Sin duda, la figura del padre ejerce un poderoso efecto sobre la vida de las hijas. Esa primera presencia masculina en su más tierna infancia resulta de lo más importante y crucial, puesto que su relación determinará cómo será su futuro amoroso y cómo se enfrentará al hecho de tener parejas. El director italiano Gabriele Muccino se aproxima a esta conexión paternofilial con su trabajo “De Padres a Hijas”, en donde explora sus consecuencias psicológicas y los miedos y traumas que implica el abandono.
En el Nueva York de los 80, Jake Davis (Russell Crowe) es un escritor ganador de un Pullitzer y padre de una niña, Katie (Kylie Rogers), a la que intenta apoyar y proteger tras la inesperada pérdida de su esposa. La salud de Jake comienza a deteriorarse por una enfermedad mental, por lo que decide ingresar en el hospital durante unos meses, dejando a la hija al cuidado de sus cuñados, Elizabeth (Diane Kruger) y William (Bruce Greenwood). 25 años después, presenciamos cómo ha cambiado la vida de Katie (Amanda Seyfried), estudiante de Psicología que comienza una tormentosa relación con Cameron (Aaron Paul).
Brad Desch se encarga de la construcción de un guion que combina ambas perspectivas, la de Jake en el pasado y la de Katie en el presente. Una historia de lo más convencional y sin efectos sorpresivos que, en cambio, logra captar nuestra atención durante las dos horas de duración gracias a la constante mezcla de secuencias entre las dos épocas. Una técnica que, en este caso, funciona a la perfección al no generar confusión entre los espectadores y dar explicación a los comportamientos y psicología de los personajes. Su halo intrigante despoja de cierto dramatismo que, una narración de este tipo, podría provocar de forma irremediable. No obstante, la trama sigue respirando emotividad a su paso y es que cada sacrificio que hace Jake por mantener a su lado a su hija, hace que se desprenda ese trágico cariño que tanto les une. El escritor debe luchar y ser comprensivo con la fatídica situación que le rodea, pero los peligrosos brotes psicóticos que desembocan en convulsiones y que cada vez son más graves hacen que se sienta cada vez más imposibilitado en su día a día. Crowe asume un papel complicado, pero que humaniza y hace suyo de forma asombrosa. Sin exageraciones de ningún tipo, el actor consigue atrapar con sus indiscutibles dotes interpretativas, aunque “De Padres a Hijas” nunca será un trabajo que destaque en su amplia carrera.
Por su parte, Rogers es un auténtico portento a tan temprana edad. Sin duda, es todo un placer ver cómo se desenvuelve con tanta naturalidad y dulzura en cada escena, construyendo un personaje cuyo futuro se vuelve verdaderamente amargo tras una infancia complicada. En este caso, Seyfried encarna a una mujer descontrolada a nivel psicológico. Pese a dedicarse al estudio de este campo, ni ella misma es capaz de tomar el control de su vida. Ligada a la promiscuidad sexual para evitar mantener relaciones de larga duración, ha padecido las desgracias del que es el hombre más importante, de la persona que más quiere. Su miedo ante la posibilidad de amar hace que su relación con Cameron sea aún más complicada. Las heridas y la angustia consumen unos ideales de felicidad con los que ella ya no cuenta, pero que, sin embargo, le sirven, en su trabajo, para poder ayudar a otros. La tristeza que transmite Seyfried se hace cada vez más palpable gracias a su estupenda actuación y a un compañero de lujo como Aaron Paul, el único que la respeta, en parte por la gran admiración que siente hacia el escritor Jake Davis.
Kruger y Greenwood forman una parte esencial de la historia, puesto que los dos arrastran la pérdida de la madre de Katie hasta terminar colapsando sus vidas. Su desgarro busca culpables de forma desesperada, pero errónea. Ambos logran adaptarse a unos papeles que, aunque son secundarios y no poseen un desarrollo tan amplio, contienen una evolución vital para el relato. Igualmente reseñable es la pequeña aparición de la gran actriz Jane Fonda, aunque, en este caso, resulte casi meramente anecdótica.
“De Padres a Hijas” es sumamente sencilla, pero atractiva, humana y bella en todos los ámbitos. Con una fotografía en consonancia que no acapara atención alguna, labor del director neoyorquino Shane Hurlbut; y una delicada banda sonora a cargo del compositor italiano Paolo Buonvino, la cinta seduce lentamente, pero no consiguió despuntar entre la oferta y es que, pese a ofrecer espléndidos momentos y magníficas interpretaciones, su simpleza no terminó de convencer ni a la crítica ni al gran público.
Lo mejor: el fantástico reparto que encarna personajes de gran profundidad.
Lo peor: es una historia excesivamente sencilla, que no termina de despertar el interés.
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