En
pleno régimen franquista, fueron muchos los que desearon cumplir el sueño de
trabajar como director de cine, pero muy pocos lograron encontrar cobijo en el
mítico Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas (IIEC) de
Madrid, que comenzaría su andadura en el año 1947 y que, posteriormente, en 1962,
sería reconocido como la Escuela Oficial de Cinematografía. Su educación
terminaría en 1976, después de casi una década de declive debido a la gran
conflictividad que se respiraba dentro de la escuela, considerada como “un nido
de rojos”. De ella salieron los mejores cineastas de la historia del cine
español, como Juan Antonio Bardem o Luis García Berlanga en su primera etapa, a
la que seguirían Víctor Urice, Imanol Uribe, Iván Zulueta, José Luis Borau,
Antonio Drove, Carlos Saura o Pilar Miró, entre otros grandes nombres.
Una
vez que José Luis Sáenz de Heredia se encarga de la dirección del centro, los
alumnos empezaron a exhibir sus propias obras en el Palacio de la Música como parte de sus
prácticas de licenciatura. Uno de los afortunados en esta segunda etapa dorada,
que dataría de 1959 a 1967, sería el cineasta vallisoletano Francisco Regueiro,
que, curiosamente, se desmarcaba de las tendencias cinematográficas con las que sus
compañeros experimentaban. Sin embargo, pocos pudieron entender “Sor Angelina,
Virgen”. Tanto los alumnos, como la crítica y la administración, que casi dan
por suspenso el ejercicio, no comprendieron el por qué realizar un trabajo con
una monja como protagonista, un símbolo de los valores conservadores que el
régimen tanto había explotado. Tristemente, esta percepción se convirtió en el
posible estigma que le perseguiría a lo largo de toda su trayectoria
profesional, 30 años en los que sólo vieron la luz 10 largometrajes y algún que
otro episodio de ficción para la televisión.
“Sor
Angelina, Virgen” narra el viaje que una joven novicia, Antonia (Concha Gómez
Conde), hace para reencontrarse con su familia, la cual ha abandonado el campo
andaluz para buscar una oportunidad en la gran urbe madrileña, en la que reside
en pleno extrarradio de Vallecas. El mediometraje, de 26 minutos de duración,
refleja un hecho social tan importante como los movimientos migratorios de
mitad del siglo XX, en los que multitud de personas abandonaron el campo para
probar suerte en capitales como Madrid o Barcelona, malviviendo en barracas
que, como narraba el escritor y periodista catalán Francisco Candel en su obra
“Los Otros Catalanes” (1964), podían ser derruidas de un momento a otro. Unas
condiciones de vida que Regueiro refleja sin necesidad de dar el total
protagonismo a Antonia, como muchos de los espectadores creyeron en aquellos
tiempos.
Probablemente,
estemos ante el comienzo de aquella modernidad cinematográfica para la que
algunos aún no estaban preparados. Esos nuevos movimientos europeos abanderados
por la Nouvelle Vague y los posteriores nuevos cines, entre los que se
incluiría el español, con títulos que se exhibirían en el exterior debido a la
censura. La mirada tan renovadora se aprecia en el mismo montaje, en la simplicidad
técnica y prácticamente natural, que roza lo austero. Sumado a ello, se
encuentra el gusto artístico del propio autor, que refleja su pasión por
pinturas de Velázquez o Zurbarán, aportando un ambiente mucho más sombrío y
profundo del esperado frente al brillo que irradia la novicia.
Como señalábamos, no hay un único protagonista, ya que cada
personaje aporta a la trama, ya sea la hermana pequeña de Antonia, cercana a
seguir los pasos de ésta, a pesar de tontear con los chicos a sus 15 años de
edad; o su padre, que, postrado en una cama con los achaques de la vida, narra
los mayores traumas de su época laboral durante su estancia en la ciudad. Los
recuerdos inundan la pequeña casita, en la que Antonia vuelve a revivir el
gusto por lo material, los huevos y el chorizo sobre la mesa, hasta crecer en
ella el pecado, su lucha con ese lado espiritual. Estamos ante la que califican
como la obra maestra de Regueiro. “Sor Angelina, Virgen” es una de las
prácticas más importantes de la Escuela Oficial de Cinematografía. La historia
de un único día que queda retratado en una fotografía como recuerdo de la última
visita de la hija, aquélla que en su momento decidió convertirse en monja por
decisión propia, dejando atrás a una familia orgullosa por tan meritoria
elección a los ojos de una sociedad ahora lejana.
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