A estas alturas, el célebre cineasta chino-malayo Tsai Ming-liang ya no necesita presentación. Perteneciente a esa segunda generación de cineastas taiwaneses que han recibido un importante reconocimiento internacional, el director logró acaparar la atención del público global desde su ópera prima “Rebeldes del dios Neón” (1992), una obra que destacó por su poesía visual y que le llevó directamente a Turín, Tokio, Singapur y Nantes para recoger varios premios a una carrera que ha estado repleta de éxitos. Asi es como hemos podido disfrutar de títulos tan emblemáticos como “Viva el amor” (1994) y el fantástico retrato que realiza a una generación y a la propia ciudad de Taipei, logrando que temas como la soledad y la incomunicación le condujeran a “El río” (1997), con la que se paseó nada menos que por la Berlinale. “The Hole” nos rescata, ahora más que nunca, un contexto pandémico en donde un agujero entre apartamentos se convierte en el protagonista y conflicto entre dos vecinos hastiados por la situación. Tsai exploraba por entonces el género musical hasta aterrizar en Cannes, en donde se alzó con el primero de los varios galardones que recibiría por esta cinta. Quizás por esta razón, regresaría a las mieles de la música pocos años después con la película de culto “El sabor de la sandía” (2014), un disparate de lo más gamberro que sacó totalmente al director de su zona de confort.
Dentro de su extensa filmografía, tampoco se pueden olvidar metrajes como el drama psicológico “¿Qué hora es?” (2001), el homenaje particular al séptimo arte de “Good Bye, Dragon Inn” (2003), la comedia dramática “No quiero dormir solo” (2006), su primera experiencia en la industria cinematográfica francesa con “Visage” (2009) o, tras varios contactos con el mediometraje, “Rizi” (2020). Después de todo, Tsai es un director capaz de sorprender y cautivar con cada proyecto en el que se embarca, con una autoría sencilla, pero realmente clara y evidente. Es, precisamente, dentro de esos mediometrajes, en donde se puede encontrar “Journey to the West”, una obra que presentó en la sección Panorama de la Berlinale de 2014 y que supone una producción de tan solo 56 minutos de duración con una base experimental que se inicia a través del rostro de Occidente (Denis Lavant). Durante más de 7 minutos observamos expectantes cualquier gesticulación que pueda llevarnos a comprender qué es lo que está pasando y qué podemos esperar de esta pieza, pero no, no sucede absolutamente nada en su inicio. Occidente yace tumbado frente a nosotros, respirando apaciguadamente con la mirada perdida como si se viera arrastrado por un eterno letargo. Tal vez se encuentra agotado, quizá tan solo está pensativo. Lo cierto es que a nada conduce y, para cuando nos queremos dar cuenta, resurgimos en las calles de Marsella.
Inspirado en el clásico literario chino del siglo XVI con el mismo título sobre el peregrinaje de Xuanzang, un monje budista (Lee Kang-sheng) se desplaza con una lentitud fuera de lo común. Es el mismo que nos fue presentado en el cortometraje “Walker” (2012). Su trance le lleva a olvidar todo lo que sucede alrededor, pero nosotros no podemos evitar observar a todas aquellas personas con las que se cruza. Sobre sus pies, plazas, paseos a la orilla del mar, las escaleras del metro, calles atestadas de gente, etc. En cualquier sitio puede aparecer este monje que ha perdido la sensación del transcurso del tiempo o que, a lo mejor, es más consciente de él de lo que ninguno de nosotros somos capaces de percibir. A partir de planos fijos que remarcan la estaticidad de la acción, se desarrolla la vida diaria de los ciudadanos. Algunos de ellos le observan sorprendidos, otros ni siquiera se percatan de su presencia y solo unos pocos se detienen o permanecen en sus asientos para seguir con la mirada el movimiento de los pies del monje. Esta es la espiritualidad que impregna cada uno de los 14 planos y que muchas veces nos ha querido transmitir Tsai a través de sus películas, pero que solo “Journey to the West” ha logrado que casi sea palpable.
Junto al reconocido actor francés Denis Lavant, Lee Kang-sheng surge ante nuestra mirada a sabiendas de que
se trata de uno los actores fetiche del director desde su primer trabajo, “All
the Corners of the World” (1989), aparentemente tan solo un telefilm que
retrataba a una familia, como siempre, en el caótico Taipei. Pocas cintas se ha perdido Lee y
es que, a día de hoy, supone una apuesta segura para el realizador gracias a su
envidiable compenetración. De hecho, “Journey to the West” no sería igual sin
su presencia, sin ese trance atemporal del monje, sin ese ejercicio físico extremo que
supone ralentizar los pasos a la mínima expresión y que suponen una valía que
no cualquiera puede hacer o está dispuesto a someterse a ello. Mientras tanto,
Tsai juega con el espacio, recorta, revierte y aporta extrañeza a la ciudad de
Marsella, pero también supone la propia percepción de la realidad que tiene el
autor, probablemente desde que se marchó a vivir a la montaña. El tiempo
transcurre en “Journey to the West” a cualquier ritmo, pero es imparable.
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