Kenneth Anger es uno de los directores de mayor influencia
en el cine y el mundo del videoclip. Sus polémicas obras no han dejado
indiferente a todo amante del séptimo arte, pero, hasta la fecha, no ha recibido la
atención y el interés que se merece. Precursor del cine underground en una
época en la que comenzaba a dar sus primeros pasos, decidió grabar durante un
fin de semana en la casa de sus padres, en California, lo que hoy conocemos como
“Fireworks”, un simbólico metraje sobre cuestiones que han sido tabú en la
sociedad durante demasiado tiempo. La homosexualidad, el erotismo y el
sadomasoquismo se erigen como hilos conductores en una pieza experimental que
recrea una fantasía masculina, un trance propio del cine onírico que plasma las
preocupaciones de la juventud y la represión social.
Como es obvio, es uno de los precedentes más importantes del
queer cinema, promoviendo todo un discurso de la identidad, a través del cual, se refleja cómo la
persona es simplemente materia con sus propias manías, fobias, obsesiones, deseos, etc., como ocurre en este caso. En todo
momento se puede observar la gran complejidad fluctuante entre dos realidades, una que fluye en un plano
surrealista y otra que se encuentra anclada en la realidad. Anger encarna el
papel protagónico de un joven de 17 años que sueña con ser violado y sodomizado
por dos marineros, la figura clásica del fetichismo gay. Las imágenes entre
penes, fuegos artificiales, sangre, provocación y homoerotismo se suceden hasta
confluir en un proyecto sumamente arriesgado para ser exhibido ante la censura
del Código Hays. El dolor y el placer se recrudecen y se funden en fascinación, posesión y
violencia durante un hipnótico viaje en el que la luz toma un inusitado
protagonismo, puesto que el autor hace uso de ésta desde un punto de vista técnico a la par que metafórico.