martes, 15 de octubre de 2019

LOS COLORES DEL OTOÑO (1899)

La palabra momijigari viene a definir la tradicional actividad japonesa de contemplar las hojas de los árboles en otoño y disfrutar de los colores anaranjados y amarillentos que siempre generan un llamativo contraste en el paisaje. Las ciudades de Nikkō, Tochigi y Kyoto siempre han recibido a un gran número de viajeros desde la era de Heian únicamente para continuar con una tradición que busca en todo momento apreciar la belleza de la naturaleza. Pero a parte de esta práctica, Momijigari es una danza japonesa (shosagoto) que combina los encantos del teatro kabuki y el noh, lo que nos lleva a recordar el hasta ahora considerado uno de los primeros metrajes cinematográficos de Japón. Precisamente, la pieza “Momijigari” ha encumbrado la labor histórica realizada tanto por su director, Tsunekichi Shibata, como por su escritor original, el célebre dramaturgo Kanze Nobumitsu.

Rodada en 1899 y considerada como Propiedad Cultural Importante bajo la Ley de Protección de Bienes Culturales de Japón, la obra representa tan solo una escena de la verdadera historia escrita por Nobumitsu, centrada en el viaje de una mujer de alto rango, la princesa Sarashina, para contemplar la belleza del otoño en las montañas de Shinano. Sobre este maravilloso escenario, se producirá su encuentro con el comandante Taira no Koremori entre bailes y alcohol. Debido a su extensión y al año en el que se produjo el rodaje, la pieza sólo escenifica el instante en el que el protagonista lucha contra un demonio que se presenta ante él disfrazado de la joven. Precisamente por este hecho, es considerada como un antecedente de aquel cine clásico que representaba fragmentos propios del teatro kabuki y que discurría sobre la fina línea que siempre se ha establecido entre el documental y la ficción.

Los actores Ichikawa Danjūrō y Onoe Kikugorō V protagonizan esta obra que, por primera vez en su trayectoria, era atrapada en el interior de un cinematógrafo de la Gaumont. Shibata, empleado por el popular fotógrafo Shirō Asano y trabajador de la tienda fotográfica Konishi, pudo tomar prestado aquel artilugio y tres carretes de película para recoger el movimiento de aquellas estrellas del kabuki en las calles más próximas del teatro más importante de Tokio. Sin embargo, “Momijigari” quedó guardada a buen recaudo tras la oposición de Danjūrō de ser proyectada antes de su muerte. Es más, su recelo le llevó a no ver ni siquiera aquella película hasta transcurrido un año desde la grabación. Las razones reales nunca quedaron recogidas, pero posiblemente esa novedosa tecnología podría haberle creado inseguridad, recelo y la sensación de que podría afectar a su exitosa carrera. Con el tiempo, él mismo cambió de opinión con la acertada idea de que este metraje podría ser enriquecedor para la posteridad, aunque la verdadera historia tras esta decisión fue la necesidad de sustituir una de sus actuaciones tras caer enfermo. Tal vez fue el destino el que quiso que finalmente se proyectara como él quiso desde un inicio, tras su fallecimiento en septiembre de 1903. 

El trabajo de Shibata se expuso durante una semana en 1904 y, con la expectación surgida entre el público, continuó su carrera recogiendo pequeños fragmentos del teatro kabuki. Asimismo, esta primera experiencia también le llevó a convertirse en uno de los trabajadores de la Compañía Lumière, recogiendo piezas documentales sobre las calles de la capital a las que sólo se puede acceder de forma limitada en la actualidad, quedándonos, al menos, con el consuelo de poder saber de su existencia. Pese a todo lo que nos queda por descubrir, los orígenes del cine en Japón vienen representados por un metraje ya emblemático. Visionar “Momijigari” supone enfrentarse a las raíces mismas de este cine, a una tradición muy extensa que, gracias a estos primeros cineastas, podemos disfrutar más de un siglo después.


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