La palabra momijigari viene a definir la tradicional
actividad japonesa de contemplar las hojas de los árboles en otoño y disfrutar de los
colores anaranjados y amarillentos que siempre generan un llamativo contraste
en el paisaje. Las ciudades de Nikkō, Tochigi y Kyoto siempre han recibido a un gran
número de viajeros desde la era de Heian únicamente para continuar con una
tradición que busca en todo momento apreciar la belleza de la naturaleza. Pero a parte de esta práctica,
Momijigari es una danza japonesa (shosagoto) que combina los encantos del
teatro kabuki y el noh, lo que nos lleva a recordar el hasta ahora considerado
uno de los primeros metrajes cinematográficos de Japón. Precisamente,
la pieza “Momijigari” ha encumbrado la labor histórica realizada tanto por su director,
Tsunekichi Shibata, como por su escritor original, el célebre dramaturgo Kanze
Nobumitsu.
Rodada en 1899 y considerada
como Propiedad Cultural Importante bajo la Ley de Protección de Bienes
Culturales de Japón, la obra representa tan solo una escena de la verdadera
historia escrita por Nobumitsu, centrada en el viaje de una mujer de alto
rango, la princesa Sarashina, para contemplar la belleza del otoño en las
montañas de Shinano. Sobre este maravilloso escenario, se producirá su encuentro con el comandante Taira no Koremori entre bailes
y alcohol. Debido a su extensión y al año en el que se produjo el rodaje, la
pieza sólo escenifica el instante en el que el protagonista lucha contra un
demonio que se presenta ante él disfrazado de la joven. Precisamente por este
hecho, es considerada como un antecedente de aquel cine clásico que
representaba fragmentos propios del teatro kabuki y que discurría sobre la fina
línea que siempre se ha establecido entre el documental y la ficción.
Los actores Ichikawa Danjūrō y Onoe Kikugorō V protagonizan
esta obra que, por primera vez en su trayectoria, era atrapada en el interior
de un cinematógrafo de la Gaumont. Shibata, empleado por el popular fotógrafo Shirō
Asano y trabajador de la tienda fotográfica Konishi, pudo tomar prestado aquel
artilugio y tres carretes de película para recoger el movimiento de aquellas
estrellas del kabuki en las calles más próximas del teatro más importante de
Tokio. Sin embargo, “Momijigari” quedó guardada a buen recaudo tras la
oposición de Danjūrō de ser proyectada antes de su muerte. Es más, su recelo le llevó a no ver ni siquiera aquella película hasta transcurrido un año desde la grabación. Las razones reales
nunca quedaron recogidas, pero posiblemente esa novedosa tecnología podría
haberle creado inseguridad, recelo y la sensación de que podría afectar a su exitosa
carrera. Con el tiempo, él mismo cambió de opinión con la acertada idea de que
este metraje podría ser enriquecedor para la posteridad, aunque la verdadera
historia tras esta decisión fue la necesidad de sustituir una de sus
actuaciones tras caer enfermo. Tal vez fue el destino el que quiso que
finalmente se proyectara como él quiso desde un inicio, tras su fallecimiento
en septiembre de 1903.
El trabajo de Shibata se expuso durante una semana en 1904
y, con la expectación surgida entre el público, continuó su carrera recogiendo
pequeños fragmentos del teatro kabuki. Asimismo, esta primera experiencia también le llevó
a convertirse en uno de los trabajadores de la Compañía Lumière, recogiendo piezas documentales sobre las calles de la capital a las que sólo se puede acceder de forma limitada en la actualidad, quedándonos, al menos, con el consuelo de poder saber
de su existencia. Pese a todo lo que nos queda por descubrir, los orígenes del cine en Japón vienen representados por un metraje ya emblemático. Visionar “Momijigari” supone enfrentarse a las raíces mismas de este
cine, a una tradición muy extensa que, gracias a estos primeros
cineastas, podemos disfrutar más de un siglo después.
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