En
1969, el mítico autor guipuzcoano Iván Zulueta se lanzó de lleno al mundo
cinematográfico con su ópera prima “Un, Dos, Tres… Al Escondite Inglés”, tras
los cortometrajes “Ágata” (1966) y el controvertido “Ida y Vuelta” (1968), una
pieza que serviría como proyecto final de sus estudios y con la que suspendió,
aunque le valió un puesto en la productora del popular director y guionista zaragozano
José Luis Borau. Así es como termina abandonando la Escuela Oficial de
Cinematografía y, sirviéndose de un pequeño coqueteo televisivo al dirigir el
magazine “Último Grito”, dio por iniciada su etapa más psicodélica. Influido
por los nuevos cines surgidos en Europa desde finales de los años 50, en
especial por la nueva ola británica, el cineasta se entregó a la necesitada
modernidad con un trabajo disparatado que seguía descaradamente los pasos del
realizador Richard Lester, aquél que dedicó parte de su carrera a trasladar a
unos jóvenes Beatles a la gran pantalla con las inolvidables “Qué Noche la de
Aquel Día” (1964) o “¡Socorro!” (1965), entre divertidas travesuras como “El Knack… Y Cómo Conseguirlo” (1965).
Con
muy escaso presupuesto y la colaboración desinteresada tanto de varios artistas
y bandas musicales del momento, como Fórmula V, Ismael, Los Mitos, Los Pop
Tops o Henry y los Seven; como de amigos del autor, el proyecto se puso en
pie sin necesidad tan siquiera de un guion. Con la improvisación por bandera,
el equipo de Zulueta tan sólo se reunió la noche anterior al rodaje para marcar
ciertas pautas con las que trabajar a cargo del director y guionista madrileño
Jaime Chávarri. Así, de una forma tan inesperada, cobró vida la historia de un
grupo de jóvenes que intentarán boicotear a toda costa la canción “Mentira,
Mentira”, seleccionada para representar a España en el festival internacional Mundocanal. Patty (Patty Shepard), Judy (Judy Stephen), Justa (Mercedes Juste),
Rosco (José María Íñigo), Antonio (Antonio Drove), Carlos (Carlos Garrido) y
Gasset (Ramón Pons) dedicarán sus esfuerzos a buscar al grupo que pretende
entonar tal desfachatez sobre el escenario.
Un
año después del triunfo de Massiel en Eurovisión, el argumento de “Un, Dos,
Tres… Al Escondite Inglés” sirve de parodia para una película que, en su
momento, era totalmente atípica en el país. Con inevitables errores tal vez por
las prisas en su grabación, la inexperiencia del cineasta o los obligados cortes
de la censura, lo cierto es que la cinta es el puro reflejo del momento que
vivía el cine fuera de las garras del franquismo y todo gracias a las
inquietudes artísticas de Zulueta, quien aprovechó su viaje a Nueva York para
empaparse de la fulgurante cultura pop y psicodelia que dominaba la escena
cultural de los sesenta. De ahí que Borau siempre alabara su amplio saber y
excepcional talento para las artes, razón que le serviría para contar con él en
esta primera producción.
Narrativamente
vacía, pero con gran valor simbólico, el largometraje se cubre de gloria a
nivel visual gracias a sus grandes estridencias, colores chillones, tendencias
experimentales y un montaje trepidante que, a modo de videoclip, suponen toda
una perfecta radiografía de la juventud de la época a través de la mirada del
director de fotografía zamorano Luis Cuadrado. El propio Zulueta fue el
encargado de pintar los decorados, en donde toman protagonismo los vinilos y las figuras geométricas, elementos que juegan un papel fundamental a la hora de
representar a varias generaciones. En sus precisos 90 minutos, no hay respiro,
sino carreras, rebeldía, disputas, bailes, canciones, globos explosivos y viveza.
Tras
el metraje, se esconde el choque con la burocracia. A pesar de que en su inicio
se proclama que la cinta es de Zulueta, en sus créditos finales firma Borau a
la dirección. Durante el franquismo, los cineastas debían poseer el carnet del
sindicato de directores para poder ejercer su oficio. Sin embargo, al no
terminar sus estudios en la Escuela Oficial de Cinematografía ni haber escalado
en la profesión como el resto de autores, Zulueta no pudo presentar legalmente
su obra, pero, al menos, pudo ver la luz con el fuerte respaldo de Borau. Eso sí, tardaría un año en estrenarse, pero lo haría por todo lo alto, en el Festival
de Cannes de 1970. Tras ello, el largometraje quedó relegado a los cines de arte y
ensayo, siendo disfrutado por un público al que originariamente no iba
destinado. Bien es sabido que este hecho se convirtió en una de las espinas del
autor, que vio cómo su ópera prima no llegaba a la juventud y que, a pesar de
haber logrado exhibirla, lo hacía como una película algo “pasada de moda”.
La
experiencia de Zulueta con “Un, Dos, Tres… Al Escondite Inglés” le llevó a
regresar nuevamente al cortometraje. Tendrían que pasar 9 años para que por fin
llegara su producción más importante, “Arrebato”, que se alzó con dos premios en el
Festival Fantasporto de Portugal en 1982. Un trabajo mucho más vanguardista,
experimental y serio que pasaría a formar parte de la historia del cine español
como una de las cintas emblemáticas de la movida madrileña, aunque permaneciera olvidada
durante toda la década de los 90. Con ella, terminaría su viaje por el mundo
cinematográfico, dejando atrás varios cortometrajes que fueron premiados a
nivel internacional, pero que nunca lograron ser reconocidos en España.
Lo
mejor: el valor simbólico que posee la película y el contexto en el que se
llevó a cabo.
Lo
peor: la gran cantidad de errores narrativos, que, en realidad, forman parte
del encanto de un primer experimento cinematográfico.
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