
Sandro (Andro Sakhvarelidze) es el protagonista de esta película.
Rozando la cuarentena, aún sigue viviendo con unos padres, que le tratan como
si fuera un niño pequeño. Siempre debe pedirles permiso para coger el coche o
para macharse un fin de semana de la ciudad. A pesar de trabajar en un
instituto como profesor de historia, no parece tener prisas por madurar y mucho
menos por tener responsabilidades. Junto a su amigo Iva (Archil Kikodze), comienzan a
tener citas con mujeres que conocen a través de Internet, pero todo cambiará
cuando Sandro
se encuentre con Manana (Ia Sukhitashvili), la madre de una de sus alumnas.
Ambos se enamoran prácticamente de inmediato, pero ella está casada con un presidiario
bastante celoso y dominante, Tengo (Vakho Chachanidze), que saldrá pronto de la
cárcel y complicará la vida del protagonista.
Una trama construida a partir de diferentes situaciones
absurdas e inesperadas, pero no nos confundamos. Bajo toda esa máscara de sutil
comicidad que tan sólo nos despierta alguna que otra ligera sonrisa, se esconde
un drama cotidiano muy suavizado, con un personaje principal que resulta patético
y quizás decir este calificativo sería quedarse corto. Conocemos su triste
realidad a un ritmo pausado hasta que Tengo entra en escena. A partir de ese momento, Sandro
ve cómo su rutina se rompe para dar paso a escenas que pretenden ser irrisorias
y divertidas, en las que simplemente se deja llevar, sin poner ningún
impedimento ni expresar sus emociones. Atraído por Manana, no es capaz de negarse a
nada y es por eso que, en más de una ocasión, asume las consecuencias de otros.
Koguashvili
sabe sacar partido a sus miserias y precisamente por ésto es inevitable reírnos
de su tragedia, pero nunca con maldad, al contrario. El autor consigue que
sintamos cierta empatía y que su protagonista nos enternezca mínimamente, sobre
todo, en los momentos más agridulces.

Los largos planos nos sitúan en un ambiente empobrecido y
periférico, muy similar a la clásica imagen que tenemos de algunos países del
este europeo. Cielos nublados con una lluvia casi permanente, urbes demasiado
pobladas que marginan la miseria, relegándolas a barrios herméticos, en donde
principalmente conviven los inmigrantes. Y entre esta atmósfera gris surge el
amor imposible entre Sandro y Manana, dando un color más alegre al día a día,
pero arrastrando el dolor de aquéllo que nunca se alcanza.
“Blind Dates” quiere despertar de la rutina a quien no lo
espera, con personajes entrañables que se liberan, en cierta manera, de las
cadenas sociales para, posteriormente, volver a atarse a ellas. Qué difícil es
salir de lo común y es que nunca hay que esperar a que la felicidad llegue a
nosotros, sino que hay que salir a buscarla cada vez que amanece, aunque traiga
desgracias o nunca la logremos, pero lo más importante es seguir al pie del
cañón. 5,5/10
Lo mejor: el drama romántico y social que se construye
a partir de la cotidianeidad.
Lo peor: la pretensión de hacer una comedia cuando tan sólo
despierta una leve sonrisa. La mitad del metraje resulta tedioso, manteniendo
nuestra atención a duras penas.
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