal es así que en ningún instante podemos predecir su
comportamiento, aportando varias dosis de cal y muy poca arena a un hombre que
ni siquiera sabe cómo reaccionar ante su presencia.
El
desaparecido director de fotografía You Yong-Kil se esconde tras la imagen de esta obra de Jang Sun-Woo. Su marca quedó registrada en multitud de cintas,
aunque “Navidad en Agosto” (Hur Jin-Ho, 1998), su última colaboración, fue una de las más
recordadas hasta la fecha. En esta ocasión, ese realismo que el autor volcaba
en los diálogos también viene expresado a través del aspecto visual. No hay
grandes ostentaciones, sino una labor sencilla y pulcra que remarca la
naturalidad de un romance en el frenético caos de Seúl, una ciudad inmersa en
pleno crecimiento económico y expansión y en la que todavía hay cabida para
historias de amor pasionales, impulsivas como un ciclón de lluvia entre días de
sol. “The Road to the Racetrack” recoge la sinrazón del amor, la obsesión,
el abuso, la nostalgia de una relación que eclipsaba las calles parisinas, pero
que, en cambio, es bañada por una tormenta sentimental en Corea del Sur. Sin
duda, una de las mejores y más populares obras que nos ha ofrecido Jang Sun-Woo, pero también
toda una desconocida para los cinéfilos occidentales del siglo XXI.
Lo
mejor: la naturalidad emocional de los personajes y sus impredecibles
comportamientos.
Lo
peor: la excesiva e innecesaria extensión de su metraje.
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