No
cabe duda de que Georges Méliès es uno de los padres del cine narrativo, una
carrera que partió de la compra del Teatro Robert-Houdin, cuna de la magia y el
ilusionismo y que, posteriormente, recibió la primera presentación pública de aquellas fotografías animadas de
los hermanos Lumière, a quienes quiso comprar
su patente a pesar de la negativa. Sin embargo, tal rechazo no detuvo su
trayectoria, creando su primer metraje en 1896 gracias a la colaboración de un
viejo amigo británico, el director de cine Robert W. Paul. Así es como comenzó
su nueva vocación, que, a día de hoy, se traduce en los primeros inicios de una
fantasía como es la del séptimo arte.
Aquella
ingente cantidad de obras que vieron la luz a principios del siglo XX fueron
poco a poco rescatadas del olvido gracias a la Filmoteca francesa, siendo
restauradas constantemente a lo largo de las décadas para trasladarse a cada
uno de los formatos que han pasado por nuestras manos. Precisamente, uno de los
muchos ejemplos de los que podemos disfrutar es “La Serenata a la Luna por el
Infortunado Pierrot” (“Au Clair de la Lune ou Pierrot Malheureux”). Rodada en
1904, la pieza, de escasos 3 minutos de duración, recoge un pequeño fragmento
en el que Pierrot intenta tocar su guitarra frente a la puerta de una casa. Sin
embargo, un vecino sale por la puerta para protestar por los ruidos que produce
su canto. Ambos discuten, incluso, con espada en mano, provocando que Pierrot, molesto, se refugie en
una esquina de la calle para calmar su llanto. Es entonces cuando, entre nubes,
surge la luna y, con ella, la noche, acompañada por una mujer que consuela al pobre
Pierrot, pero que también le traerá extrañas consecuencias que el protagonista no podrá evitar.
Un
plano estático recoge la teatralidad sobre el escenario en el que el propio
Méliès también hace acto de presencia. No obstante, la magia de esta pieza
surge a mitad de metraje, cuando el cielo cobra movimiento de forma ilusoria,
desplegando la técnica por la que el cineasta francés sigue siendo tan
reconocido. Sus efectos especiales tan populares hacen resurgir a la dama de la
luna, manipulando una obra que parecía no rendirse a los encantos de la
fantasía en un principio. Es cierto que el autor es especialmente recordado por otros de sus trabajos
más venerados, como “Viaje a la Luna” (“Le Voyage dans la Lune”, 1902) o “Viaje
a Través de lo Imposible” (“Voyage à Travers l'Impossible”, 1904), ambos
recordados por la inconfundible imagen de una luna y un sol de lo más
expresivos. Sin embargo, ensombrecida por estos títulos, “La Serenata a la Luna
por el Infortunado Pierrot”, también es fruto de esa magia, un ejemplo de los muchos que
han nacido de la creatividad de Méliès.
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