El guionista y director estadounidense, de raíces guatemaltecas, Julio Hernández Cordón
es uno más de esos directores que se dan a conocer gracias al circuito de
festivales internacionales. Su cine, irremediablemente periférico, entró en
escena a partir de su segundo trabajo y primer largometraje, “Gasolina” (2008),
que llegó a Europa a través de las puertas que ofrece el Festival de San Sebastián para alzarse con
varios premios, seguido de un reconocimiento mundial gracias a otros certámenes
de Buenos Aires, Bratislava o Miami. Con su siguiente cinta, “Las marimbas del Infierno” (2010),
una coproducción con México y España que narraba la divertida historia de una
banda de heavy metal que daba título a la película, el autor inició un ascenso
profesional que se afianzaría con “Te Prometo Anarquía”, el filme que
terminaría conquistando tanto a la crítica como a la audiencia y que le llevó a
ser considerado el mejor director en los Premios Ariel de 2015 por la mejor película del
año según los Premios Fénix de 2016.
Con influencias no sólo de Guatemala, sino también de
México, Costa Rica y Estados Unidos, Hernández Cordón es toda una figura transnacional que ha conseguido, a través
de sus obras, algo tan meritorio como colocar a la cinematografía guatemalteca
en el panorama internacional. Aun tratándose de un país con escasa tradición en el ámbito del cine, debido a la gran duración de
su guerra civil y posterior tendencia al cine propagandístico, lo cierto es que, hasta hace pocos años, se encontraba en un proceso de reconstrucción de la memoria histórica nacional, sobre
todo, gracias a la alta producción en metrajes documentales. Con la llegada del
nuevo siglo, la producción se ha incrementado sustancialmente, implementando
una fuerte tendencia por las películas de ficción sustentadas en la
autofinanciación o a partir de la creación de pequeñas productoras independientes. Teniendo en cuenta este histórico contexto a modo de puntualización, Hernández Cordón propone ese tipo de
cine alternativo que acaba siendo de culto entre los más cinéfilos,
representando, en la actualidad, la figura del autor en el exilio, en la
diáspora, aspecto que refleja en sus últimas cintas por medio de los
desplazamientos migratorios y el sentimiento que conlleva el cambio de país.
Sin embargo, antes de llegar a ser el cineasta reconocido de hoy en día, Hernández Cordón realizó un primer cortometraje titulado “Km. 31”. En apenas 6 minutos, el cineasta nos revela la relación entre un niño (Iyantú Fonseca) y un adolescente (Gabino Rodríguez), que tratan de repasar un plan para asaltar un carro en el camino y no fallar en el intento, pero un adulto (Francisco Barrios) se interpondrá en sus deseos. En clave de comicidad y sin grandes pretensiones, la pieza no puede ser más sencilla con su aire amateur, una característica muy propia de esta cinematografía. Sin embargo, a pesar de no presentarnos más allá de lo que simplemente podría ser un simpático sketch en pleno campo y con dos personajes de clase baja dominados por la necesidad de sobrevivir al igual que todas las demás personas de su alrededor, su valor reside en la realidad social que se nos muestra y en los principios que van a dominar la carrera del autor en los siguientes años. Su restante filmografía ha terminado por colapsar sus comienzos, por lo que precisamente este metraje ha quedado en el olvido, obviado por sus largometrajes más elaborados y con mayor presencia en el extranjero. No obstante, “Kim 31” adquiere un verdadero encanto cuando ya se ha disfrutado de sus películas y uno pretende profundizar más en la labor del cineasta.
Sin embargo, antes de llegar a ser el cineasta reconocido de hoy en día, Hernández Cordón realizó un primer cortometraje titulado “Km. 31”. En apenas 6 minutos, el cineasta nos revela la relación entre un niño (Iyantú Fonseca) y un adolescente (Gabino Rodríguez), que tratan de repasar un plan para asaltar un carro en el camino y no fallar en el intento, pero un adulto (Francisco Barrios) se interpondrá en sus deseos. En clave de comicidad y sin grandes pretensiones, la pieza no puede ser más sencilla con su aire amateur, una característica muy propia de esta cinematografía. Sin embargo, a pesar de no presentarnos más allá de lo que simplemente podría ser un simpático sketch en pleno campo y con dos personajes de clase baja dominados por la necesidad de sobrevivir al igual que todas las demás personas de su alrededor, su valor reside en la realidad social que se nos muestra y en los principios que van a dominar la carrera del autor en los siguientes años. Su restante filmografía ha terminado por colapsar sus comienzos, por lo que precisamente este metraje ha quedado en el olvido, obviado por sus largometrajes más elaborados y con mayor presencia en el extranjero. No obstante, “Kim 31” adquiere un verdadero encanto cuando ya se ha disfrutado de sus películas y uno pretende profundizar más en la labor del cineasta.
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