
El
primer largometraje de ficción de los directores Severin Fiala y Veronika Franz conquistó tanto
a la crítica como a los espectadores que tuvieron el placer de verla en la gran pantalla, con
opiniones realmente interesantes tras su participación en el Festival de Sitges
de 2014. La producción austriaca respaldada por el consolidado cineasta Ulrich Seidl
bebe directamente de la fascinante “Funny Games” (Michael Haneke, 1997), con aquella narración
tan perturbadora y desasosegante debido a la fuerte violencia gratuita
protagonizada por esos dos extraños que se colaban en la casa de aquella
tranquila familia. Es irremediable recordar este acertado trabajo, pero, en
esta ocasión, se agrega un condicionante que presenta una realidad más
inquietante: la violencia tras la cotidianeidad.
Elias y Lukas (Elias y Lukas
Schwarz) son dos hermanos gemelos de unos 10 años que viven en una tranquila
casa alejada de cualquier población y en pleno bosque, donde se divierten
juntos sin más contacto que la propia naturaleza del hogar. Su madre (Susanne Wuest),
recientemente soltera, sale del hospital tras someterse a una operación de
cirugía estética en su rostro y se encierra en su dormitorio para buscar
descanso. Los niños comienzan a notar cierto cambio en la personalidad de la
mujer hasta el punto de no reconocerla. Tras los vendajes se esconde alguien
irritable, que no soporta el comportamiento de sus hijos y que parece rozar la
exasperación. Ellos, en cambio, intentan asimilar la situación a través de
alguna clásica travesura y de juegos infantiles, pero el distanciamiento en la
familia les llevará a sufrir terribles consecuencias. Con tal argumento, nunca
podríamos haber sospechado que “Goodnight Mommy” guardaba escenas
de gran impacto, tan salvajes que pocos se sentirán indiferentes, pero lo más
importante es que, tras su visionado, genera opiniones, debates y sorpresa. No
es necesario recurrir a elementos gore para
hacernos sentir repugnancia y asombro por la situación que se genera, por una
realidad que nos cuesta creer y a la vez podemos sentir que puede ocurrir
fácilmente.

Dos
autores que debutaban en el ámbito documental y que, esperemos, se mantengan en
la ficción tras visionar tan magnífico trabajo que no sólo sobresale por su
narración, sino que además es un estupendo ejercicio técnico. Sin ostentación
visual y con una localización perfecta para acompañar esa ambientación tan pura
y minimalista como es la casa, siendo éste su único escenario. El director de
fotografía Martin
Gschlacht se apodera de la imagen a base de tonalidades frías,
metálicas y en contraste con el verde aparentemente tétrico de la naturaleza. En
su acompañamiento y para colmo, suena una canción de cuna que le otorga a la
atmósfera toda la perversidad necesaria, sin necesidad de oscuridad, de juegos
de iluminación demasiado estrategas, al contrario, a plena luz del día pueden
ocurrir los sucesos más macabros que podamos imaginar y es que nadie está a
salvo de la crueldad del propio ser humano, de los traumas y sus consecuencias.
7/10
Lo
mejor: las interpretaciones de los tres actores, puesto que ya sabemos lo
complicado que resulta trabajar con niños. En este caso, Elias y Lukas Schwarz llevan a la perfección
todo el peso de la narración.
Lo
peor: el giro final se delata desde el principio para los más avispados,
pero igualmente es una cinta que se disfruta en todo momento.
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