Durante los primeros años de vida del cine, se produjo una
curiosa fascinación por el movimiento que proporcionaba el atípico traje con
el que danzaban las bailarinas de la popular Danza Serpentina. La tela de un
enorme vestido prácticamente al vuelo a manos de una joven belleza encandiló a
la sociedad estadounidense y europea durante la última década del siglo XIX.
Precisamente en ello tuvo mucho que ver una mujer, una pionera de esta danza
moderna. La bailarina y coreógrafa de burlesque y vodevil Loie Fuller terminó
por convertirse en actriz, en modelo de cartelería, en musa para artistas
franceses, pero, sobre todo, en un referente de los orígenes del séptimo arte.
Sin embargo, lo que en un principio surgió para experimentar
con la iluminación sobre el escenario del teatro, logrando la fascinación de
los asistentes por los diversos focos de luz y las extrañas peripecias
cegadoras y formas impensables que emitía una simple tela de gasa; se
transformó en un auténtico juego de colores que pasó por las manos de los más
importantes cineastas de estos comienzos de la historia del cine.
Efectivamente, el invento de Fuller proporcionaba un ensayo cinematográfico sin
igual y hasta entonces nunca visto, un ejercicio que fundía los efectos de luz,
el trepidante movimiento y las transiciones de colores, casi como si de una
carrera o competición entre ellos se tratase.