Es indiscutible que el director estadounidense Martin
Scorsese es uno de los realizadores más importantes de la postmodernidad
cinematográfica y que sus obras más indispensables permanecen en la retina de
muchas generaciones, un logro que muy pocos consiguen. “Taxi Driver” (1976),
“Toro Salvaje” (1980), “Uno de los Nuestros” (1990), “El Cabo del Miedo”
(1991), “Casino” (1995), “Gangs of New York” (2002) o “Shutter Island” (2010),
entre otros muchos títulos que podrían venir a la mente de cualquier en tan sólo un instante. Sin embargo, algunos de sus trabajos han
quedado ensombrecidos con la popularidad de otros. Probablemente, “Kundun” sea
una de las obras que menor protagonismo adquiere en una filmografía repleta de
éxitos, a pesar del interés del autor por crear una resumida biografía de una de las
personas más emblemáticas de nuestra historia contemporánea, el Dalai Lama.
Contando con la presencia y supervisión de éste, el autor nos traslada al
exotismo oriental de la mano de una figura clave, de sus deseos, esperanzas y
tragedias adornadas por anécdotas que él mismo aportó al cineasta.
Scorsese inicia su retrato desde la infancia para realizar
un recorrido por un contexto realmente conflictivo como supuso la invasión del
Tíbet por parte de la China comunista gobernada por el dirigente Mao Tse Tung.
En 1937, nacía el futuro líder espiritual en el seno de una familia rural. Tras
diversas comprobaciones a lo largo de un profundo proceso de carácter divino,
resulta irrefutable que el Buda de la Compasión se ha reencarnado por
decimocuarta vez en el pequeño, el cual será educado para convertirse en fuente
de inspiración y consuelo de un pueblo al que espera un trágico destino. Sin embargo, en
1950, sin apoyos internacionales ante la ocupación china y teniendo siempre
presente su labor pacifista, abandonó el país que le vio crecer para mantenerse
en el exilio de por vida.
La labor que realiza el cineasta es magnífica, ya no sólo
gracias a la colaboración del propio protagonista, sino también por sus
intentos de involucrar al pueblo tibetano en un proyecto que bien podría
considerarse un perfecto homenaje con cierto matiz reivindicativo. Un retrato
histórico que posteriormente hemos conocido a través de los medios de
comunicación y que el autor trata de sensibilizar aportando emotividad a la
trama. Con un perfecto y dinámico ritmo, la narración resulta de lo más
atractiva desde su inicio, conducida en todo momento por la voz en off
de un narrador que intenta aportar un mayor sentido a los acontecimientos
históricos. Aún más interesante es el hecho de adentrarse en la mente de una
persona tan excepcional, testigo de una de las épocas más turbulentas del siglo
XX, que no consiguió detonar sus creencias en ningún instante y que, por el
contrario, le llevó a luchar de una forma sobradamente inteligente, a pesar de
la distancia que le separaba de su pueblo.
Aun con la conmoción que supone el sufrimiento y la carga
emotiva que éste conlleva a la hora de su visualización, Scorsese se sitúa en una posición neutral para
presentar tal contexto, permitiendo que el espectador sea quien realice los
juicios que procedan y cuestione los comportamientos y las decisiones de los
personajes. “Kundun” despliega, en su fin, una clara reflexión sobre la
violencia que ejerce el ser humano y las consecuencias que ésta trae. El
detallismo empleado, la acción didáctica que se desprende y la sincera empatía
a la que empuja convierten al largometraje en un trabajo esencial, valiente y,
ante todo, personal. Un líder sometido al constante cambio de un mundo
ingobernable en términos esperanzadores, que se lamenta por la impotencia que
supone la agresión, pero que, en ningún momento, ha perdido la ilusión, el
optimismo y la confianza por ver mejorar la situación.
Nunca ha perdido el apoyo de su pueblo y, por esto mismo,
Scorsese contó con la colaboración de auténticos tibetanos en su reparto, todos
ellos también en exilio. Una labor realizada a conciencia por Melissa Mathison,
la reconocida guionista de “E.T. Extraterrestre” (1982) o “Mi Amigo el Gigante”
(2016), ambas de Steven Spielberg, junto al equipo con el evidente objetivo de aportar grandes dosis
de verosimilitud a la narración, a pesar de que ninguno de ellos contaba con
experiencia en la interpretación. Su trabajo representa la esencia de su
comunidad, la herencia de la tragedia y el alma espiritual, quedando reflejados
en una entrega pasional a la historia relatada por la película y con la que el
autor quedó totalmente conmovido. Como apunte anecdótico, fue una asombrosa
casualidad que todos los participantes tuvieran lazos familiares con los
personajes secundarios o, incluso, con el propio Dalai Lama, el cual es encarnado
por Tenzin Yeshi Paichang en su más tierna infancia, Tulku Jamyang Kunga Tenzin
a la edad de 5 años, Gyurme Tethong a los 12, y, por último, Tenzin Thuthob
Tsarong en su juventud y madurez, que, por cierto, guarda un curioso parecido
físico con el protagonista. Todos ellos resultan reseñables por su estupenda
actuación, aunque destaca el más joven de todos al encarar el lado más travieso
como parte de su edad, pero también sus inicios en el Tíbet, su postura ante la
educación que se le proporciona. Por su parte, Tenzin Thuthob Tsarong facilita de
forma sobresaliente la consecución del objetivo primordial de Scorsese, como es
profundizar en la psique del líder espiritual.
El famoso director de fotografía Roger Deakins lleva a cabo
un trabajo espectacular y, sin duda, inolvidable. La belleza de las imágenes
explora el exotismo de tierras lejanas, cautivando con la profundidad de campo,
con los paisajes tibetanos, con escenarios soberbios de los que se extrae el
máximo partido. Filmada en Marruecos, el calmado paraje es toda una delicia
para los sentidos, transportándonos a una atmósfera psicológicamente efectiva.
Por supuesto, viniendo de Scorsese y su excelente equipo no podría esperarse
menos. Las cuatro nominaciones al Oscar que obtuvo en 1997 por su labor técnica
eran sobradamente merecidas. “Kundun” es una mirada muy personal al
controvertido pasado, un acercamiento a otras culturas, al alma espiritual de
una figura totalmente emblemática. En definitiva, un largometraje que merece la
pena recordar.
Lo mejor: la labor técnica y narrativa es intachable. La
reflexión que se desprende tras los 134 minutos de metraje.
Lo peor: que haya sido considerada una obra de segunda en la
extensa y brillante filmografía de Martin Scorsese.
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