Anunciar que un metraje es de 4 horas de duración hace que muchos espectadores prefieran alguna que otra alternativa antes de arriesgarse a “perder el tiempo”, mientras que, para otros tantos, la realidad es diferente y siguen negándose a dar una oportunidad a un género demasiado castigado por el público. Por desgracia, ésta es la realidad ante un género totalmente minoritario que posee el maravilloso encanto de ofrecernos una pequeña ventana para mirar a través de ella y observar todo lo que ocurre a nuestro alrededor. Es realmente sencillo obviar trabajos de gran calidad, como es el del veterano director norteamericano Frederick Wiseman, “At Berkeley”, título que, obviamente, representa la experiencia del cineasta en el interior de la prestigiosa Universidad de Berkeley, en California (Estados Unidos). En total, 12 semanas de rodaje y 250 horas de material resumidos para presentar y defender la educación pública de calidad. Estudiantes, profesores y directivos ponen voz a una época inestable para el centro debido a las constantes protestas, pero idónea para repasar las causas de esta situación, hacer balances y ajustar presupuestos.
No es la primera vez que el autor dedica su tiempo al sistema educativo del país. En una primera cinta, “High School” (1968), se enfocaba en las universidades y en los abusos de poder que en ellas se ejercían para, posteriormente y como segunda parte, en “High School II” (1994), retratar los métodos de enseñanza utilizados en la exitosa Escuela Secundaria de Central Park East, Por su parte, “Blind” (1987) participaba en el programa educativo de un jardín de infantes en la Escuela Para Ciegos de Alabama, por lo que, con estos antecedentes, es sencillo vislumbrar que Wiseman ha sido siempre testigo directo de la educación impartida a su alrededor desde hace décadas.
Consciente de la subjetividad que el montaje posee por sí mismo, la construcción de sus largometrajes nunca es en función de las imágenes más jugosas que ha podido obtener, sino que intenta extraer la percepción como experiencia propia. Muchos han calificado sus obras como observacionales, pero el cineasta ha renegado constantemente de esta etiqueta, haciendo expreso hincapié en el aporte dramático que posee toda su filmografía.
Esta especie de resumen nos invita a pasear por las aulas del centro, en donde asistimos a debates entre los alumnos sobre cuestiones de actualidad como la pobreza, el liderazgo o el racismo. Opiniones y experiencias aportadas por los participantes que se mezclan con la presión estudiantil que lucha por sus derechos. La tensión se aprecia en cada despacho, en donde se convocan constantes reuniones para reflexionar sobre las decisiones que se deben tomar, de forma apremiante, en la universidad. Multitud de sugerencias y propuestas de investigación desfilan entre sus paredes, pero, ante todo, deben manejar los fondos que el gobierno estadounidense les ha adjudicado y con los prácticamente hacen malabares.
Wiseman no irrumpe en la vida universitaria, no hay entrevistas ni voz en off, tan sólo la sucesión de unos hechos que transcurren en el campus y en las que él es un simple testigo, como el espectador. Sin interrupciones de ningún tipo, la fluidez del documental es asombrosamente dinámica, pero, aunque esto facilita el visionado de sus 245 minutos, la falta de una planificación provoca que ciertos errores se evidencien cada vez más, como en el caso de algunos encuadres poco cuidados o movimientos de cámara demasiado bruscos que interrumpen esa naturalidad de la imagen, esas reflexiones que el público va extrayendo.
“At Berkeley” comienza de una manera un tanto incoherente, lenta y costosa, puesto que se presentan diversas cuestiones a la vez, dejando todos los planteamientos expuestos para que, una vez ubicados, sea más fácil la comprensión de la obra. Sin duda, con el desarrollo del metraje, resulta inevitable establecer comparaciones entre el sistema educativo español y el estadounidense, convirtiendo la cinta en una experiencia sumamente enriquecedora. Wiseman no se presta a ningún tipo de juicios ni se posiciona, sino que deja al público participar en el debate implícito. Tampoco se permite a la mente respirar, puesto que es imprescindible extraer ideas, sacar el jugo a las imágenes e interpretar cada instante.
Tal vez, y como comentábamos en un principio, ese exceso de material haga que más de un espectador prefiera no dar una oportunidad a este fantástico trabajo de Wiseman. “At Berkeley” es brillante a pesar de sus pequeños errores y de que, en su pausado inicio, se despliegue su propuesta de forma casi apabullante. Es una cinta sumamente efectiva, esencial y necesaria para todos los amantes del género documental, sobre todo, si van acompañados de la mano de este magnífico cineasta.
Lo mejor: la abundancia de reflexiones que se desprenden a lo largo del metraje.
Lo peor: la lentitud de su inicio, en donde se ponen sobre la mesa todas las ideas que van a ser tratadas.
No es la primera vez que el autor dedica su tiempo al sistema educativo del país. En una primera cinta, “High School” (1968), se enfocaba en las universidades y en los abusos de poder que en ellas se ejercían para, posteriormente y como segunda parte, en “High School II” (1994), retratar los métodos de enseñanza utilizados en la exitosa Escuela Secundaria de Central Park East, Por su parte, “Blind” (1987) participaba en el programa educativo de un jardín de infantes en la Escuela Para Ciegos de Alabama, por lo que, con estos antecedentes, es sencillo vislumbrar que Wiseman ha sido siempre testigo directo de la educación impartida a su alrededor desde hace décadas.
Consciente de la subjetividad que el montaje posee por sí mismo, la construcción de sus largometrajes nunca es en función de las imágenes más jugosas que ha podido obtener, sino que intenta extraer la percepción como experiencia propia. Muchos han calificado sus obras como observacionales, pero el cineasta ha renegado constantemente de esta etiqueta, haciendo expreso hincapié en el aporte dramático que posee toda su filmografía.
Esta especie de resumen nos invita a pasear por las aulas del centro, en donde asistimos a debates entre los alumnos sobre cuestiones de actualidad como la pobreza, el liderazgo o el racismo. Opiniones y experiencias aportadas por los participantes que se mezclan con la presión estudiantil que lucha por sus derechos. La tensión se aprecia en cada despacho, en donde se convocan constantes reuniones para reflexionar sobre las decisiones que se deben tomar, de forma apremiante, en la universidad. Multitud de sugerencias y propuestas de investigación desfilan entre sus paredes, pero, ante todo, deben manejar los fondos que el gobierno estadounidense les ha adjudicado y con los prácticamente hacen malabares.
Wiseman no irrumpe en la vida universitaria, no hay entrevistas ni voz en off, tan sólo la sucesión de unos hechos que transcurren en el campus y en las que él es un simple testigo, como el espectador. Sin interrupciones de ningún tipo, la fluidez del documental es asombrosamente dinámica, pero, aunque esto facilita el visionado de sus 245 minutos, la falta de una planificación provoca que ciertos errores se evidencien cada vez más, como en el caso de algunos encuadres poco cuidados o movimientos de cámara demasiado bruscos que interrumpen esa naturalidad de la imagen, esas reflexiones que el público va extrayendo.
“At Berkeley” comienza de una manera un tanto incoherente, lenta y costosa, puesto que se presentan diversas cuestiones a la vez, dejando todos los planteamientos expuestos para que, una vez ubicados, sea más fácil la comprensión de la obra. Sin duda, con el desarrollo del metraje, resulta inevitable establecer comparaciones entre el sistema educativo español y el estadounidense, convirtiendo la cinta en una experiencia sumamente enriquecedora. Wiseman no se presta a ningún tipo de juicios ni se posiciona, sino que deja al público participar en el debate implícito. Tampoco se permite a la mente respirar, puesto que es imprescindible extraer ideas, sacar el jugo a las imágenes e interpretar cada instante.
Tal vez, y como comentábamos en un principio, ese exceso de material haga que más de un espectador prefiera no dar una oportunidad a este fantástico trabajo de Wiseman. “At Berkeley” es brillante a pesar de sus pequeños errores y de que, en su pausado inicio, se despliegue su propuesta de forma casi apabullante. Es una cinta sumamente efectiva, esencial y necesaria para todos los amantes del género documental, sobre todo, si van acompañados de la mano de este magnífico cineasta.
Lo mejor: la abundancia de reflexiones que se desprenden a lo largo del metraje.
Lo peor: la lentitud de su inicio, en donde se ponen sobre la mesa todas las ideas que van a ser tratadas.
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