El halo de misterio que siempre ha poseído y que aún mantiene la figura de David Bowie es precisamente lo que provoca que pocos se atrevan a realizar algún biopic, pese a que su legión de fans a escala global muy probablemente no querría perdérselo. En este sentido, el director y guionista británico Gabriel Range es uno de los pocos cineastas que se han arriesgado a plasmar en pantalla al mítico artista. Distanciándose de todo tipo de ambiciones para quedarse únicamente con el retrato de los inicios transnacionales del cantante. Con un título más que idóneo, “Stardust” nos ofrece la primera gira estadounidense que llevó a cabo David Bowie (Johnny Flynn) durante 1971 y cómo resultó todo un viaje iniciático que supuso un punto de inflexión no solo en su camino al estrellato, sino también en él mismo. Se trata, por tanto, de un momento sumamente crucial, puesto que estamos ante el nacimiento de Ziggy Stardust en los suburbios londinense y en compañía de The Spiders from Mars.
La trayectoria profesional de Range comenzó a llamar la atención a partir de su obra “Muerte de un presidente” (2006), un falso documental que jugaba con la hipótesis de un posible asesinato de George W. Bush y que se alzó con varios premios, destacando el galardón obtenido en Toronto. El autor siempre ha intentado mantenerse muy cerca de la realidad independientemente del género que maneje, como la historia de los ladrones que quisieron robar el diamante más grande del mundo en el Millennium Dome en “The Great Dome Robbery” (2002), el posible colapso del sistema de transporte británico en “The Day Britain Stopped” (2003), una recesión de Reino Unido y Estados Unidos bajo el efecto dominó generado por un ataque terrorista en “The Man Who Broke Britain” (2004), una mirada al pasado para plasmar el comercio de esclavos en Londres en “I Am Slave” (2010) o la tauromaquia en la infancia con “Little Matador” (2012). Tampoco es la primera vez que se aventura a profundizar en la vida de alguien destacado, como en “Falso profeta” (2014), sobre el líder fundamentalista mormón Warren Jeffs; o “Supersleuths: The Menendez Murders” (2003), en torno al impactante caso de los hermanos Lyle y Erik Menéndez.
En esta ocasión, “Stardust” se desprende peligrosamente de las experiencias más conocidas de Bowie para tomar más riesgos de lo esperado e introducirse en el lado oscuro de su mente a lo largo de los casi 110 minutos de metraje. Es, en este aspecto, en donde toma distancia de otros relatos, quedándose con el principal detonante de los miedos que acompañaron al artista durante su vida. Su hermano, Terry Burns (Derek Moran), se convirtió en su referencia tras introducirle en el jazz, la poesía beat o el budismol. Sin embargo, la lucha contra la esquizofrenia que sufría Terry condujo a una etapa en las sombras por la que Bowie temía tomar irremediablemente el mismo camino. Tales pensamientos marcarían, sobre todo, su gira por Estados Unidos, mientras su esposa, Angie Bowie (Jena Malone), permanecía en Londres debido a su embarazo, el del futuro director de cine Duncan Jones. Range trata de conducirnos a través de ese estado que, en más de una ocasión, roza la paranoia, pero los riesgos tomados, a pesar de ser loables, no terminan de involucrarnos en el caos, sino que genera cierto lastre narrativo durante su desarrollo.
El camino que le espera a Bowie en Estados Unidos supone un cúmulo de obstáculos para un personaje que, en esos momentos, no parecía conocerse a sí mismo. Con la única compañía de su manager por este “nuevo mundo”, Ron Oberman (Marc Maron), la convivencia entre ambos es cada vez más complicada, especialmente por las altas expectativas con las que contaba el artista y que se veían reducidas a cenizas con un simple coche con el que cruzar el país. Estamos ante una de esas parejas carismáticas capaz de atraparnos en su espiral de caprichos, paciencia, secretos, mentiras, pero, ante todo, sustentados por la admiración que Oberman profesa en todo momento al artista. Son enormemente apreciables los esfuerzos de Flynn por encarnar a tal celebridad a sabiendas de la dificultad que entraña, mientras que, por su parte, Maron supone el pilar fundamental ante las debilidades del cantante con un personaje que encarna a la perfección.
Muy destacable, sin duda, es la labor realizada por el director de fotografía británico Nicholas D. Knowland, que potencia al máximo esa atmósfera bohemia y cautivadora que durante esos años ha acompañado al cantante. El ambiente retro del que se impregna la cinta casi en su totalidad, explosiona en su recta final, precisamente en el instante que supone el renacimiento del artista como el recordado Ziggy Stardust. Estamos ante un deleite estético que trata de contrarrestar los evidentes baches narrativos. “Stardust” posee los mismos claroscuros de la icónica estrella con una historia de gran potencial, que bien podría haberse exprimido más para dotarla de solidez, pese a las buenas intenciones de Gabriel Range. Falta música, mucha música. Se echan de menos aquellos míticos temas que hubieran aportado una mayor profundidad a los temores, pero que, en cambio, también nos recuerda lo mucho que echamos de menos al gran David Bowie.
Lo mejor: la pareja formada por Flynn y Maron, posiblemente el elemento más destacable de la película.
Lo peor: sus altibajos en el ritmo narrativo y la escasa banda sonora del cantante.
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