Mientras
el fenómeno de “Train to Busan” (2016), seguía arrasando como un huracán, ya sea en festivales internacionales como en taquilla, el género del
thriller se exponía a una de sus tantas revisiones con uno de los títulos que compartió protagonismo junto a los zombies de Yeon Sang-Ho. Hablamos de “Coin Locker
Girl”, el largometraje con el que debuta su director y guionista novel Han
Jun-Hee. Pese a ser su ópera prima, aspecto que a muchos les hace andar con
pies en polvorosa, lo cierto es que el cineasta realiza un notable trabajo más
que destacable y de gran calidad en el que no faltan las escenas de emocionante
acción, una crítica a la sociedad actual y uno de los temas que más páginas
llenan en los medios de comunicación asiáticos, como es el tráfico de órganos.
En 1996, un bebé recién nacido es abandonado en la taquilla
número 11 de una estación de tren. Sus llantos despiertan la curiosidad de uno
de los vagabundos que pernoctan en la terminal, que, al verla tan indefensa,
decide quedarse con ella. Con el paso de los años, la pequeña permanece junto
él hasta que unos matones deciden expulsar a los mendigos de la zona,
percatándose de la presencia de ella. La niña acaba en el interior de una
maleta para ser entregada a una mujer de mediana edad a la que todos llaman “Madre”
(Kim Hye-Soo) como una especie de moneda de cambio. Il-Young (Kim Go-Eun) crece
en un ambiente hostil junto a sus hermanos adoptivos, el protector Woo-Gon (Um
Tae-Goo), la presumida Ssong (Lee Soo-Kyung) y Hong-Joo (Cho Hyun-Chul), que
padece una discapacidad mental, por lo que siente una mayor dependencia hacia
la protagonista. Il-Young se encarga de recoger el dinero de los deudores, ya
sea por las buenas o por las malas, pero todo se complicará con la llegada a su
vida de Seok-Hyun (Park Bo-Gum), un comprensivo joven cuyo padre huyó a
Filipinas, dejándole a él con el lastre de una deuda millonaria.
Un cruel mundo que sigue el mismo perfil retratado en otras
cintas del género y en el que la violencia campa a sus anchas por encima de
cualquier sentimiento o lógica. Toda la acción sucede en los suburbios de
Incheon, en el barrio de Chinatown, lugar en donde reside una gran comunidad
china, tal y como especifica su acertado nombre. Allí es donde despliega sus
redes una mafia gobernada por “Madre”, que ejerce su papel con menor elegancia
que Marlon Brando en la piel del famoso Don Vito Corleone de “El Padrino”
(Francis Ford Coppola, 1972). Lo que en un principio simula ser el cobro de
deudas a fuerza de violencia, poco a poco se desvela que, tras ese “inofensivo”
mecanismo, se esconde una red de tráfico de órganos sin escrúpulos de quienes
son incapaces de devolver el dinero prestado. “Madre” atemoriza incluso a la
policía, su poder se extiende hasta límites insospechados gracias a los niños
que ha ido criando y que, con el paso del tiempo, se han convertido en sus
capataces, como el dueño de un local de moda, Chi-Do (Ko Kyung-Pyo), que, pese
a ser algo ridículo en modales, sigue las órdenes de la despiadada jefa.
Con un ritmo tan dinámico, los 110 minutos de metraje
transcurren sin darse cuenta, mostrando esa versión tan oscura y perversa de
Corea del Sur que tanto gusta a los seguidores del género. Su última media hora
se desarrolla entre constantes giros inesperados llenos de traición, dolor,
venganza y supervivencia. El abandono de Il-Young genera cierta denuncia social
con las consecuencias que esa soledad produce. Sin la figura de unos padres,
tan sólo el de una mujer despiadada, y con la única compañía de unos hermanos
que se han visto en las mismas circunstancias que ella, la masculinizada joven
posee una falta absoluta de cariño, por lo que su imagen agresiva cae muy
acertadamente cuando conoce la dulzura y la atención de Seok-Hyun. Esa
profundidad que adquiere el personaje con la llegada del romanticismo a mitad
de película sirve como excusa al salvaje clímax al que nos invita a presenciar
Han Jun-Hee.
Impecable es el trabajo que realiza la veterana actriz Kim
Hye-Soo, aunque no tan estelar como el llevado a cabo en su posterior proyecto,
la más que sobresaliente serie policíaca “Signal” (Kim Won-Suk, 2016). En esta ocasión, la dureza
como villana se ve poco a poco mitigada con la presencia de Il-Young en su
extraña relación entre madre e hija, que sigue un patrón que perdura en el
tiempo y que, por desgracia, se repite una y otra vez. Su poderosa actuación se
ve completada gracias a la química que despliega con la joven promesa Kim
Go-Eun, que se muestra más vulnerable e inocente, aunque trate de construir una
coraza como única medida de supervivencia. Así es como ambas equilibran una
trama que tratan de conducir perfectamente, siempre acompañadas por los
populares Ko Kyung-Pyo o Park Bo-Gum, uno de los actores del año en Corea del
Sur.
Lee Chang-Jae se encarga de la fotografía. Director de los
documentales “Edit” (2003), “Sai-e-seo” (2006) y “The Hospice” (2014), es más
conocido por su labor artística en “Don’t Look Back” (2005), de Kim Young-Nam,
o la impecable “White Night” (2009), de Park Shin-Woo. “Coin Locker Girl” nos
muestra, sin piedad alguna, la peligrosa nocturnidad de las calles de Chinatown para
acompañar a tan desgarrador relato. Los intensos tonos azules y los verdes neón
brillan de forma saturada entre la inmundicia, evidenciando esa frialdad y
dureza que acompaña a Il-Young. Una ópera prima de calidad en el mundo del
thriller surcoreano que hará las delicias de los amantes del género.
Lo mejor: una historia atractiva desarrollada a muy buen
ritmo. Las actuaciones de dos portentos de la interpretación como son Kim
Hye-Soo y Kim
Go-Eun.
Lo peor: la narración se ve ligeramente dispersa en
determinados instantes.
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