miércoles, 3 de marzo de 2021

RETRATO DE ESOS GRANDES INCOMPRENDIDOS (2016)

A estas alturas, es imposible no haber visto alguna película del popular director y guionista estadounidense Jim Jarmusch, un profesional imparable que se ha convertido en uno de los autores indispensables para disfrutar y comprender el cine independiente de Estados Unidos. Con una treintena de premios a sus espaldas, su reconocimiento comenzó desde el primer instante con su ópera prima, “Permanent Vacation” (1980), por la que recibió un galardón en el Festival Internacional de Cine de Mannheim-Heidelberg. Su sello único nos ha dejado grandes títulos, desde la comedia dramática “Extraños en el paraíso” (1984), su reseñable estudio estilístico “Dead Man” (1995) o su coqueteo con el cine de acción de artes marciales en “Ghost Dog, el camino del samurái” (1999) hasta las hipnóticas conversaciones de “Coffee and Cigarettes” (2003), el drama de Bill Murray en “Flores rotas” (2005),  la brillante revisión de la figura del vampiro en “Sólo los amantes sobreviven” (2013) o “Paterson” (2016), la cinta que le llevó directamente a la 69ª edición del Festival de Cannes. Su creatividad no tiene límites y, más allá de esta variedad de experimentos cinematográficos, también se ha visto seducido por el mundo del videoclip, que le llevó a trabajar con estrellas míticas como el compositor californiano Tom Waits, el músico canadiense Neil Young o grupos alternativos como la banda de new wave y post-punk Talking Heads o los fascinantes The Raconteurs.

Precisamente, ese interés por el universo musical le llevó a recordar una de sus principales influencias en su vida, The Stooges. La formación marcó un punto de inflexión en la historia al ser considerada como un referente en el desarrollo de la subcultura punk y del garage rock entre finales de la década de los 60 y principios de los 70. Por ello, el cineasta rindió homenaje a este fenómeno con el documental “Gimme Danger”, que fue estrenado fuera de concurso en Cannes y que contó con la presencia del líder, nada menos que un conmovido Iggy Pop que volvía a reencontrarse con su viejo amigo Jarmusch para revivir el pasado. El título, que toma prestado el nombre de una de las canciones más populares de la banda, es claramente un homenaje a aquellos tiempos, a los grandes seguidores y, cómo no, a The Stooges.

Respetando la evolución temporal de los principales acontecimientos, el director parte de un joven James Osterberg, futuro icono de la música, en pleno centro de Detroit, cuna de grandes artistas y sellos discográficos. Allí tuvo lugar su debut frente al público con un disco homónimo que vería la luz en 1969 y que celebraba lo que hoy ya conocemos como todo un hito. Tan solo un año después, lanzarían “Funhouse” y ambos discos acabarían siendo el pilar fundamental en su trayectoria, aunque, en verdad, pasaran totalmente desapercibidos en el mercado. Sin embargo, Osterberg no tardaría en ser reconocido como Iggy Pop, una estrella que se crecía sobre el escenario, el cual recorría constantemente entre contoneos y provocaciones. Esa carrera hacia la cúspide venía ensombrecida por la sensación de repudio de una parte del público y las primeras consecuencias por el consumo de heroína, provocando que la banda quedara súbitamente destruida, pero, inesperadamente, inscrita en la historia de la música. Así pues, Iggy y Scott Asheton, el batería, habían traspasado ciertos límites, por lo que Elektra Records, su discográfica, rescindió su contrato.

Jarmusch se inmiscuye entre las bambalinas para descubrirnos los entresijos de The Stooges, pero también reseña momentos inolvidables como el interés de David Bowie por crear una nueva versión del primer álbum que acabaría desembocando en “Raw Power”, bajo contrato de Columbia Records. Al contrario de lo esperado, tanto este como el cuarto disco del grupo quedó en el olvido, puesto que en 1975 tomaron la decisión de volver a separarse. Osterberg nos acompaña por este camino tan serpenteante y nos regala los recuerdos de su experiencia con todo detalle entre dosis de un liviano humor. Ha pasado mucho tiempo y la mirada desde la distancia nos ayuda a conocer al mítico cantante desde su lado más sensato, consciente de la seriedad que entrañan las decisiones fortuitas, los caprichos y vicios. Ese lado oscuro de The Stooges le lleva a entonar un mea culpa como si en realidad se tratara de una herida que necesitaba cerrar o un acto de cariño hacia sus compañeros que resultaba vital y a los que dedica inolvidables palabras de respeto y admiración.

Jarmusch experimenta con la imagen, pero no con la narración, anclada en el tradicionalismo documental con el que se aprecia la solemnidad con la que ha trabajado al llevar a cabo este retrato que evidencia claramente su fascinación no solo por aquellos tiempos y la música que le acompañó en su juventud, sino también por el acercamiento a Iggy Pop, del que realiza una radiografía como pocas veces hemos podido disfrutar. A esa emotividad se une la labor desempeñada por el director de fotografía Tom Krueger, que ya contaba con una amplia experiencia en el mundo musical y que, en esta ocasión, explota el formato collage y potencia visualmente el pasado. Imagen y sonido se funden para hacernos caer en 108 minutos de disfrute, apoyados, en todo momento, por una brillante labor de documentación que aporta imágenes de archivo, testimonios únicos que, en alguna ocasión, se sirven de la animación; conciertos, apariciones televisivas y las esperadas grabaciones del Festival de Música y Artes de Coachella Valley de 2003, que supusieron el regreso a los escenarios del cantante en compañía del guitarrista James Williamson, el bajista Mike Watt y el batería Toby Dammit y que funcionan como perfecto punto y final a la obra de Jarmusch.

Con un amplio abanico de temas, como “No Fun”, “Fun House”, la provocativa “I Wanna Be Your Dog” o, por supuesto, “Gimme Danger”; que suenan como cánticos, está claro que The Stooges apareció en escena en el momento equivocado con un público que aún no estaba preparado para recibirles. Fueron tiempos salvajes, de delirios musicales y vicios que no terminaban de saciar y, sin duda, “Gimme Danger” cumple con rigurosidad transmitirnos ese ambiente, ese pasado pendiente del cambio. El documental de Jarmusch supone una absoluta delicia para seguidores y curiosos, para amantes de la música y de los grandes fenómenos del siglo XX que nunca deben ser olvidados.

Lo mejor: el paseo tan hipnótico y dinámico entre los altos y bajos de la banda.

Lo peor: en ocasiones, el montaje se acelera tanto que es complicado apreciar los detalles.

 

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